Escribe Óscar Geymonat
El fiscal especializado en crímenes de lesa humanidad presentó en estos días un recurso ante la Suprema Corte de Justicia para reabrir el caso y continuar la investigación sobre la muerte del médico Vladimir Roslik. Murió el 16 de abril de 1984. Vivía en San Javier, una pequeña ciudad de Río Negro. Fue llevado a la fuerza, en plena noche, sin ninguna exposición de causa a un cuartel militar en Fray Bentos y no volvió a su casa. Desde entonces su esposa busca una respuesta que debiera ser de las más sencillas de dar. No es necesario un Sherlock Holmes para investigar un crimen que tiene mucho de espanto pero poco de misterio. Sin embargo todavía no se la dieron. Llevaba a su hijo en brazos buscando la respuesta, hoy él la acompaña con casi cuarenta años, pero a la respuesta todavía no la encontraron.
Los medios informativos por entonces iban muy de a poco sacándose el tapabocas pero recuerdo algunos titulares que hablaban de muerte por paro cardio respiratorio. Yo no estudiaba medicina pero recuerdo que la explicación me sonaba a algo así como murió porque el corazón no le latió más y dejó de respirar. En un secreto a todas voces se hablaba de un “submarino” y otras torturas que por las dudas nadie escribía. La dictadura daba uno de los últimos zarpazos propios de su estilo. El crimen no pudo quedar en la oscuridad como quedaron tantos, pero tampoco salió a la luz. Era lógico en esa vieja normalidad. Lo francamente grave es que treinta y cuatro años después siga en penumbras y una vergüenza para nuestra conciencia humana que un juez deba recordar que un crimen de lesa humanidad no prescribe. En una sociedad civilizada y moderna, hace seis años el caso fue archivado, ya no tenía caso.
Lo que queda claro es que el ejercicio de la justicia y la búsqueda de la verdad no han sido en este tiempo objeto de urgente consideración. Y siguen sin serlo. El trámite iniciado ahora por el fiscal, que esperamos siga marchando, lo hará a paso lento, trabajoso, superando escollos, burocracias y cajoneos. Tiene a su favor el carácter indestructible de la memoria y la perseverancia de muchos que la sostienen. Para la esposa de Roslik no debe haber otra urgencia digna de más urgente consideración y sin embargo se vencieron todos los plazos. Debió dársele una respuesta en pocos días y lleva treinta y cuatro años esperándola. Él fue sacado de su casa en plena noche, se lo llevaron personas identificables, no fantasmas; tenían órdenes dadas en una clara cadena de mandos con nombres y apellidos. Fue llevado a un establecimiento del estado, no se perdió en la estepa siberiana ni su cuerpo estuvo oculto cinco años bajo lava volcánica. Estuvo con las personas que estaban registradas en ese ámbito y en ese momento. Todo está ahí, estuvo siempre, falta la voluntad de responder. Y esa falta tiene sus razones, bastante más oscuras y bastante más intrincadas seguramente.
Aún en la “nueva normalidad”, la próxima semana habrá un 20 de mayo. Parece que no con gente reunida en la calle para recordar que la esposa y el hijo del doctor Vladilimir Roslik y otros muchos esperan con paciencia la respuesta que debió ser de urgente consideración.
Tenemos en este minuto la vida regida por términos tan antipáticos como “aislamiento social”, “confinamiento”, “restricción de movimientos” que por más necesarios y aliados que se presenten por lo menos a mí no se me vuelven amigables, “por más que la mona se vista de seda….” Aún así habrá quienes nos refresquen la memoria. Hay respuestas necesarias que siguen a la espera, y son de urgente consideración. Más urgente que la regulación del mercado de las grandes compañías telefónicas transnacionales, o las nuevas normas para la elaboración el chorizo casero, que ésos sí son temas que se someten a estrictos plazos constitucionales, dicho así con voz ahuecada y tono de ceremonia. No es urgente decirle a una viuda por qué su marido, que trabajaba como médico en una pequeña comunidad del interior en la que se conocen todos, de repente así, como de la nada murió por “paro cardio respiratorio”. Hay pequeños detalles como que se lo llevaron a la rastra de su cama en plena madrugada y estuvo unas horas en un cuartel donde se le hicieron algunas preguntas. Pero eso no es urgente, puede esperar. Y esperará seguramente, pero no desaparecerá. La memoria es tan porfiada como constante, tiene esos dos defectos, no pone plazos pero siempre es de urgente consideración. “La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”, le dice Dios a Caín cuando quiere escapar de la responsabilidad por su muerte. Y parece que el clamor de una u otra manera, se las ingenia para hacerse oír.