Por Horacio R. Brum
En la colección de revistas antiguas de este autor hay un número especial de la revista Mundo Uruguayo, publicado en julio de 1930 para conmemorar el centenario de la Jura de la Constitución. Esa fue una celebración más importante que la de la declaración de la independencia de 1825 porque, como hasta ahora se expresa en alguna polémica entre historiadores con motivo del próximo bicentenario, el 25 de agosto de 1825 la Asamblea de la Florida manifestó en las leyes de independencia el deseo de unirnos a las Provincias Unidas del Río de la Plata. En términos de hoy, eso fue la intención de ser argentinos…
En la Constitución de 1830, en cambio, se consagraba la existencia del Uruguay independiente –aceptada por Argentina y Brasil, con la mediación de Gran Bretaña-, y por eso fue que los uruguayos de 1930 celebraron en forma el Centenario de un país que apostaba a la modernidad y miraba con optimismo al futuro. La Mundo Uruguayo de aquel mes de julio trajo numerosos reportajes sobre el progreso nacional y en una de sus páginas proclamó Hombre del Día al arquitecto Juan A. Scasso. El Arq. Scasso era el jefe de la Dirección de Paseos de la Intendencia de Montevideo, pero su figura tenía otro significado: había diseñado el estadio donde, como un homenaje internacional a Uruguay, se iba a realizar el primer campeonato mundial de fútbol. Esa distinción, en aquella época en la cual los dirigentes del fútbol eran hombres de honor, los jugadores se la jugaban por la camiseta, no por los dólares, y aún no se había convertido al deporte profesional en una máquina de hacer plata, se debió a la capacidad diplomática y de liderazgo de un abogado francés: Jules Rimet, cuyo nombre llevó hasta 1970 la copa mundial. Convencido de que Uruguay, por sus victorias olímpicas de Amsterdam y Colombes, así como por el simbolismo de su conmemoración histórica y por ofrecer un escenario no europeo, merecía la sede del primer Mundial, Rimet luchó contra la hostilidad o la indiferencia de las federaciones del fútbol del Europa y finalmente consiguió que los equipos de Francia, Bélgica, Yugoslavia y Rumania se reunieran en Montevideo con el anfitrión, junto a Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Estados Unidos, México, Paraguay y Perú. Lo demás, como se dice comúnmente, es historia.
Esa historia es la que no sirvió de nada para que el Mundial del Centenario se celebrara a este lado del Atlántico y una FIFA muy distinta de la de Jules Rimet nos tirara el premio consuelo de tres partidos sin peso alguno (baste recordar que en su partido inaugural en Qatar, Argentina fue derrotada por … ¡Arabia Saudita!). Lo que sucede es que con Jules Rimet terminó la FIFA “de los caballeros”; después de un sucesor interino, vino Stanley Rous, quien introdujo a la Federación en el gran negocio de las transmisiones por TV y la publicidad. Le siguieron Joao Havelange y Joseph Blatter, que continuaron convirtiendo al fútbol en un gran negocio y a la FIFA en un antro de corrupción, capaz de entregar la sede de los campeonatos a los gobiernos más viles, como sucedió con Gianni Infantino y Qatar. Para esa FIFA, no es negocio realizar el show futbolero en países donde no pueda llenar sus arcas hasta reventar. Así, la postulación de los pequeños Uruguay y Paraguay, la Argentina en crisis y un Chile al fin del mundo estuvo condenada al fracaso desde el comienzo, en la competencia con los europeos España y Portugal y un Marruecos dispuesto a gastar una fortuna oriental.
La ruindad mayor fue estimular y mantener las ilusiones hasta el último minuto y lo peor fue el tratamiento dado a Chile, que fue dejado afuera del reparto de chupetines sin ninguna explicación clara. Este país también tiene su leyenda heroica como sede del Mundial de 1962 -el segundo en América, después del Brasil del “Maracanazo”- porque hizo grandes sacrificios económicos para organizar el certamen y le ganó la postulación a Argentina, que en esa época todavía aspiraba a ser una potencia latinoamericana. En una frase que se convirtió en leyenda, el representante chileno Carlos Dittborn dijo ante la asamblea de la FIFA: “Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo”. Por eso, mientras los demás postulantes fracasados al Mundial del Centenario mostraron una alegría forzada, los chilenos estuvieron entre el dolor y la rabia. Según un columnista del diario La Tercera: “Ya en junio, la FIFA había ofrecido a Argentina un partido del Mundial, como premio de consuelo ante una realidad inocultable: la candidatura sudamericana estaba muerta…Con Argentina sumida en el caos económico, y con tres socios insignificantes desde el punto de vista global, el derrumbe de la candidatura sudamericana era predecible. Pero la humillación infligida a Chile fue gratuita… Argentina, Paraguay y Uruguay recibirían las migajas del banquete: un partido en cada país, y la clasificación por secretaría de sus selecciones al Mundial … Los 37 miembros del Consejo de la FIFA, entre ellos representantes de Ecuador y Colombia, habían visado el negocio. Todos, menos Chile. La ANFP no tenía idea. El gobierno chileno se enteró por la prensa”.
En Chile hay especulaciones en el sentido de que este fue un castigo de la FIFA por el proyecto del gobierno del presidente Gabriel Boric para modificar la ley de sociedades anónimas deportivas, suprimir la presencia de los agentes representantes de jugadores en la propiedad de los clubes, y reformar la Federación de Fútbol. También han sido declaradas ilegales las casas de apuestas on line, los socios comerciales más preciados de la Asociación y de las sociedades anónimas que controlan los clubes.
Tanto la FIFA como la confederación sudamericana, la Conmebol, estaban molestas por lo que veían como una intromisión indebida del Parlamento y del gobierno de Chile en la industria del fútbol. Para el periodismo deportivo nacional es un secreto a voces que desde Suiza llegó una amenaza: si continuaban los intentos de intervención, la Roja sería expulsada de las Eliminatorias y los clubes nacionales no participarían de las Copas Libertadores y Sudamericana. Con el Padrino Gianni y sus muchachos no se juega. Tal vez por eso, las Asociaciones de Uruguay, Paraguay y Argentina recibieron sus chupetines con sonrisas de una alegría forzada, en vez de tener la dignidad de organizar un campeonato conmemorativo, con los que quisieran participar de un gesto de noble respeto por la Historia.
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1930, cuando aún se podía soñar.