Escribe: Luigi Lemes
El carnaval sanducero tiene una rica trayectoria, que se remonta muchos años atrás. Pero esa trayectoria no puede considerarse historia en tanto no nos preocupemos por recuperar la mayor cantidad posible de documentos que nos permitan construir la memoria.
Uno de los problemas importantes que presenta el carnaval de Paysandú es la falta de registro, es decir, la ausencia de un archivo.
Quien ha transitado una importante cantidad de años en las tablas carnavaleras sabe que nuestro carnaval está lleno de historias alucinantes, de momentos increíbles, maravillosos, divertidos o penosos, sublimes y hasta trágicos. Una innumerable cantidad de anécdotas surca año a año las noches de febrero y recorre las cantinas de los lugares de ensayo. Pero la memoria popular necesita de soportes que la fijen, para provecho de las generaciones futuras.
Los responsables de que se de este fenómeno, el de la falta de registro, somos, en buena medida, todos los involucrados; los que no hemos sabido guardar debidamente las cosas y quienes las han guardado demasiado, tratando de cuidar que no se desaparezcan en algún que otro préstamo, razón entendible aunque no necesariamente compartible y que ha perdido razón de ser en tiempos en que todo puede digitalizarse y compartirse de manera universal. Cabe preguntarle, incluso, a los medios de comunicación, si existe algo de las grabaciones que uno podía oír y –más adelante en el tiempo- ver, en los días subsiguientes a cada presentación oficial de cada conjunto. Sería irresponsable hablar de desidia, pero convengamos en que hemos sido descuidados.
A nivel oficial, sabemos que el carnaval puede ser importante o no de acuerdo a quien esté al frente de la administración de turno. Todavía conservo en la memoria las palabras de un ex intendente, hace muchos años atrás, en las que manifestaba a una mesa de carnavaleros que, si por él fuera, el carnaval no existiría. Que ocurra que quienes ejercen lugares de decisión a nivel oficial entiendan que la cultura del lugar necesita archivos que mantengan viva la identidad local y que ese es un asunto que trasciende intereses políticos, es una tarea difícil, sobre todo cuando nadie lo reclama, o cuando quienes lo reclaman son muy pocos. Históricamente, salvo excepciones puntuales, el carnaval ha sido rehén de las decisiones y el pensamiento político y hasta los gustos personales del gobernante de turno. Quien está ausente desde hace ya varios años, como es mi caso, no puede opinar sobre lo que pasa actualmente, pero hay noticias acerca de que existe un mayor interés –y la voluntad de emprender acciones- por el desarrollo cultural en general y por el acervo sanducero, en particular. Resulta alentador. Ojalá se cumpla cabalmente.
En todo caso, el motivo de este modesto artículo no es encontrar culpables, sino llamar a la reflexión y –en caso de ser posible-, a la acción. ¿No sería una buena cosa ponerse a trabajar en un buen banco de datos que pueda sumar artículos de prensa, videos, grabaciones de audio, fotografías, libretos y demás cosas que sumen a un intento de catalogación de nuestra memoria carnavalera? ¿Es descabellado pensar la idea de hacer un llamado a todas aquellas personas que tengan cosas que aportar, para realizar las digitalizaciones correspondientes, con el compromiso de que todo será devuelto en tiempo y forma? ¿Generaría esto un problema de presupuesto insalvable? ¿Es una tarea titánica?
Una buena forma de empezar sería emprender la actividad de registrar y archivar desde el actual carnaval en adelante, para, de a poco, paulatinamente, ir trabajando en el rescate histórico y/o anecdótico. Se me ocurre que esta tarea podría dar una buena razón a ADAC para continuar funcionando durante todo el año.
Soy de las personas que creen que el carnaval de Paysandú es importante. Con una rica trayectoria en la que se reconocen por lo menos dos etapas, divididas –aunque no del todo- por los años oscuros de la dictadura. Pero ¿quién recuerda, por ejemplo, que hace medio siglo “La luz de la Vela” ponía en las tablas una hermosa locura digna de cualquier murga joven de hoy en día? En el año 1984, cuando regresaba con mucha fuerza el carnaval, la murga “Guarda el Pomo” tenía al menos tres mujeres en su coro. Tres años después de la aparición del “Pomo”, un grupo de parodistas, Dicharacherismo Chentaysiete, integró mujeres y hombres mucho antes que nadie.
Tengo muy presente lo del “Pomo” porque Hugo Rodríguez, su director de siempre, ha entendido claramente –y antes que yo- lo que planteo aquí y se ha preocupado en recopilar la documentación de su conjunto. Probablemente otros directores o integrantes de otros grupos lo hayan hecho también y eso nos aporta una cuota de esperanza.
¿No es hora de sistematizar toda esa información para que todo el mundo conozca la riqueza de nuestro carnaval?
El registro de la historia de nuestra fiesta popular está en el debe. Y no se trata de encontrar culpables. Se trata de ponerse a trabajar, para que no se pierda la memoria. Porque la memoria colectiva necesita soportes que la mantengan viva. Y para eso, el archivo y el catálogo son absolutamente necesarios.