Por Horacio R. Brum

Desde Alemania

Viajar por lo que se ha dado en llamar el primer mundo, o mundo desarrollado, no debería ser solamente un ejercicio turístico, sino una oportunidad para observar y comparar sociedades, con sus virtudes y defectos. En nuestras partes del mundo tendemos a ver a esos países como modelos a imitar y solemos caer en la ingenuidad de creer que tienen resueltos los problemas de la pobreza y la marginación social. Sin embargo, basta con un viaje en tren por Europa para ver que hay mucho para no imitar.

La estación central de Fráncfort es un escenario para lucir todo el poderío económico alemán; decenas de miles de pasajeros suben y bajan cada día a trenes con la tecnología más avanzada, que comunican a la capital financiera de Europa con el resto del país y una buena parte del continente. Imagine el lector que podría viajar a Montevideo en menos de dos horas; en Alemania, recorrer esa distancia en ese tiempo es posible con los ICE (sigla de Intercity Express), que circulan a un promedio de 300 kilómetros por hora y están tan computarizados que, cuando un viajero compra el pasaje por Internet en cualquier parte del país, en el tren del día y hora de su viaje se ilumina un letrero sobre el asiento, que indica la reserva para el recorrido que corresponda.

Hace unos días, cuando quien esto escribe se preparaba para subir a un ICE en Fráncfort, un hombre relativamente bien vestido y de edad mediana conversaba con la guarda de uno de los coches de primera clase. No tenía más equipaje que una bolsa de plástico reciclable -como esas que se deben comprar en los supermercados de este país cuando uno comete el tremendo pecado ecológico de no llevar la propia-, de la cual sobresalían algunas botellas vacías. El hombre estaba negociando el permiso para subir al tren a recoger botellas, una actividad en la cual a diario se ven personas de todas las edades en muchos lugares, incluidos los aeropuertos. La protección del medio ambiente se encuentra así con la pobreza, porque en los supermercados y otros establecimientos es posible cambiar los envases reciclables por dinero en efectivo o cupones para la compra de alimentos, y recibir sumas que llegan hasta los 25 centavos de euro (alrededor de $ 12,50) por unidad. En estos días, una funcionaria ecologista de la municipalidad de Fráncfort ha propuesto que también se reciba medio euro por la devolución de cada caja de pizza. Tal propuesta no tiene un propósito social, sino el de reducir la basura que se deja en los espacios públicos, pero seguramente se convertirá en un complemento para lo que hacen los recogedores de botellas.

Antes, solamente los drogadictos y otros individuos marginales intentaban cambiar botellas por unas monedas, pero la destrucción de trabajos a causa de las medidas para controlar la pandemia del coronavirus empujó a muchas personas a la miseria. Al parecer, los beneficios sociales por desempleo apenas alcanzan para sobrevivir; juntar unas 1000 botellas mensualmente puede dar 200 o más euros, una ayuda importante para aquellos que deben vivir capeando la pobreza.

El problema es que ellos forman parte de una cohorte de casos oculta bajo la solidez y estabilidad de la economía alemana: los drogadictos y alcohólicos que también se ven en los alrededores de las estaciones de ferrocarril; los migrantes que no pueden conseguir trabajos con el ingreso suficiente para mantener a sus familias, porque el idioma es una barrera difícil de franquear; los ancianos con pensiones bajas y sin redes de apoyo familiar, en una sociedad que suele condenar a los viejos a la soledad; los refugiados cuya presencia provoca más rechazo que solidaridad. Según la oficina de estadísticas del gobierno alemán, el 15% de la población está en vulnerabilidad económica y el umbral de la pobreza es un ingreso de 14.109 euros al año (aproximadamente 705.000 pesos, o 58.800 pesos mensuales). Así como los “botelleros” han aumentado, la tercerización y el empleo precario se están generalizando, en especial entre los jóvenes, a quienes se contrata en trabajos de tiempo parcial eufemísticamente denominados “minitrabajos”, por los que reciben poco más de 300 euros al mes. Se dice que Alemania es la locomotora de la economía europea…una locomotora que tira un tren donde los botelleros hacen ver el lado menos brillante del capitalismo.

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MUNICH – Botelleros y otros pobres en una calle alemana.

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