¿El imperio del caos?
Gabriel Grau
Son tiempos de incertidumbre. El planeta se ha reducido de tal modo que el viaje de Magallanes de hace apenas 500 años, en un inconmensurable esfuerzo de azarosas navegaciones y que certificó la esfericidad del planeta puede realizarse en algunas horas.
Y hasta en menos de una dependiendo del medio de transporte.
El origen de la escritura y Gutemberg son mojones de un lejano pasado.
Y no hace treinta aún, o sea ayer, según los tiempos de la civilización humana, eran todavía impensables la posibilidad de comunicarse a través de textos, audios e imágenes casi sin la más mínima demora.
La humanidad se universalizó y nadie duda nuestra hermandad homo con un ejecutivo de la bolsa de Nueva York o con un khoikhoi deambulando por Namibia.
Se muere Theodorakis y en pocas horas buena parte del mundo se imagina bailando el sirtaki.
La curiosidad del bicho humano lleva el ojo investigador a los confines del universo o a las fuerzas más internas del átomo.
Pero no todas son buenas noticias. El planeta va exhibiendo ostensibles muestras de una prematura vejez. De una podredumbre que se acumula en los océanos y en los patios de nuestras casas.
Y como un organismo vivo que se va gradualmente estropeando, tal es nuestra biósfera, es visible la imposibilidad por deglutir tanta basura.
Y que nos condena a un raro suicidio colectivo.
Como mostró aquel angustiante experimento, Universo 25, en que los ratones hartos de confort y superpoblación se autoextinguieron, cambiando el natural comportamiento de los roedores hasta el punto de comerse entre ellos en defensa de un territorio que en algún momento consideraron propio.
Son tiempos inciertos.
Donde todavía abunda la solidaridad, el auxilio recíproco y la cooperación.
Pero donde también predominan los más espúreos intereses de los conglomerados financieros y la gula insaciable de las corporaciones.
Para quienes creen (creemos) que somos efímeros albañiles de un mundo que no nos pertenece y nos trasciende, en nuestros, hijos, nietos, afectos, amigos, vecinos, es decir nuestros prójimos-próximos y que los buenos valores a ser vividos suponen el compromiso desde lo propio y la fraternidad con lo ajeno, la sociedad da muestras de un funcionamiento de dudoso futuro.
Los factores de decisión son menos y más concentrados. Y no están por aquí.
Los nuestros son territorios marginales de escasa gravitación. Y sin fortaleza para sesgar siquiera el rumbo que parece determinado.
El sanducero está lejos de aquel espíritu optimista que anticipaba el escribano Mc Ilriach, cuando en Paysandú florecían una multiplicidad de industrias y emprendimientos, con inversión local y clara vocación de futuro.
Volvimos a la producción primaria. Eso sí, con mejoras, mejor cuero, pero sin zapatos. Mejores lanas, pero sin textiles. Inmensos montes de madera para mejores embalajes. Para cajas de cartón de un único uso.
Y todo envuelto en el más seductor de los discursos. Con una extraña y machacona promesa de trabajo y prosperidad.
Algo no funciona, el arco está en otro lugar.
Parece perentoria la necesidad de discutir colectivamente y en profundidad, con el máximo de participación ciudadana la comunidad que tenemos y la que se avecina. Allí estará la supervivencia de lo que somos y de lo que podríamos ser si de veras nos apropiamos de esa construcción. Con visión generosa e integradora.
Pero el momento parece exacerbar los desencuentros, la conducción política un reñidero de gallos, el pensamiento crítico irrelevante, los mejores valores innecesarios y campea una anomia tonta sin remedio.
El mundo es incierto, pero multiplicamos el problema.
De modo que, aún en ese pequeño aleteo de mariposa que supone mantener una tribuna que diversifique y complejice información y análisis hay un verde esperanzador. Que eso es el semanario
Una lucha lenta, de compromiso, de esfuerzo, pero de mayor sustento racional. Ajena a toda violencia fundamentalista amparada muchas veces por la persuasión de las armas o del dogmatismo ultramontano que impide el pensamiento clarificador.
Por eso también es mucho más difícil y generalmente imperceptible, la lucha de las ideas.
Salud 20Once!