Escribe Prof. Gabriela Arias

Prof. de inglés y diplomada en neuro educación

Preparando un taller hace un par de años elegí para reflexionar una fábula, “La escuela de los animales”. Esta fantástica fábula relata sobre una escuela en la cual a todos los animales se los evaluaba en todas las habilidades (vuelo, natación, carrera, etc.) de la misma forma. Cuestión que el águila sacó excelente en vuelo, pero no así en natación y el pez viceversa, pasaron una cantidad de animales que sobresalían en algunas habilidades y no así en otras. Llamativamente el mejor alumno era el pato, porque el pato podía hacer de todo un poquito, no sobresalía en ninguna habilidad, pero aun así tenía el mejor promedio.

Esto me lleva a la reflexión profunda y a buscar el paralelismo con nuestro sistema educativo, el cual tiene su estructura intacta desde hace más de 200 años. Esa estructura fue diseñada para una época en la cual la escolarización iba en paralelo con un modelo de industrialización en la cual había que formar operarios, empleados. Sistema que formaba “patos” y que aun en muchos casos sigue en esa postura.

Me he encontrado a lo largo de mi carrera con varios discursos en salas de profesores y reuniones de evaluación, en los que constantemente se oyen “¿fulano es bueno con vos? Porque conmigo no hace nada!” “Tal alumno es parejito en todo!”. Y llevamos esos pensamientos a conceptos en los boletines, “DEBE regularizar actuación”, para luego finalizar con un promedio numérico. Ese promedio tiene como función englobar todo el trabajo del año del alumno en un número final o nota si es en primaria.

Siempre me hice esta pregunta ¿Por qué tiene que ser bueno en todo? (jamás me atreví a decirla en voz alta) ¿Por qué no resaltar en lo que el alumno se destaca  en lugar de puntualizar con amarillo flúo aquello en lo que no? No existe ser humano adulto en la faz de la tierra que se destaque en todas las áreas, entonces ¿por qué pretendemos que lo hagan los adolescentes o los niños? Me convierto así en testigo y muchas veces cómplice de buscar en mis alumnos la mediocridad, la uniformidad en el rendimiento. Como docentes nos hemos convertido en aplaudidores de aquellos que son como el pato y dejamos de lado –sin quererlo- a los alumnos de los extremos.

Hablando con colegas en el liceo llegamos a la conclusión de que perdemos fácilmente a dos tipos de alumnos; a los que son brillantes, porque nuestras propuestas no le representan desafío cognitivo ninguno y a los que están por debajo del “promedio” porque nuestras propuestas están muy por encima de su capacidad de resolución. Y volvemos otra vez a quedarnos con los del medio. La culpa no es de ninguna manera de los gurises, sino de un sistema que uniforma saberes, uniforma evaluaciones y que encasilla y numera alumnos. Alumnos que llegan a un sistema educativo que como diría Sir Ken Robinson “mata la creatividad”, en donde se hace callar al niño preguntón, “un niño que pregunta es un niño que aprende”, en donde si resolviste un problema mediante el pensamiento divergente te hacen resolverlo como el profesor dijo.

Volviendo a la escuela de los animales, como educadora busco una educación que felicite a aquel que vuele como el águila y que no importe sino nada, porque habrá grandes peces que sí lo hagan. Hay alumnos que son brillantes (12) en matemática, física y química pero son un 7 de promedio porque no se destacan en literatura. Hay gurises que son fantásticos en arte y expresión pero como no son buenos en matemática pasan con B. Si seguimos midiendo a nuestros alumnos haciendo una cuenta matemática lejos estamos de formar adultos integrales.

Dejemos de formar patos y trabajemos por cultivar y desarrollar habilidades que hagan de nuestros alumnos seres únicos y no que estén “dentro del promedio”.

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