Por Horacio R. Brum

¿Qué habría pasado si Jorge Almirón, el técnico de Boca, le hubiese plantado un beso en la boca a Cavani, después de convertir su primer gol para el equipo argentino? ¿O si en Qatar el “Chiqui” Tapia -presidente de la AFA-, hubiera cargado a Messi sobre sus hombros, llevado por la euforia de haber ganado la Copa del Mundo? Probablemente nada. A lo mejor, Cavani habría hecho el gesto de limpiarse la boca, o le hubiese dado un empujón a Almirón, en medio de bromas y risas, y Messi se habría dejado cargar, para la felicidad de los hinchas y fotógrafos de todos los medios del mundo.

En España, esas acciones desataron recientemente una guerra santa contra el presidente de la Federación de Fútbol, bien aprovechada por un gobierno progresista que fracasó estruendosamente en las urnas y en medio del coro de los bien intencionados de estos tiempos, quienes confunden la moralina con la defensa de ciertos derechos. El “Chiqui” Tapia español es Luis Rubiales, que en un arranque apasionado de alegría dio un beso en la boca no a un hombre, sino a una mujer, Jenni Hermoso, una de las líderes de la Selección femenina que ganó el Mundial realizado recientemente en Australia. No es un chupón, no es un beso con lengua, es una escena de las muchas de besos y abrazos que mostró la televisión, durante la ceremonia de entrega de la copa, pero bastó que la jugadora dijera por las redes sociales a uno de sus seguidores -entre risas-, que el beso no le había gustado, para que el gobierno de Pedro Sánchez (en retirada tras la derrota frente a la derecha), el feminismo radical y cierto periodismo que busca ser políticamente correcto antes que objetivo se lanzaran a la destrucción de la imagen pública del mandamás del fútbol de España.

Un columnista transformó aquel beso en algo obsceno, cercano a la violación, describiéndolo así: “…el hombre agarra a una mujer, la domina con su cuerpo entero, no le deja otra respiración que la que él le ofrece, y todo ello ante un auditorio repleto, delante de las cámaras, obvio al mundo entero… En esas condiciones le da un beso en los labios, la zarandea, la agarra, en fin, la somete durante segundos a la metáfora misma del ejercicio canónico, y arruinado, del machismo, y luego la lanza, entre carcajadas, a seguir celebrando (ya besada por él, ungida por su exageración y su miseria)…” Empujando otro poco la bola de nieve, un diario de Cataluña publicó una foto de Rubiales cargando sobre un hombro a otra jugadora, que fue interpretada en los mismos términos: el macho brutal, abusando de su poder. En tanto que el presidente de la Federación mantuvo su versión de beso inocente y resistió las presiones para que renunciara, la afectada pasó de relativizar el incidente a aceptar la victimización, a la vez que en el escándalo aparecían viejas cuentas por cobrar, a un hombre cuyo rasgo principal de personalidad parece ser la soberbia. Se multiplicaron las acusaciones de maltratos junto a las de corrupción económica en el seno de la organización rectora del fútbol español y la FIFA, que está cultivando cuidadosamente el nuevo negocio del deporte femenino para engrosar aun más sus arcas, resolvió suspender a Rubiales por 90 días. Tal decisión preocupó al gobierno de Pedro Sánchez, ocupado también en defender la candidatura del país a ser una de las sedes del Mundial de 2030; por algo el Secretario para el Deporte envió una nota al presidente de la FIFA, para consultarle si el escándalo afectaba esa postulación. Sobre todo esto cabalgó un feminismo que considera a todos los hombres abusadores y violadores en potencia, como lo resumen los versos de una canción que algunos años atrás escribieron unas universitarias chilenas y se transformó en himno feminista a nivel mundial:

El Estado opresor es un macho violador.

El violador eras tú.

El violador eres tú.

Quien esto escribe fue una vez integrante del directorio de una organización ambientalista internacional y pudo ver el obrar y los efectos de la furia de esa clase de feminismo. Una integrante del equipo de la oficina argentina, que era pareja del fundador de un partido “verde” de Buenos Aires, tuvo que renunciar cuando se supo que estaba pasando información de las campañas a ese político. La organización es rigurosamente apolítica, por lo cual esa es una falta grave, más en alguien que, después de una larga carrera, había llegado a un puesto de gran responsabilidad. Con la renunciante se fueron otras mujeres, que formaban su círculo íntimo y pese a haber recibido todas ellas las compensaciones legales, formularon una denuncia por acoso laboral y sexual. Además, en el Día de la Mujer de 2018 hicieron pública esa denuncia en los principales medios del país, apuntando al director ejecutivo, quien tenía 25 años de carrera y había convertido a una pequeña oficina ambientalista en un referente nacional e internacional.

El directorio, compuesto por hombres y mujeres, analizó el caso en detalle y concluyó que varias de las situaciones denunciadas no tenían pruebas, otras se habían debido a problemas interpersonales entre los miembros del equipo y que el director ejecutivo había reaccionado adecuadamente en algunos casos graves, despidiendo a los acusados. La justicia laboral argentina también desestimó las denuncias llevadas a los tribunales y declaró al funcionario inocente de las imputaciones. No obstante, las denunciantes se valieron de las redes sociales para montar una campaña de respaldo a su “causa”, la envolvieron en el feminismo y llevaron el asunto a la dirección internacional de la organización, encabezada por dos mujeres de militancia feminista. Tras un breve proceso de investigación, llegó el veredicto: había que deshacerse del director ejecutivo, bajo la amenaza velada de que, si no se tomaba esa medida, se quitaría a la oficina argentina la licencia para usar el nombre de la organización. Quien esto escribe votó en contra de la decisión, por considerar que no había pruebas fehacientes para tomarla, y renunció a un directorio que puso fin a la carrera brillante de una persona que había dedicado más de un cuarto de siglo a defender el medio ambiente y probablemente iba a tener dificultades para “reinventarse” en su profesión original de abogado.

Es indiscutible que las mujeres han estado sometidas durante demasiado tiempo a todo tipo de abusos y humillaciones, pero ganar derechos mediante escándalos y la destrucción de las vidas y las reputaciones de los hombres es un fenómeno de estos tiempos. Feministas fueron la argentina Alfonsina Storni, gran poeta y madre soltera cuando aquello era un baldón social; la chilena y premio Nobel de Literatura Gabriela Mistral, una ferviente católica que descubrió su sexualidad lesbiana en la adultez; Delmira Agustini, autora de poesías eróticas y asesinada por su marido; Juana de Ibarbourou, que construyó su fama sin desprenderse del apellido de su esposo; Flora Tristán, la abuela del pintor Gaugin que luchó por los derechos de las mujeres en el ambiente del socialismo y cuyos escritos inspiraron a Marx, o la inglesa Emily Davison, que en 1913 murió arrollada por el caballo del rey Eduardo VII, cuando se lanzó la pista en una acción para llamar la atención sobre la lucha por el voto femenino. Feministas son también los millones de mujeres profesionales que se han abierto paso en ambientes tradicionalmente dominados por los hombres, o las que luchan contra la pobreza, a la vez que se defienden de maridos abusadores y protegen a sus hijos de la amenaza de las drogas y la delincuencia. Ellas han cambiado y cambian el mundo; las otras…hacen ruido.

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