Escribe Oscar Geymonat
La emergencia sanitaria pasará. Más allá o más acá saldremos a la calle, volveremos a comprar, vender, a la escuela, nos casaremos y haremos fiesta, iremos al teatro, a la iglesia, al fútbol, trabajaremos. Nos daremos un abrazo y nos hablaremos a menos de dos metros de distancia. Recuperaremos una cierta normalidad.
La pregunta es cómo será esa normalidad. Nada nos pasa sin dejar huellas. Tenemos memoria. El cuerpo tiene memoria, las comunidades tienen memoria, los países y los gobiernos tienen memoria. Me encontré hace unos días en una charla con una arquitecta que iba a hacer “la memoria de los andamios”. “Claro que los andamios tienen memoria”, me dijo “y más bien que la tengan porque de eso depende la vida de quien los usa”. No hay futuro sin memoria. No hay aprendizaje si todo es olvido. No hay crecimiento si no hay acumulación de conocimientos, si no hay conciencia y recuerdo de errores y aciertos.
Algunos cambios serán medibles y se nos impondrán. Los primeros cálculos serán económicos. Habrá damnificados y aunque parezca mentira, habrá beneficiados; sospecho muy seriamente que los habrá. Los primeros estarán cerca y nos encontraremos en causas comunes. A los segundos, ciudadanos de pata al suelo como yo, apenas podremos imaginarlos y a veces ni eso. Razones de esta sin razón seguramente hay más que las que se ven.
Pero hay cambios que aparecerán como oportunidades. Y dependerá de nosotros que nuestra normalidad aprenda y sea mejor que la que hemos conocido. Dependerá de la memoria que guardemos de este tiempo.
A los virus y a los prójimos, los tendremos siempre a nuestro lado. Podemos elegir cómo será nuestra convivencia con ambos. El modelo de desarrollo en el que estamos envueltos, tomando el término desarrollo con todos los reparos que tengamos a mano, los vuelve muchas veces enemigos mucho más feroces de lo que ellos pretendían; a los virus y a los prójimos. Un modelo de desarrollo que se vuelve enemigo de todo lo que vive a su alrededor, que destruye salvajemente el hábitat natural de otros seres vivos y los obliga a refugiarse donde pueden o directamente a extinguirse, que vuelve enemigo a todo lo que se opone a un crecimiento económico irracional y destructivo que ha generado cada vez más riqueza peor repartida y por tanto cada vez más pobreza, que califica de malezas a plantas ricas en nutrientes, que genera hábitos de alimentación económicamente muy redituable para pocos y destructivo para muchísimos, que entiende la salud como una mercancía, genera una convivencia que no puede de ninguna manera ser armónica. Sobre esa memoria, podríamos construir una normalidad distinta y mejor. Esa memoria nos hablará de sistemas que deben ser cambiados.
La memoria nos hará recordar que durante este período el miedo nos acorraló y nos llevó por caminos inconducentes. Si tenemos memoria, en próximas oportunidades haremos muchas cosas de otra manera. Podemos aprender que informar no es saturar las redes sociales de palabras e imágenes, sino utilizar las adecuadas. Podemos aprender que la cantidad de whatsapp que mandamos no es directamente proporcional a la información que brindamos y menos al bien que hacemos. Podemos aprender que no es bueno volverse reproductores irresponsables de datos falsos, de pseudo teorías que sólo crean alarma y malestar. Podemos aprender que no es acaparando el alimento, el agua o los elementos de higiene que todos necesitamos lo que hará que la situación mejore. Podemos aprender que no es cuestión de acaparar los servicios de salud aunque haya que pisar bien sin mirar a quien. Si tenemos memoria podemos aprender que no hay salvación propia si se construye sobre la privación ajena. Podemos aprender que no sirve para nada decir que Nostradamus lo había anunciado o fabricar profecías para hacérselas decir al Apocalipsis, inventar castigos para que caigan sobre otros, pruebas para hacer que Dios las mande o actos mágico- religiosos en los que los fieles son ungidos con alcohol en gel.
Si guardamos memoria es muy posible que nuestra normalidad nos encuentre en una relación más amigable con la creación de la que somos parte. Sería la gran ganancia de esta pérdida.