Los historiadores la han catalogado como la revolución más popular de nuestro país, reyerta en la que participaron directa o indirectamente ocho protagonistas que ocuparon la presidencia de la República, antes, durante o después de dicha revolución. Nos referimos a Bernardo Berro Máximos Santos, José Batlle y Ordoñez, Lorenzo Batlle, Máximo Tajes, Francisco Vidal, Juan Campisteguy y Claudio Williman.
En el año 1986 se instaló en Quebracho un monolito que conmemoraba el centenario del acontecimiento, actividad que por aquel entonces contó con la presencia de quien mas tarde sería presidente de la República: Jorge Batlle. Posteriormente la Revolución fue poco recordada para los pobladores salvo ocasiones especiales en la que el padre José Enrique Zordán escribía algunas historias en algún suplemento quincenal local, o algún esporádico acontecimiento en el que el Prof. Enrique Santos disertaba sobre el tema. Juan Clara en su recordado museo contaba con una colección armamentística importante recolectada de aquel suceso.
En el 2009 se realizó un mural en el liceo y varias charlas de sensibilización organizada por el Centro MEC, desde donde salió a luz, con la paleta de varios pintores y artistas sanduceros y rionegrenses a través del arte, un mural que quedó estampado en el patio del centro educativo. Esas jornadas contaron con charlas de sensibilización para niños, jóvenes y adultos que se interesaron en conocer anécdotas y peripecias escondidas en la historia y que ocurrieron aquí nomás, en el terruño. Por ese entonces se conmemoraron en Quebracho los 123 años de la referida revolución con una actividad denominada “Arte de Revolución” en la que el protagonismo lo tuvieron los jóvenes y participó una banda de Jazz en las instalaciones de la sede de Boston River.
Para los 125 años Quebracho realizó una gran movilización que contó con la presencia de varias autoridades del ámbito político, local, departamental y nacional entre los que participó nuevamente Jorge Batlle.
Tomando como referencia las “Crónicas de la revolución del Quebracho”, de Javier de Viana podemos decir que la revolución del Quebracho se vivió así vista por un joven de 17 años. Hoy hace ya 135 años de aquel acontecimiento que tuvo hondas repercusiones a nivel nacional.
La revolución
Varias revoluciones se habían desarrollado sin éxito desde 1882. En 1886 se produjo un nuevo y audaz levantamiento contra el régimen del presidente Máximo Santos cuyo gobierno se había caracterizado por el gran despilfarro administrativo, financiero y un profundo desorden económico, habiéndose tolerado numerosas violaciones constitucionales, limitando la libertad de expresión y asesinando e hiriendo a tipógrafos de los periódicos opositores.
Blancos, colorados e integrantes del por entonces recientemente formado Partido Constitucionalista se exiliaron en Buenos Aires, donde formaron el “Comité de la Revolución” y organizaron la cruzada. Entre ellos estaban Joaquín Requena, Juan José de Herrera, los hermanos Ramírez, Juan Zorrilla de San Martín, Luis Melian Lafinur, Lorenzo y José Batlle, Juan Campisteguy y otros. La revolución tuvo como jefes en el campo de batalla a José M. Arredondo y Enrique Castro, representantes del partido blanco y colorado respectivamente.
Algunos vaticinaban la derrota, como el presidente argentino Julio A. Roca, que a pesar de ello, apoyó la revolución, sembrando la desconfianza al gobierno uruguayo.
La travesía, que se realizó en un buque mercante desde Buenos Aires por el Paraná, fue un martirio para los insurrectos que llegaron exhaustos, alimentados con trozos de pulpa cuando lo había o caldos, vino y mate, en un verano lluvioso y soportando ejércitos de mosquitos.
Algunos dormían, otros se consolaban con lecturas de poesías de Campoamor o cantaban pericones y milongas en sus carpas sobre el buque, jaranas que transformaban el hambre en olvido de aquellos 1.700 hombres cuyas diversiones eran jugar al truco, al tejo o a la taba mientras otros hacían sonar las guitarras.
A fines de febrero se encontraban en Entre Ríos cabalgando unos, otros aprendices con caballos enfrenados pero con repetidas caídas festejadas a carcajadas “pisando tierra extranjera y con el alma dolorida”. El hambre persistía y cualquier descuido de sus jefes era aprovechado para descansar. Mercaderes ambulantes serán los “encargados de sacarnos el poco dinero que nos quedaba” manifiestó un revolucionario mientras otros pusieron a la venta hasta su vestimenta para comprar tortas fritas, galletas duras o un vaso de caña.
En la estación de Naranjito, tomaron el tren hacia Concordia, donde más tarde apresaron varios vapores en los que cruzaron el río. Entre ellos estaban el “Comercio”, el “Leda” y el “Júpiter”, además de pequeños buques.
La cruzada
El 28 de marzo en Concordia fueron recibidos con “flores del 28 de marzo, guardadas como ofrenda de enamorado a la patria querida! Flores que más tarde sirvieron para ser arrojadas en las fosas de las libertades muertas!”.
Con la puesta del sol arribaron a la playa de Guaviyú tras sortear algunos escollos. El primer enfrentamiento allí, tuvo los primeros heridos y la primera baja.
El comandante revolucionario Juan F. Mena con cuarenta hombres logró dispersar a doscientos gubernistas a las órdenes de Fortunato De los Santos, cinco de ellos muertos y con la primera baja del gobierno: del teniente Ceballos.
