Escribe Margarita Heinzen
Hace dos semanas, en el barrio Cordón de Montevideo una mujer denunció una violación grupal, hecho que generó reacciones de todo tipo. Aunque en general las manifestaciones fueron de repudio, no faltaron las expresiones que culpabilizaron a la mujer o invisibilizaron el problema de fondo al considerarlo un acto impropio del ser humano. ¿Es un acto impropio del ser humano o es propio de una sociedad patriarcal que trata de manera diferente los delitos sexuales que los demás delitos y asume que niñas y adolescentes deben “cuidarse”, en tanto festeja las hazañas sexuales de los varones?
Unos pocos días después, mujeres y disidencias sexuales llamaron a una movilización nacional “contra la cultura de la violación”. Hablar en estos términos presupone la existencia de una conducta social instalada. Si nos guiamos por los datos, parece cierto. En 2019, en los primeros 13 días de enero el Ministerio del Interior (MI) recibió 39 denuncias por delitos sexuales. Uno de ellos fue el de la violación grupal de una mujer en un camping de Valizas, cuyo proceso judicial terminó con la absolución de los acusados. No fue la única denuncia de violación en grupo que acaparó la atención del país: en 2014, también en verano, una mujer denunció una violación grupal en el camping de Santa Teresa, caso que terminó archivado. Más cerca en el tiempo, de enero a octubre de 2021, según el MI, se registraron 2.017 denuncias de delitos sexuales, un promedio de más de 200 por mes.
¿Qué ha pasado en el país desde aquel lejano 2014 y este verano de 2022? Han pasado muchas luchas, entre ellas la Ley 19.580 de violencia basada en género, que si bien ha sido insuficientemente aplicada, ha permitido poner la discusión sobre la mesa y colectivizar una mirada de la sociedad en que vivimos, que autoconvoca a miles de mujeres en todo el país a marchar en rechazo de una cultura de la violación “arraigada y naturalizada como práctica de abuso de poder”. La mujer violentada en 2014 no tuvo el apoyo que hoy estos temas suscitan. En aquel momento circularon imágenes, incluso, y el cuestionamiento hacia ella fue explícito. Hoy la reacción social empieza a ser otra. ¿Esto es suficiente? En absoluto, simplemente pongo el foco en las características del cambio cultural como proceso de incorporación de valores y conductas y en lo difícil que es deconstruir lo que está naturalizado, lo que no se entiende. Es evidente que para una parte de la sociedad todavía no es fácil identificar qué es la cultura de la violación, de qué formas se manifiesta y cómo se sostiene. Por lo tanto, la tarea educativa y de divulgación es central en la estrategia de lucha contra este flagelo social.
Una manifestación de poder
Todos los especialistas concuerdan en que la violación no tiene nada que ver con el deseo sexual, como se suele asociar, sino que el violador “necesita demostrar que él tiene poder sobre ese otro ser humano, que le hace algo que es muy íntimo para la persona, que la deja desarticulada moralmente y en un lugar en el que no puede hacer nada para evitarlo”, como explicó la Lic. Susana Rostagnol, coordinadora del Programa Género, Cuerpo y Sexualidad en la FHCE (UdelaR) a la diaria (ed. 4.02.22). Más allá del género, constituye una práctica sistemática de dominación, por ejemplo, en contextos de encierro.
La especialista expresa que la violencia sexual contra las mujeres “responde a una estructura social que lo habilita”. Por eso se habla de cultura de la violación. ¿Cómo que la habilita? ¿No nos horrorizamos cuando ocurren estos hechos? Nos horrorizamos de estos actos brutales, sí, pero tenemos que concientizarnos que en nuestras conductas cotidianas está el germen que las posibilitan. Sin llegar al extremo repudiable de Ignacio Alvarez, vimos, en este caso como en los anteriores, que la cobertura mediática puso en duda el relato de la víctima. ¿Se cuestiona a alguien que haya sufrido una agresión física a causa de un robo o de un arrebato? Creo que no.
