Escribe Horacio R. Brum
En “El Mediterráneo en la época de Felipe II”, una obra monumental sobre la influencia de las culturas del Mar Mediterráneo en la formación de la identidad europea, el gran historiador francés Fernand Braudel sostiene que las ciudades puerto son focos de intercambio y difusión de nuevas ideas y progreso social, a diferencia de las urbes enclaustradas en montañas, bastiones del inmovilismo conservador. Esto puede confirmarse al observar las sociedades latinoamericanas, donde el conservadurismo y las rigideces de clase parecen ir en una curva ascendente desde las orillas del Atlántico a los valles de los Andes. “Capital cerrada en sus murallas de granito, enemiga del mar…baluarte colonial, clerical y reaccionario”, llamó a Santiago de Chile Joaquín Edwards Bello, famoso por las crónicas ácidas y certeras sobre la realidad de su país. Edwards Bello retrató a Santiago durante la primera mitad del siglo XX, pero todavía hoy hay en esta ciudad rasgos de atraso social, clasismo y religiosidad primitiva que contrastan profundamente con la imagen de país casi desarrollado que ve el turista en los barrios de los ricos y los centros comerciales, donde no falta ningún producto del primer mundo. Otro tanto puede decirse de capitales como Lima o Bogotá, tan distantes de Buenos Aires o Montevideo por la geografía como por el progresismo cultural y social de las urbes rioplatenses.
Paysandú fue en otros tiempos una ciudad puerto; no sólo porque por sus muelles pasaban innumerables productos de exportación e importación, sino también porque los lazos de los inmigrantes con sus países de origen le daban una identidad cosmopolita, definida por una clase media curiosa y dinámica en lo cultural, capaz de invertir el dinero de sus negocios en la construcción de teatros -como lo atestigua el recientemente recuperado Florencio Sánchez, otrora Teatro Progreso-, cines y residencias que siguieron las líneas de la arquitectura internacional más moderna de cada época. La existencia de tres grandes colegios privados: Don Bosco, del Rosario y del Huerto, junto a la extensa red de establecimientos de enseñanza públicos e institutos de idiomas, cuando la ciudad no llegaba siquiera a los 50.000 habitantes, da cuenta de un interés por la educación que involucraba a toda la comunidad. Varios diarios y otras publicaciones periódicas, a los cuales en más adelante se sumaron las radios, indican que había un público interesado en mantenerse al día con la actualidad del país y del mundo.
El deporte y la vida comunitaria se desarrollaban en numerosos clubes, y casi no había barrio que no tuviera uno, centro de reunión de los vecinos y un espacio para las grandes fiestas familiares. El primer partido de fútbol del interior probablemente se jugó en Paysandú, en una cancha que también sirvió, como lo muestra una antigua placa fotográfica del archivo de este cronista, para que aterrizara, a comienzos del siglo XX, el primer avión que se vio por estos lados; la primera mujer piloto del Uruguay voló aquí y los remeros y nadadores del Club Remeros llevaron el nombre de la ciudad a las competencias mundiales.
Sin subsidios, prebendas ni beneficio alguno del Estado, los industriales y los emprendedores sanduceros desarrollaron producciones de alta calidad y con competitividad internacional, como aquellas “lenguas de cordero de Paysandú” enlatadas, que fueron famosas en Inglaterra, o los numerosos productos premiados en las exposiciones internacionales. Una capacidad de emprendimiento que justamente comenzó a agotarse cuando el Estado impuso el modelo de “Paysandú ciudad industrial”, acostumbrando a los empresarios a las inversiones sin riesgo o a los proteccionismos ante la competencia extranjera, y a los trabajadores al empleo seguro, sin mayores desafíos intelectuales ni obligaciones de creatividad.
Paysandú también tuvo pintores, escultores, músicos y otros artistas que no sólo eran buenos en sus disciplinas, sino que eran reconocidos y respetados por la sociedad. De igual prestigio gozaban los arquitectos y urbanistas, en una ciudad que tuvo el primer plan regulador fuera de Montevideo y que durante la intendencia del Arq. Garrasino, en la década de 1960, inauguró una señalética del tránsito como la de los países desarrollados, hasta entonces prácticamente desconocida en Uruguay. Esta era, entonces, la ciudad más importante y dinámica después de Montevideo.
