Paseo del perro. Pensemos un fin de semana cualquiera, que esté relativamente agradable. A lo largo de la costa, del Obelisco al Arroyo la Curtiembre, el tránsito se hace denso, motos y bicicletas se entremezclan con su majestad, el automóvil. En las orillas del paterno, en ciertos espacios, jóvenes -algunos escuchando música al mango y en vehículos tuneados- y no tanto, comparten mate y charla. Es el clásico paseo “del perro” que desmiente que la gente está de espaldas al río. De todas maneras, más allá de vendedores de tortas fritas, pasteles y donas, que hacen la changa, la zona parece requerir más infraestructura, equipamiento y servicios.
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