Por Horacio R. Brum.
“Resulta, por otra parte, dolorosamente irrisoria la suposición de que pueda existir alguna libertad en las relaciones del trabajador y del capitalista, cuando aquél, urgido por el hambre, se ve forzado a aceptar cualquier situación que la satisfaga, sin previsión alguna del porvenir, y éste, obligado por la competencia u obcecado por la especulación, exige esfuerzos aniquiladores…”
No es ésta una cita de Karl Marx, son las palabras del mismo hombre que, frente a una manifestación de obreros en huelga general, encabezada por los anarquistas, que llegó hasta su casa, dijo:
“Organícense, únanse y traten de conquistar el mejoramiento de sus condiciones económicas…pueden estar seguros de que en el gobierno no tendrán nunca un enemigo, mientras respeten el orden y las leyes”.
¿Qué presidente de nuestros tiempos, aun siendo progresista, daría ese respaldo categórico a la clase obrera, sin temor a ofender a los poderes económicos o a ahuyentar a las idolatradas inversiones extranjeras? Las palabras son de José Batlle y Ordóñez, en su mensaje al Parlamento de 1906, para proponer la regulación de la jornada laboral y el descanso semanal, y en el discurso que dirigió a los huelguistas que llegaron hasta su casa, en mayo de 1911. Ese es el Batlle de cuya figura reclama el monopolio un partido Colorado que hace tiempo dejó de ser batllista, por haber traicionado varios de los principios más caros al constructor del Uruguay moderno.
“Organícense, únanse y traten de conquistar el mejoramiento de sus condiciones económicas…pueden estar seguros de que en el gobierno no tendrán nunca un enemigo, mientras respeten el orden y las leyes”.
Luis Batlle Berres, a quien Paysandú debe su industrialización, fue el último presidente colorado fiel a las ideas de Don Pepe; con Jorge Pacheco Areco llegó el autoritarismo a la vida política nacional y Juan María Bordaberry, católico reaccionario y admirador del corporativismo del régimen franquista español, abrió las puertas a la dictadura militar. De vuelta en democracia, Julio María Sanguinetti coqueteó con el neoliberalismo y puso en cuestión el Estado laico, al permitir la instalación en Bulevar Artigas de la gigantesca cruz que recuerda la visita realizada en 1987 por Juan Pablo II (aunque esa cuenta también puede cobrársele al actual mandatario, que en 2011 autorizó que la cruz fuera acompañada por una estatua del mismo Papa). En cuanto al último Batlle a cargo del Ejecutivo, si bien es posible reconocerle el mérito de aislar a Uruguay de la debacle argentina de 2001, también fue inclinado al neoliberalismo, y mejor no hablar de lo que hizo con la dignidad de la función presidencial.
Por todo eso, es difícil conceder alguna autoridad moral a los dirigentes del Partido Colorado que pretenden negar al diputado Fernando Amado el derecho a usar la imagen de José Batlle y Ordóñez, con el pretexto de que el batllismo “no está representado en el Frente Amplio”. Tal vez la corta memoria de esos políticos -y de muchos uruguayos-, no recuerde que fue otro batllista de cepa quien en 1970 abandonó el partido Colorado, en rechazo al alejamiento de la colectividad de las ideas de Batlle y Ordóñez, y contribuyó a la fundación del Frente Amplio: Zelmar Michelini, uno de los pocos políticos mártires de la democracia uruguaya.
“Invocar a Batlle es como invocar a Wilson Ferreira Aldunate. Era una figura nacional, y no creo que haya ningún problema” afirmó el constitucionalista José Korzeniak, refiriéndose a los intentos colorados de censurar al diputado Amado. Tal vez, el problema es que los partidos tradicionales pretenden utilizar a esas figuras como un reservorio de las fuerzas morales que han ido perdiendo y al respecto, vale la pena recordar lo que, allá por 1922, opinaba sobre el reformismo batllista el Partido Nacional, a través del diario El País:
“En este país, hace unos años, el trabajo era un deber sagrado y la holganza un vicio vergonzoso…Pasaron los años y tenemos que el cuadro se ve del lado del revés. El himno es a la holganza. Limitación de la jornada de trabajo, descanso semanal; multiplicación galopante de días festivos, organización de un enjambre de inspectores destinados a resguardar el sagrado derecho a la holganza, interpelaciones porque no se holgazanea suficientemente…Y bien, he aquí un principio de reacción. Hay que trabajar, hay que producir. Así lo dicen en Alemania; así lo dice Primo de Rivera…” En esa Alemania alabada por El País se estaba incubando el germen del nazismo; Miguel Primo de Rivera fue un general golpista español, que encabezó una dictadura (1923-1930) precursora del régimen brutal de Francisco Franco.