Por Horacio R. Brum
Cientos de miles de años atrás, cuando el ser humano adquirió conciencia de sí, probablemente se dio cuenta de que era un animal muy inferior a todos los otros de su entorno; sus crías tenían un período de gestación largo y las hembras las daban a luz con grandes dolores; los cachorros eran incapaces de valerse por ellos mismos durante varios años, solamente alcanzaban la plena autonomía tras un período de dependencia equivalente a la cuarta parte o más de la vida de los padres y demoraban bastante en llegar a la edad reproductiva, vital para la supervivencia de la especie. Además, el animal humano no podía competir en velocidad o fuerza con muchos otros y sólo el desarrollo de su cerebro le permitió crear armas y desarrollar tácticas para la defensa y la caza.
Por otra parte, era impotente frente a las fuerzas de la naturaleza: un trueno lo aterrorizaba, un rayo lo podía volver cenizas, el viento y la lluvia lo castigaban sin piedad y la nieve lo mataba de frío. Hasta que descubrió el fuego, las noches eran horas de angustia y miedos, pero también el sol -que le daba un calor revitalizante-podía matarlo si no tenía agua cerca. No sabía cómo ni por qué lo atacaban las pestes ni era capaz de explicar los múltiples males que le acechaban en un ambiente hostil para los animales débiles. Ante tanto desamparo, tuvo necesidad de sentirse protegido por algún ente más poderoso que las bestias que le rodeaban y de dar sentido a lo que todavía no tenía la capacidad de explicar, porque el pensamiento científico era aún muy lejano. Entonces, inventó los dioses y se convenció de que su vida no terminaba convertida en carnaza para los animales carroñeros; creó rituales para ganar el favor de esas entidades imaginadas, de los cuales salieron las religiones.
Al sentirse protegidos por los dioses, algunos grupos humanos desarrollaron la idea de que la religión les daba un lugar especial en el mundo, mejor que el de aquellos que profesaban cultos diferentes. El paso siguiente fue identificar la propia religión con la verdad absoluta y por lo tanto, negar el derecho del otro a tener otro credo, o no creer en nada. De esa manera se llegó al uso de la religión para perseguir y oprimir a los “infieles”, del cual no se ha librado casi ningún pueblo ni cultura del mundo y que en tiempos más modernos se mezcló con la política.
Se sabe que las dos grandes guerras mundiales provocaron casi 90 millones de muertos (a propósito, en el conflicto de 1914-1918, las tropas alemanas llevaban un cinturón en cuya hebilla estaba el lema: Gott mit Uns, Dios con nosotros), pero no hay ni siquiera un estimativo de las víctimas causadas por las guerras y persecuciones religiosas, o justificadas por las religiones. El islam se impuso y expandió por la fuerza de la espada y el cristianismo lo alejó de Europa por el mismo medio; cuando Isabel de Castilla y Fernando de Aragón conquistaron en Granada el último bastión islámico en la península ibérica, terminaron la cristianización de sus dominios expulsando a los judíos, en el mismo año en que Colón navegó hacia el continente desconocido que más tarde fue América. Algunos siglos antes, los cristianos europeos fueron incitados por el Papa Urbano II a atacar a los musulmanes en el territorio de lo que hoy es Israel y Palestina, para quitarles el control de los lugares donde había estado Jesús. Esas Cruzadas continuaron durante casi tres siglos y también sirvieron de pretexto para muchas masacres de judíos, a los que la Iglesia tenía por “pueblo deicida”, un calificativo que sólo fue eliminado durante el Concilio Vaticano II, en la década de 1960.
La respuesta musulmana a los ataques cristianos fueron varios intentos de avance hacia Europa, que duraron hasta fines del siglo XVII, pero en esos años los europeos libraban sus propias guerras de religión, a causa de la Reforma Protestante y la Contrarreforma. Apenas uno de estos conflictos, la Guerra de los 30 años, dejó destrucción por todo el continente y unos 4.000.000 de muertos. Entretanto, los conquistadores españoles hacían lo suyo en América, donde la cruz y la espada avanzaron juntas sobre los pueblos indígenas. Sin embargo, estos tenían sus propias versiones de las crueldades y atropellos en nombre de la religión. Los aztecas rendían culto a sus dioses arrancando en vivo el corazón de los prisioneros de guerra y prácticas similares tuvieron los mayas. Los incas, por su parte, abandonaban niños adormecidos por las drogas a morir de frío en las cumbres andinas, para agradar a sus divinidades.
Cada religión importante ha tratado de justificar su existencia mediante “textos sagrados”, en los cuales se compendian mitos, leyendas y algunos hechos reales de difícil verificación, porque se produjeron cientos o miles de años atrás y no tuvieron testigos objetivos. La Biblia es el más poderoso de esos compendios, cuyos textos sirven de referencia y justificación a las llamadas tres religiones del Libro: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Los textos sagrados judíos son la base del Viejo Testamento; los Evangelios (escritos muchas décadas después de los hechos que se refieren a la vida de Jesús, con toda la carga de subjetividad e imprecisión que da el tiempo) y los escritos de los Apóstoles son fundamentales para el cristianismo y Mahoma, el profeta del Islam, reconoció a algunos personajes bíblicos (Moisés, Jesús y su madre María, Abraham…) como guía e inspiración, mencionándolos en el texto que supuestamente le fue revelado por Dios y se conoce como el Corán.
Los seguidores de las religiones que se guían por esos textos sostienen que en ellos se encuentran muchos valores positivos para la paz y la convivencia, lo cual es cierto; no obstante, tienen numerosos pasajes que se pueden utilizar para justificar el odio, la venganza, la discriminación, el racismo y la persecución u opresión de las minorías. Sobre la base de ellos se gestó la milenaria sujeción de las mujeres a los hombres; en los tiempos de la colonización española del continente americano, la iglesia católica promovió la esclavitud de los negros para “proteger” a los indígenas porque -también a partir de interpretaciones bíblicas-. llegó a la conclusión de que los negros no tenían alma; a partir del concepto de “pueblo deicida” se desarrolla el antisemitismo europeo, que llega a su expresión más brutal en el Holocausto organizado por los nazis.
De la Biblia (Éxodo 21: 24:) sale también la justificación máxima para la venganza, el “ojo por ojo, diente por diente” que forma parte de las leyes dictadas a Moisés por la divinidad. Es la justicia retributiva, que pasa a las leyes coránicas y hoy tiene terrible vigencia por lo que está sucediendo en Israel y Palestina. Así como el grupo Hamas encuentra en el Corán los argumentos para desatar la barbarie sobre la población israelí y supuestamente vengar los años de sufrimiento por la ocupación de los territorios palestinos, el gobierno de Israel, donde los partidos de los fanáticos religiosos tienen una fuerte influencia, se inspira en el ojo por ojo para hacer tierra arrasada en la Franja de Gaza.
Yuval Noah Harari, el célebre escritor israelí que en obras como Homo Deus ha llegado a las profundidades del desarrollo del pensamiento humano, afirma que “Cuando mil personas creen en una historia inventada durante un mes, es fake news…Cuando mil millones de personas lo creen durante mil años, eso es una religión, y se nos aconseja no llamarlo fake news para no herir los sentimientos de los fieles (o incurrir en su ira)”.
Cientos de miles de años después de que un simio desnudo se descubrió solo en la inmensidad del universo y se inventó la compañía de un ser superior, la ira de los fieles de las religiones sigue causando sufrimientos que están muy alejados de la bondad que ellas predican.