Por Horacio R. Brum

Ahora que la garra charrúa quedó en una manito de gato en Qatar, con la escena del mal perdedor acosando al árbitro y rompiendo el VAR, es un buen momento para comentar ese mito futbolero y de la nacionalidad, en el marco de lo que Daniel Vidart, la más polifacética figura intelectual del Paysandú contemporáneo, denominó “charruísmo”.

Según el historiador y ex futbolista Gerardo Caetano, el uso de la frase “garra charrúa” se generalizó a partir del triunfo sobre Brasil -el “maracanazo”-, en el Campeonato Mundial de 1950. Esa victoria cuando todo parecía perdido, en un estadio atestado de un público mayormente contrario, representó el triunfo de la voluntad sobre la adversidad y encajó bien en el marco de optimismo de un país que, con una economía floreciente y una democracia sólida, se sentía diferente. Sin embargo, como dijo en su artículo académico La garra charrúa: fútbol, indios e identidad en el Uruguay contemporáneo el catedrático de la universidad escocesa de Saint Andrews Gustavo San Román, “El significado halagüeño de la “garra charrúa” no es el único posible; existe también una connotación crítica del término, que remite a la agresividad del juego de los uruguayos…”

Teniendo en cuenta esa interpretación, es probable que el origen de la frase se remonte al Campeonato Sudamericano de 1935, en cuya final entre Argentina y Uruguay estalló la rabia acumulada desde el Mundial de 1930, cuando los argentinos tuvieron que jugar en un Centenario hostil y la celebración del triunfo uruguayo incluyó, entre otros incidentes, el apedreo del consulado de Argentina. Por esos hechos, las relaciones futbolísticas entre ambos países estuvieron interrumpidas durante varios años y así fue como las dos selecciones llegaron al estadio Santa Beatriz de Lima en un clima de beligerancia. Trompadas, patadas, rodillazos y narices sangrantes, provocadas principalmente por los uruguayos que comandaba José Nasazzi, marcaron el ritmo del partido, que Uruguay ganó 3-0.

De esa violencia pudo haber salido la expresión “garra charrúa”, en el sentido que le da el profesor San Román y hay quienes sostienen que fue acuñada por el periodismo argentino de la época. Lo cierto es que, en el diccionario, la mayor parte de las acepciones de “garra” son negativas y en cuanto al charrúa, conviene preguntarse por qué el pueblo indígena más atrasado y violento de la región platense ha sido identificado con las raíces de la nacionalidad. En el siglo XVIII, el militar y naturalista español Félix de Azara pasó veinte años en estas tierras y tuvo que recorrerlas en toda su extensión para ayudar a fijar las fronteras entre las posesiones de España y Portugal. Por ese trabajo, conoció de cerca a todos los habitantes y en su obra Viajes por la América Meridional dejó descripciones minuciosas de ellos, tanto de los que integraban la sociedad colonial como de los indígenas. Sobre los charrúas, Azara informó que ese pueblo “tiene una lengua particular y tan gutural, que nuestro alfabeto no podría dar el sonido de las sílabas…queda aún una parte de esta nación que… continúa la guerra a sangre y fuego…sin consentir que se hable de paz y ataca también a los portugueses…tienen muchos piojos, que las mujeres buscan con gusto para procurarse la satisfacción de tenerlos durante algún tiempo en la punta de la lengua…otro tanto hacen con las pulgas…no lavan nunca sus vestidos, ni su cara, ni su cuerpo…no se puede encontrar nada más sucio, ni por consecuencia, oler más apestoso…no conocen juegos, ni bailes, ni canciones, ni instrumentos de música…se emborrachan lo más frecuentemente que pueden…” También afirma el naturalista español que los charrúas exterminaron a otros pueblos, como los yaros y bohanes, y que se mezclaron con los minuanes, por lo cual  ya no se distinguían unos de otros. Según Azara, los guaraníes, mucho más pacíficos y adelantados culturalmente, eran la nación más numerosa, distribuida en toda la región; esto es fácil de comprobar actualmente en nuestro país, donde, empezando por el río que nos da el nombre, buena parte de la nomenclatura toponímica tiene su origen en la lengua de ese pueblo.

Allá por 1888, la antigua Provincia Oriental andaba en busca de una identidad. Hacía menos de sesenta años que se había constituido como república; en 1855 fueron traídos desde Paraguay los restos de Artigas para encumbrarlo como fundador de la nacionalidad, pero todavía se luchaba con la imagen de él construida por Sarmiento y Mitre, que lo presentaron como un bandolero sangriento. Brasil y Argentina no olvidaban sus viejas ambiciones territoriales y en lo interno, un militar -el general Máximo Tajes-, trataba de sacar al país del ciclo de revoluciones y guerras civiles que comenzó a los pocos años de la independencia. Por otra parte, eran difíciles de borrar de los libros de historia los hechos de que la Asamblea de 1825 había propuesto la incorporación a Argentina y que la independencia real surgió del acuerdo de 1828 entre las dos potencias platenses, discretamente arreglado por la diplomacia británica. En ese contexto, Juan Zorrilla de San Martín, más adelante aclamado como el Poeta de la Patria, inventó a Tabaré, el indio dulce y enamoradizo, nacido de la violación de una española por el brutal y borracho cacique charrúa Caracé. Poco más de medio siglo antes se había producido la matanza del arroyo Salsipuedes, cuando las tropas del gobierno masacraron a un grupo de indígenas que las versiones históricas oficiales identificaron como charrúas. Como epílogo de la tragedia, algunos sobrevivientes fueron llevados a Francia, para ser exhibidos como animales.

Probablemente, fue la culpa por aquellos hechos sentida por un sector ilustrado de la sociedad la que llevó a Zorrilla de San Martín a crear a Tabaré, a la vez que el personaje establecía un lazo con el territorio que daba a los orientales una identidad más vieja que la originada con la Conquista. Además, esos eran tiempos en los que las clases altas tradicionales comenzaban a resentir el aluvión migratorio con sus nuevas ideas y visiones del mundo, y procuraban contrarrestarlo intelectualmente con un nativismo literario. Ya en 1872, José Hernández había publicado Martín Fierro, en algunos de cuyos versos, con la óptica actual, hay alusiones xenofóbicas. La agresividad del charrúa, por otra parte, sirvió para identificarlo con la defensa de la libertad e independencia del país en formación y así, dejando de lado toda evidencia arqueológica y antropológica, del poema Tabaré se llegó a la “garra charrúa” aunque, como sostiene Caetano, “las investigaciones arqueológicas revelan que si había una garra que atribuir a pobladores ancestrales precolombinos, tendría que haber sido llamada ‘guaraní’, porque quienes habitaron el territorio de la banda oriental eran los guaraníes. Los charrúas eran una etnia pequeña”.  Daniel Vidart y Renzo Pi Hugarte, considerados los fundadores de la antropología nacional, establecieron que los charrúas no fueron la etnia con la presencia más relevante en el territorio uruguayo, y criticaron como “charruísmos” o “charruomanía” los intentos de algunos grupos de definirse como descendientes de ese pueblo.

Sea como sea, los mitos nacionales son muy difíciles de matar y además, si nos declaramos guaraníes, ¿podremos esgrimir una “garra guaraní” cuando juguemos contra Paraguay…?

 

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Suárez se va de Qatar, según un diario chileno.

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