Tiempo de actuación 47,18 m.
Bajo la dirección de Pepe Minetti y su excéntrico traje de director, vuelve La Percanta. Con su estilo clásico, coloridas vestimentas y recordándonos la manera tradicional de la murga.
Contando las ganas que tenían de volver, demostrando de entrada una cuerda de bajos envidiable para cualquier murga, de esas que hacen vibrar el piso, el grupo comienza su historia por un viejo almacén al que concurren sus ya adultos clientes. Recibidos por el almacenero, Darío Taranto, quien se pone el espectáculo sobre sus hombros.
Estos viejos amigos que llegan con sus chismosas al almacén, se cuentan sus problemas de falta de memoria, de sexo, de la vida cotidiana, todo a través de mechas ya muy conocidas en carnaval pero que son rematadas de buena manera y cumplen su propósito.
El “Salpicón chismoso” deambula por diferentes áreas. En las escuelas ya no hay mas carnets con las notas, reivindican al maestro rural, “con ritmo bien sensual, moviendo la cintura jugamos con el reuma ya que no tiene más cura” dice su estribillo. La llegada de la republicana también entra en la temática.
Es de destacar lo que debe ser la revelación de este carnaval: Lautaro Trinidad, el platillero, solo 11 años y la rompe en el escenario. Hijo de carnavaleros de pura cepa. Se perfila como la gran revelación o promesa de carnaval.
Los temas continúan, las tablets de los jubilados, los gases que se les escapan con la edad, el no entendimiento de las redes sociales, y no entienden como “se sacan selfies en un parto, con un bebé lleno de sangre y la gente le pone me encanta”, lo que provocó la risa instantánea tan necesaria en ese momento.
¿Por qué tan necesaria? Porque la murga entra en un letargo musical y actoral que por momentos se hace difícil de llevar. No hay variación musical, no hay movimiento escénico, la batería está relegada en un extremo en forma estática, no hay comunicación con el público, si bien la ropa es de ancianos, es un vestuario común y corriente de la vida diaria, no es un vestuario de carnaval, no hay brillo.
El popurrí “Historias de almacenes” es más de lo mismo. El almacenero cuenta las infidencias de sus parroquianos, pero todo lento… muy lento. Los ancianos se dan cuenta que van llegando al final de sus vidas y de ahí la lentitud, pero el tren de Algorta era un bólido al lado de este espectáculo.
Darío Taranto la rema en dulce de leche. El final no se entiende, ese pase que se produce antes de la retirada que de tan lento que es, originó un bache, un silencio sin explicación. Es muy linda la letra de la retirada, se apela a como se han perdido los valores y a la falta de comunicación. Los arreglos corales son correctos, sin pretensiones, pero correctos, más allá de algunas desafinaciones notorias, fáciles de arreglar.
La Percanta tiene un “plantelaso”, todos integrantes de años y años, un director excelente, entonces no sabemos a qué se debe esta chatura de espectáculo, porque se nota el ensayo, el trabajo, la depuración que tiene el mismo… pero no llega. No hay variaciones musicales, ni de matices de voces. Las mechas son viejas, pero… ayudan, pero sobre todo es lento muy muy lento. Muy difícil de poder llevar el hilo del espectáculo.
Todo tiene solución y es solo darle agilidad, movimiento frescura, aunque se trate de una temática de personas ancianas, no hay porque hacerla lenta, por algo estos jóvenes ancianos, son el motor de nuestra sociedad.
I.S.



