Paysandú, la heroica
Escribe Lic. Rafael Winter (Rufo)
Golpeó fuerte el atentado a David Fremd. A la sociedad de Paysandú en general. A la comunidad judía en particular. Muy fuerte. Sí: en el Uruguay también pudo pasar.
Racismo y discriminación -del tipo que sea y contra quien sea- han existido y existen desde siempre en nuestro país. Quizás menos que en otras latitudes pero existen. Han habido casos muy notorios en las últimas décadas. Pocos han terminado en asesinato. Este fue uno de ellos. En uno de los anteriores, año 1987, una de las víctimas fue otro judío: Simón Lazovsky.
Queda claro que el asesinato de David Fremd fue un acto antisemita. Llamemos las cosas por su nombre. Por más obvio que sea, no está demás recalcarlo. Cuando alguien ataca a un judío por el mero hecho de serlo, es un acto antisemita.
De la misma forma que cuando, por ejemplo, es agredido un afrodescendiente y solamente por su condición de tal, es un acto racista. Más allá de la motivación, del contexto o de lo que fuese. No le busquemos la vuelta.
Hay quienes, aun concientes de la agresión de la que es víctima el judío por el solo hecho de serlo, prefieren no usar el término “antisemitismo” (tampoco un conceptual sinónimo: judeo-fobia). ¿Quizás dicho uso no sea “políticamente correcto” para algunos?
Hay quienes son más claros y explícitos en su terminología y condena cuando son atacadas otras minorías (que sin duda lo son) pero no son tan claros ni tan explícitos cuando los que son atacados son los judíos. Esto no es un exceso de sensibilidad: es la realidad.
La forma en la que fue atacado Fremd es similar a la que han sido atacados en los últimos meses muchos otros judíos en otro marco geográfico, geopolítico y contexto muy lejano.
Pero los móviles y la forma de actuar del asesino son similares a la de los asesinos de ese contexto lejano.
Es muy triste. Un individuo se convierte al Islam -como en este caso y desde hace algún tiempo haciéndose llamar Abdullah Omar- y en lugar de “aprovechar” su conversión, legítima por cierto, para realizar buenas acciones pregonadas por su nueva religión, termina asesinando un judío por odio religioso que ¿le inculca el Islam?
La autocrítica interna en las religiones es muy poco frecuente. Son muy pocos los que se animan a decir que en el Islam y en otras confesiones religiosas hay fuentes o interpretaciones de las mismas que fomentan el odio religioso, ya sea de manera directa o indirecta. Quiérase o no, lo fomentan. Terminan asesinando “en nombre de Dios”.
El Dios en el que creo (no hay para mi uno judío, musulmán o cristiano: si es que lo hay es uno solo para la humanidad) desea la paz, la sana convivencia, el respeto, no solo a El: ¡entre la gente!
No desea que unos maten a los otros en su Nombre: ni de una religión a otros fieles, ni dentro de una misma religión.
¿Asesinar al grito de “Dios es grande”? Es lisa y llanamente un horror. Hágalo quien lo haga.
El grito de “Dios es grande” debiera ser el prólogo de buenas acciones -lo que el Islam también promueve, soy consciente de ello- y no de asesinatos y masacres. Buenas acciones es la mejor forma que una persona tiene de honrar su religión. Y de honrar a Dios. ¡La peor forma es asesinar en Su Nombre! Eso es directamente deshonrarlo.
Hay quienes dicen que el asesino de Fremd estaba loco. Que sería un acto de locura. Eso relativiza su horrible acción. Discrepo frontal y absolutamente con esa idea.
Su conversión al Islam lo condujo al odio religioso; (esto no necesariamente ocurre con todos y cada uno de los conversos) salió de su casa ese fatídico día con la intención de matar judíos.
No. No enloqueció. Lo pensó, lo quiso hacer y lo hizo. En nombre del Islam. Por lo menos del Islam que le inculcaron, entiende o interpreta. Quisiera afiliarme a la idea que la amplia mayoría de los musulmanes entienden el Islam de otra manera.
El asesino de David Fremd, más allá de sus características, más allá de donde se lo recluya próximamente, no era un desequilibrado mental. No salió a matar indiscriminadamente (lo que hubiese sido horrible también). Eligió a un judío para asesinar. No es obra de un demente: es obra de un antisemita. Es la falta de respeto a la vida del prójimo-judío, falta de consideración por la vida, que “de algún lado tomó”. Por supuesto: no todos los que beben de su mismo manantial terminan asesinando.
El trágico suceso de Paysandú, más allá del estupor y la indignación que nos genera, aún perdura y perdurará, debe llevarnos, con mayor razón que antes, a promover aún más la educación para la tolerancia (en el buen sentido del término), la sana convivencia, los Derechos Humanos y la paz. Esto lo deben entender todos. No hay ciudadanos de segunda ni religiones de segunda.
¿Lo entenderán alguna vez?
Quizás lo único que se pueda “resaltar” de todo este desastre es la solidaridad demostrada por muchos uruguayos en general y por la sociedad de Paysandú en particular, lo que quedó demostrado en la multitudinaria y pacífica manifestación que se llevó a cabo el sábado pasado: la marcha del silencio que por un buen rato logró acallar el grito asesino.
Paysandú supo cumplir.
Fue -aunque en un contexto muy distinto- nuevamente “la heroica”, como se la conoce desde hace mucho tiempo por hechos destacados -su defensa- ocurridos en pleno siglo diecinueve en nuestro país.
Respeto y homenaje a la gente de Paysandú. Su actitud fue digna del mayor elogio. Ejemplar.
Aunque éste no es el Uruguay que alguna vez fue, aún quedan valores.
Paysandú lo demostró.

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