Escribe Marcos Soto/ Grupo Jueves

La semana pasada, una noticia resonó fuerte en Uruguay: el anuncio del inicio de las posibles negociaciones de un tratado de libre comercio entre nuestro país y China.

El costo de nuestras decisiones

Se abre pues un necesario tiempo de análisis y reflexión. Como punto introductorio, adelanto opinión sobre un tema trascendente. Uruguay precisa de mayor apertura comercial, precisa profundizar su inserción internacional. El intercambio comercial, el poder colocar nuestra producción y trabajo y obtener de forma eficiente lo que no conseguimos producir, es una parte del camino hacia el desarrollo. Se cumplieron 20 años del inicio de la llamada Ronda Doha de la Organización Mundial del Comercio, sin alcanzar acuerdos trascendentes. El multilateralismo sufre crisis de parálisis. La respuesta natural de los países y bloques, con independencia de las orientaciones de sus gobiernos, ha sido la búsqueda de acuerdos comerciales bilaterales o plurilaterales, que han proliferado de forma exponencial en todas las geografías. Es una de las características centrales de nuestro tiempo.

Los acuerdos comerciales trascienden la discusión arancelaria. Dotan de marco normativo al intercambio, establecen reglas y sientan las bases para promover mayores niveles de comercio. Son instrumentos y por tanto encuentran sus limitaciones. No son fuente única de solución de problemas locales. Todo análisis que pretenda seriedad debe abordar posibles ventajas, puntos positivos; y posibles riesgos o amenazas. Hay que despojarse de fundamentalismos, tanto para su rechazo como para promoción. Hay que evitar los cultos. El conjunto de los análisis debe cooperar con la idea de desentrañar el costo de nuestras decisiones. Los costos de “ir” o “no ir”. Toda decisión tiene su costo, la prudencia indica, de mínima, preverlos.

De modo que en las siguientes líneas intentaré una primera aproximación para identificar posibles potenciales beneficios de un acuerdo con China, y posibles puntos débiles.

Zona cero

Antes de la partida hay dos pasos centrales y necesarios para afrontar el camino de la negociación. La construcción de consensos a nivel nacional y el estudio profundo de prefactibilidad. En ambos aspectos el gobierno es “mano”, y son compartibles los pasos dados. La convocatoria al diálogo a todos los partidos políticos con representación siempre es saludable en esa construcción. Aún resta involucrar a otros colectivos relevantes de nuestra sociedad: sindicatos, gremiales empresariales y otras organizaciones que puedan verse afectadas positiva o negativamente por un posible tratado con China.

Estos pasos son de suma relevancia. La política de inserción internacional, por lo que implica y por los tiempos que demanda entre que se diseña, negocia, implementa y obtiene resultados, debe ser concebida como política de Estado, de largo aliento, trasciende cualquier gobierno. En particular, la intención de un acuerdo con China es parte de una política de continuidad, de la visita oficial que hiciera el entonces presidente Tabaré Vazquez en octubre de 2016.

Integrarnos es acortar distancias

China se ha convertido en socio clave de nuestra economía. Es nuestro principal cliente para exportaciones de bienes y también es nuestro principal proveedor. En un mundo que se ha globalizado, las distancias geográficas ya son excusa para muy poca cosa. La integración y el comercio acortan o pulverizan esa lejanía. Un acuerdo pues implicará:

  1. a) ponernos en órbita, camino que ya han recorrido, como he mencionado, la inmensa mayoría de los países del mundo, y en particular lo han recorrido “nuestros competidores”. Es decir, países con un perfil productivo similar al nuestro. A esta altura un posible acuerdo más que de promoción, es una estrategia de defensa futura;
  2. b) es de esperar mayores niveles de exportaciones en productos que China ya nos compra. Esto es: carne, soja, madera, lácteos;
  3. c) a la luz de experiencias similares es posible esperar cierta penetración de productos que hoy no colocamos. Un buen ejemplo puede ser nuestra industria vitivinícola;
  4. d) en general los acuerdos comerciales tienen efectos positivos sobre los flujos de inversión. En particular China ha sido un activo inversor en América Latina y el mundo, y a Uruguay ha llegado en cuentagotas. Al facilitarse el comercio, emprendimientos de aquel país incrementarán el interés en empresas locales o proyectos de inversión;
  5. e) por el perfil productivo de ambos países, a priori complementarios, una temida “invasión” de productos chinos parece obviar lo que ya sucede. La diferencia de escalas productivas es tan abismal que la protección a la industria local, vía aranceles, parece ser inmaterial para la inmensa mayoría de los sectores que podrían ser competitivos de la industria nacional.

Moderando

A la hora de moderar expectativas o matizar los beneficios como primera aproximación podríamos observar:

  1. a) los sectores que más podrían verse beneficiados de un posible acuerdo no son los que más mano de obra directa generan. Recordemos lo que viene sucediendo este 2021, en que las exportaciones de estos sectores se han sobre recuperado, con altos precios internacionales y el mercado de trabajo no ha respondido en consecuencia. Logramos exportar más y eso no se ha traducido en la necesidad relevante de contratar más trabajadores.
  2. b) existen los conocidos riesgos de vínculo con nuestros socios dentro del Mercosur. Uruguay ha manifestado su reafirmación de miembro pleno al bloque, su apoyo. Aquí lo relevante es el sentido inverso, cuánto apoyo nuestro país recoge del Mercosur. Más allá de los dimes y diretes y los vericuetos jurídicos, es claro que el camino que podría recorrer Uruguay genera dudas. Para salvar este punto, más que declaraciones oficiales públicas y explícitas (que no han llegado), se precisa una decisión del consejo común del Mercosur que dote de certezas jurídicas a nuestras opciones, y que no dependa de los humores políticos regionales de turno.
  3. c) el riesgo adicional inherente al punto anterior son los sectores involucrados que exportan básicamente a Argentina y Brasil. En general, sectores con un contenido de mayor nivel de industrialización. Existen emprendimientos localizados en nuestro país por la única razón de poder colocar su producción en estos mercados.
  4. d) el riesgo de concentración indica que China podría convertirse en el gran comprador para diversos bienes producidos en Uruguay. Ya compra más de la mitad de nuestra carne bovina, por ejemplo. Si la participación del país asiático se consolida y profundiza, nuestra producción podría pasar a ser chinodependiente. La teoría indica evitar colocar todos los huevos en la misma canasta. Calibrar estos flujos comerciales en la práctica resulta muy difícil a posteriori.
  5. e) el riesgo fiscal se identifica al tener que renunciar al cobro de aranceles y otros tributos aduaneros al principal origen de nuestras importaciones. Toda renuncia fiscal implica su tarea para diseñar cómo financiarla, ¿o no?

El rostro de nuestras decisiones

No hay “almuerzos gratis” reza el dicho, no hay acuerdos con beneficios sin costos ni concesiones, reza esta columna, que pretende ser, con humildad, más disparadora de análisis y reflexiones que la verdad revelada. Pero hay algo de todo lo expuesto en lo que no tengo la menor duda: estas decisiones (repito de “ir” o “no ir”) requieren consenso, y este se construye en base al diálogo y al intercambio, este proceso servirá para medirle el aceite al motor de nuestra democracia, confianza en que sobre estas bases encontraremos el mejor rostro de nuestras decisiones.

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