“¿En qué momento se había jodido el Perú”?. La pregunta que se hace el protagonista de la novela de Vargas Llosa Conversación en La Catedral podría aplicarse al devenir de nuestra ciudad. Tal vez, ese momento fue a fines de la década de 1960 y en los años de la decadencia económica e institucional uruguaya que culminaron en el golpe militar. La Ciudad Industrial, como el país de esa época, fue incapaz de adaptarse a estos tiempos en que nada está garantizado ni es permanente, cuando abrirse al exterior implica modificar hábitos, conductas y maneras de ver el mundo, así como reciclarse mediante la adquisición de nuevas capacidades y habilidades. Las fábricas se fueron transformando en monumentos industriales de otra era y ya ni siquiera la Semana de la Cerveza tiene una Cervecería. 18 de Julio es un buen símbolo de los tiempos perdidos: desaparecidos los grandes cines, varios bancos y otras instituciones cuyos edificios daban testimonio del esplendor de antaño, sus fachadas están hoy ocultas y deformadas por una cartelería mediocre, que obstruye una espléndida perspectiva del río.
¿Cuál es la identidad actual de Paysandú? De ciudad industrial le queda poco; la ciudad puerto no es más que un punto de embarque de contenedores, con un antiguo barrio portuario de casas abandonadas y semi demolidas; la ciudad turística se aferra a la receta probada y casi agotada de la Semana de la Cerveza y los esfuerzos que han hecho algunas administraciones municipales y grupos de ciudadanos interesados en la cultura y el patrimonio se pierden entre la indiferencia de los que no se interesan por otra manifestación social que no sea ir a tomar mate a la playa y criticar a los que hacen algo por la ciudad. Sin embargo, existe el potencial para ser mucho más. Lo que se está haciendo para intensificar el uso turístico del río Uruguay, como la rehabilitación del antiguo muelle de la Shell o la embarcación municipal de paseos, podría crecer hasta, por ejemplo, crear un centro de competencias náuticas internacionales, sea en remo, natación o yachting. ¿No es factible organizar otras regatas similares a la que se hace a la meseta de Artigas, con recorridos más largos y con un calendario que cubra muchos meses del año? ¿El cruce del río a nado no podría ser complementario de competencias como el triatlón o el Ironman, que ha alcanzado gran popularidad en varios países de la región? Paysandú, capital deportiva del río Uruguay, bien puede ser un objetivo alcanzable.
“La Heroica” es otra de las imágenes del pasado a la que se aferran los sanduceros, pero aparte de la Basílica, la Jefatura de Policía y de un mausoleo de Leandro Gómez que es una afrenta a la memoria del héroe, no hay ningún hito urbano que ilustre la epopeya en los lugares donde se desarrolló. Hasta el paredón donde supuestamente fue fusilado el general está casi desaparecido detrás de una construcción de mala calidad. La muy buena idea municipal de hacer un recorrido histórico con el tema de la Defensa tendría otro brillo y atractivo si fuese posible hacer el rescate arqueológico de edificaciones como el Baluarte de la Ley, cuyos restos deben de estar bajo el pavimento de la esquina de 18 de Julio y Montecaseros.
La recuperación del teatro Florencio Sánchez abre un camino hacia grandes realizaciones culturales, pero el recorrido no puede detenerse en las expresiones locales o nacionales. También habría que pensar en convertir este escenario en el epicentro de festivales internacionales; en la región hay muchos ejemplos de ciudades pequeñas y medianas que lograron un lugar en los calendarios mundiales de la música clásica y otros géneros, al organizar ese tipo de eventos con el apoyo y el compromiso de toda la comunidad. Cuando se concrete el proyecto del cine Astor, ¿por qué no poner las bases de una muestra internacional de cine? Paysandú, capital cultural del río Uruguay, es otra identidad posible.
Estas ideas no son un “descubrimiento de la pólvora” y seguramente más de un sanducero tiene otras similares o mejores. El problema es que sólo se pueden concretar con una comunidad dispuesta a trabajar en conjunto, sin que unos se sienten a esperar que las autoridades hagan todo, ni otros critiquen todo lo que hacen esas autoridades, sólo porque no son de su color político. En cuanto al tema de los colores políticos, es importante que el desarrollo de los proyectos trascienda a los gobiernos de turno, para lo cual hay que cambiar la vieja costumbre y maldición latinoamericana de deshacer o abandonar lo que hizo el el antecesor en el cargo, si era de otro partido. Otros protagonistas deben ser los empresarios y, en general, quienes tengan los medios económicos suficientes para apoyar los proyectos. Si algo queda en ellos del recuerdo de sus ancestros que construyeron la Paysandú Ciudad Puerto, cosmopolita y culta, podrán contribuir a crear la identidad de la ciudad del futuro, quitándose la venda mental del comerciante mezquino, preocupado únicamente por evitar que la gente vaya a Colón a comprar y disfrutar.