Allí el cocinero de la cañonera del gobierno “Fortuna” sufrió la quebradura de su pierna debido a su descuido de no apagar la luz de su cocina: hacia ella apuntaron los disparos de las “revolucionarias” Rémington. “-No tengan miedo, muchachos, y apróntense para sufrir una buena metralla”, era la arenga de uno de los comandantes a sus insomnes muchachos con tres días sin conciliar el sueño.
A marchar
El 29 de marzo despertaron con “la música de mil pájaros aleteando en los guaviyús” tal como lo expresa el poeta Javier de Viana, quien recurrió a las armas con 17 años. La playa estaba sembrada de despojos de la noche anterior, con bolsas de galletas desparramadas que fueron guardadas en los bolsillos para “el viaje” que comenzó con el frío de la mañana.
El Saladero de Guaviyú o de Piñeyrúa los sorprendió al trepar una pequeña cuesta. En su frente poseía una quinta con varios edificios y a la derecha lucían los techos rojos del caserío.
Bebieron agua de un pozo de balde, mientras otros hicieron fuego para el mate. Haciendo referencia a la fauna y a la naturaleza, dice Viana, que allí “se agita la eterna vida”, que “el movimiento es incesante” y “la procreación infinita”. A pesar de ello, destruyeron las oficinas telegráficas y más tarde asaron algunos trozos de carne.
La marcha comenzó cerca del mediodía a pie con el cojinillo al hombro, el freno, trescientos cartuchos y un cielo gris con una amenazante tormenta.
La falta de caballos fue precisamente, una de las razones de la derrota de la revolución. Estos, aparentemente, fueron robados al súbdito inglés Thomas Tylor que se había comprometido a embarcarlos. Otras versiones indican que el mayor Domingo Trujillo fue a buscarlos a la estancia de Tylor y éste con sus peones armados y la policía lo aprehendió no permitiéndole ni siquiera comunicarse con el coronel Carlos Gaudencio que había quedado al otro lado del río.
Dos vigías habían permanecido en el mirador de la estancia de Amaro esperando ver aparecer los caballos. Nunca lo hicieron. En aquel lugar también se mantuvieron al cuidado de los heridos algunos doctores, practicantes y un farmacéutico.
A las diez de la noche, tras varias leguas de trasiego, llegan a la Estancia Las Dolores (así se llamaba la señora de Piñeyrúa, dueño del casco y el saladero), hoy Escuela Agraria en Alternancia de Guaviyú. Allí pernoctaron entre las mangas de palo de pique.
A las 6 de la mañana del 30 de marzo, con algunos caballos más, emprendieron la marcha hacia el Sur. A la 13.30 hicieron un alto en el camino para carnear y acampar en un alto valle, rodeado de colinas y surcado por un arroyito (San José) muy cerca de donde más tarde se ubicará la estación Quebracho. Desde allí vio al enemigo mientras se aprontaban para comer. Una hora más tarde comenzó el fuego.
La dirección general de la campaña contra los revolucionarios estaba a cargo del general Máximo Tajes. El 29 había llegado al Arroyo de los Chanchos con 3.000 hombres.
La revolución había muerto
A las 2 de la tarde el comandante Mena defiende “el paso de Ruiz Días en el Quebracho” en una nueva estocada a la fuerza de De los Santos. Desde el Paso de la Cruz (hoy Termas de Guaviyú) las fuerzas del gobierno aprontaban su encuentro aproximándose en dirección al Sur.
Ambos ejércitos venían en marcha paralela, hacia lo que hoy es Quebracho. Desde allí realizan catorce horas de caminatas, para descansar a las 8 de mañana del 31 de marzo, sorbiendo el pasto mojado o bebiendo agua depositada en los pocitos que habían dejado los cascos de los caballos en la tierra blanda. Algunos se echan pasto y tierra en la boca para provocar salivación. En ellos se oía un “-¡Ah, Santos, si pagarás todo esto!”
El 31 de marzo en las puntas del arroyo Quebracho, los revolucionarios parapetaron una casa de azotea con cerco de piedra. Arredondo pensaba tirotearlos todo el día y luego irse por la noche pero en una lucha desigual fueron vencidos.
Doscientos muertes rugieron en la espalda de más de seiscientos prisioneros de una de las luchas más sangrientas del país. La revolución había muerto. A las cinco de la tarde el grito de un jinete apagó los fusiles “No me tiren. Somos hermanos, les traigo el perdón. Ya han demostrado ustedes el valor de los orientales”.
RASTRO LITERARIO
Jorge Luis Borges hizo mención a la Revolución del Quebracho, elemento de trascendental importancia para nuestro país puesto que más allá de su fracaso los postulados representativo – republicanos serán llevados a cabo por posteriores presidentes de la república como José Batlle y Ordóñez, Campisteguy y Claudio Williman, quienes habían participado en el campo de batalla.
Ireneo, personaje de una obra notable del escritor argentino titulada “Funes el Memorioso”, es volteado por un redomón y adquiere una precisión y una memoria infalible. De él dice: “Sabía la formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que solo había mirado una vez y con las líneas de una espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho”.
¿Por qué Borges hace referencia a la Revolución del Quebracho? Seguramente porque su tío Luis Melian Lafinur, que participó de la misma, pudo haberle contado sobre las peripecias vividas. No es casual que Lafinur esté presente en varios de sus poemas. Por ejemplo en “Que será del caminante fatigado” en el cual Borges se interroga acerca de cuál de sus ciudades iba a morir “¿En Montevideo donde Luis Melián Lafinur, ciego y cargado de años, murió entre los archivos de esa imparcial historia del Uruguay que no escribió nunca?. Borges cuando niño visitaba muy seguido a Lafinur .
RECOPILACIÓN: OLDEMAR CHACÓN
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