Más allá de la culpabilización más o menos directa, también se cuestiona a la víctima cuando se les pregunta: ¿qué pasó, por qué no te fuiste, no lo habrás provocado, por qué te fuiste con un desconocido, dijiste que no? La psicóloga Victoria Marichal, también consultada por la diaria, sostiene que hay que eliminar el ‘por qué’ de raíz, porque solo agrega padecimiento a la víctima y los cuestionamientos tendrían que estar solamente dirigidos hacia el agresor, como ocurre en otros delitos.
Parece, además, existir un castigo social para las mujeres en tanto ejercen su derecho a sentir placer. Nuestra sociedad sigue entendiendo que las mujeres solo somos las encargadas de satisfacer el deseo masculino. Por un lado, se estimula que la mujer se incorpore al mercado laboral o que estudie pero en lo sexual el discurso, aunque sea dicho con cariño, es: cuídate, si vos andás por ahí de noche buscando satisfacción sexual, es obvio que te pueden pasar cosas. Es decir, para la mujer la seguridad está por encima de su bienestar, su placer y su libertad de ser. A esto se suma, agrega Marichal, que cuando pasan situaciones como la de Cordón “se instala mucho el miedo, porque significa tomar conciencia que esto nos puede pasar” y explicó que “necesitamos un discurso que se corra del terror sexual y que hablemos también del placer, del deseo sexual, del consentimiento, porque cuando se instala el miedo se termina restringiendo nuestra libertad”.
Ese concepto del consentimiento, que hace a nuestra libertad, es otro elemento importante para poner sobre el tapete. ¿Cuál es la expresión posible de no consentimiento cuando estás en medio de una violación? Para Rostagnol, una persona puede optar por dar su consentimiento si se encuentra en condiciones de poder no consentir. Si está siendo sometida a la fuerza no tiene opción de no consentir. En el caso de una violación grupal, si está bajo amenaza, apremiada físicamente, “¿cuáles son las posibilidades reales de negarse? ¿Qué costo tiene el negarse? […] eso no es consentir, eso es supervivencia”, reflexionó la especialista. Por eso es inconcebible que en el caso de la violación grupal de Valizas la sentencia estableciera que, “como no se la oyó gritar, ni resistirse, ni hay pruebas de que se resistiera, el consentimiento, si no fue expreso, estuvo implícito”. Cuando el propio cuerpo de la muchacha era prueba de una violencia brutal. ¿Si no se escuchó gritar al asesinado, el crimen deja de ser asesinato? Si bien la ley 19.580 establece que ni el silencio ni la falta de resistencia son formas de consentimiento, el sistema judicial parece aún no haberlo incorporado.
En ese esquema cultural, la violación aparece como “la manera más extrema de manifestar el poder masculino sobre el femenino”. En ese sentido, Rostagnol afirma que para las víctimas, la violación “es como una aniquilación. Es el poder absoluto y total sobre la otra persona”, porque en esa situación, la persona “no es dueña de su cuerpo, ni de su alma, ni de nada, ya que las partes del cuerpo asociadas a lo sexual también están cargadas de moralidad, entonces al tocar esas partes […] contra tu voluntad, ¿qué te queda? Te sacan lo más íntimo, lo más tuyo, y me parece que ese es el golpe bajo de la violación”.
¿Qué podemos hacer para aportar a la lucha contra la cultura de la violación?
Antes que nada, visibilizarla, coinciden las expertas. Yo agrego: tenemos que hablar. Hablar con los varones y entre las mujeres. Hay que ir ganando espacios, cuestionar el diferente tratamiento de los delitos y sus víctimas, visibilizar que una broma machista habilita ciertos comportamientos, que seguir educando “princesas” y campeones” va cimentando un camino, mostrar cada día que la cultura de la violación hace daño y darse cuenta que estos hechos no son producto de inadaptados sino que esto pasa desde siempre y que pasa todo el tiempo.
Foto: Kalinda Marín.