El sábado 27 de junio falleció una vecina, Julia Peirano a los 95 años. Para nosotros siempre fue “Julita”. Con ella se fue parte de nuestro barrio, de su historia, de sus vivencias. Barrio en el que vivimos nuestra niñez. Y al que siempre hemos vuelto y seguiremos volviendo. Quizás por aquello que uno vuelve de los lugares que huye.

Los barrios generan comunidad, pertenencia aunque no tengan nombre. ¿El barrio del liceo 1? Era y es la referencia, en el que había un puente según nos contaron y al que mis abuelos llegaron desde Cangüe y mi abuela desde la Argentina.

Quizás por eso mi cercanía con el vecino país, un periodista me dedicó un libro en una oportunidad señalando en su dedicatoria, “al oriental más argentino”.  No le faltaban razones porque siempre me atrajo la geografía de la mano de la curiosidad.

Por Charrúas corría y aún corre fuerte el agua.

Hay mil historias en el barrio, con historias diversas. Y el boliche de la esquina jugaba a favor con personajes muy coloridos.

Generaron partidos en la calle, el famoso “cordoncito” con los gurises del barrio, de diferentes edades. Allí nos rezongaba “Lota” que se fue hace unos años. Es que su hermoso y amplio ventanal era una tentación para que la redonda haga estragos. Eran tiempos en los que pasaban pocos autos, cuando venía alguno había que parar un rato. Si se venía un gol del rival, el parate era bienvenido.

“Lota” era maestra, tía de Julia y casada con el reconocido Maestro Héctor Ferrari.

Gente culta, de izquierda. Muy querible.

“Lota” daba una mano con apoyos liceales, al igual que Julia era maestra.

En el barrio llegaba la vuelta ciclista o Rutas de América y salíamos en bici para creernos por un rato Federico Moreira.

Los cumpleaños eran con los gurises del barrio, con los gurises del barrio sí señor. Más grandes o más chicos pero estaban casi todos.

Los helados de agua de algún vecino eran la tentación en verano. Hasta llegó a haber una heladería en el barrio.

Casi todos íbamos a la escuela pública y alguna vez fuimos a aprender a nadar al Remeros o a las canchas de La Centella, una gran escuela con “Oreja” Iturria.

Los dos únicos teléfonos que recuerdo en el barrio eran, en los ´80 los de “Julita” y su esposo Héctor, “Gonzalito” para nosotros y el de los Innella más acá en el tiempo. El primero por calle Charrúas y el segundo por Silván Fernández. Se coordinaban las llamadas con los tíos de Argentina o  el tío Saúl en  Bella Unión. Y había que cruzar mientras ladraba el perro. Con Héctor y Julia vivía la mamá de Julia. Julia era de Paysandú, Peirano al tiempo que Héctor vino desde el sur a trabajar, a AFE.

La correspondencia por carta era el medio por excelencia y las mismas muchas veces se guardaban. Tiempos sin wi fi, sin internet pero muy felices.

Del hijo de Héctor y Julia, Eduardo tenemos recuerdos de grande porque se fue a Montevideo cuando éramos niños.

Fueron vecinos diferentes, con una sensibilidad distinta. Eso era indudable.

El barrio de muchos que ya no están y se fueron, dejando una huella. Uno se cree un poquito dueño del mismo.

Del ombú de calle Libertad.

He aquí un homenaje a todos ellos, a nosotros mismos.

Nombrarlos a todos sería un acto de injusticia, me voy a olvidar de algunos.

Con “Julita” se fue parte de nosotros pero las historias quedarán.

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