Por Juan Andrés Pardo

Durante décadas, el tren fue en Uruguay símbolo de conexión, desarrollo y comunidad. Era común que en torno a una estación surgiera un pueblo entero, moldeado por los rieles que lo atravesaban. Sin embargo, en los últimos 30 años ese legado ha quedado en pausa: estaciones abandonadas, vías en desuso y una falta de políticas sostenidas para rescatar un patrimonio que ayudó a construir la identidad territorial del país.

En el litoral y particularmente en Paysandú, ese contraste entre historia y abandono se hace evidente. El departamento fue atravesado por líneas que unieron el norte con el puerto y las sierras con la costa, configurando pueblos como Guichón, Chapicuy, Esperanza, Piñera o Piedra Sola, nacidos del paso del tren. Hoy, muchas de esas estaciones permanecen vacías, aunque aún respiran entre los ladrillos las voces de una historia que espera ser contada.

Uno de los intentos más significativos por reactivar esa memoria fue el proyecto “La estación más linda del país”, impulsado en Queguay por la Dirección de Turismo IDP con la asociación civil Juntos por Queguay y el municipio. La iniciativa, que contó con apoyo del Ministerio de Turismo y de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), buscaba restaurar la vieja estación y transformarla en un punto de encuentro turístico y cultural. El proyecto llegó a despertar entusiasmo en la comunidad y contaba con una ventaja única: el tren de carga aún pasaba por la zona, transportando piedra caliza desde la planta de ANCAP (Ruta 26) hacia la ciudad de Paysandú. Sin embargo, a inicios del actual período de gobierno (2020–2025) y en particular por la desidia de las nuevas autoridades de la asociación Juntos por Queguay, la iniciativa quedó en el olvido, y el propio tren de carga dejó de circular, siendo sustituido por transporte carretero. La estación volvió al silencio.

Aun así, hubo experiencias recientes que demostraron que el ferrocarril sigue generando interés y emoción. En Paysandú, el uso del tren de pasajeros para trasladar público desde la ciudad hacia la Expo Paysandú fue un éxito. Para muchos fue un viaje breve, pero cargado de nostalgia y curiosidad: varias generaciones experimentaron por primera vez el sonido del tren en movimiento. También se destacaron otros paseos ferroviarios con fines turísticos, como el trayecto Paso de los Toros – Termas de Almirón (2022), que vinculó dos íconos del interior profundo, y el tren que desde Tacuarembó llegó a Valle Edén con una propuesta de astroturismo, integrando el patrimonio ferroviario con la observación del cielo nocturno.

Estas experiencias —algunas espontáneas, otras planificadas— reflejan lo que el académico Francesc Fusté-Forné (2018) define como el potencial comunicativo del ferrocarril: “los viajes en tren sirven para conocer los paisajes, hábitos culturales y formas de vida que comunican autenticidad y sentido de lugar”. El tren, entendido así, no es solo transporte: es memoria viva, un medio para transmitir identidad y conectar generaciones.

Sin embargo, mientras el país discute el futuro del transporte ferroviario, Paysandú vive una situación paradójica. Según informó El Telégrafo (2025), el Ministerio de Transporte y Obras Públicas (MTOP) evalúa la continuidad de obras ferroviarias en el departamento, aunque sin definir aún cargas ni servicios de pasajeros. “Hasta que no tengamos realmente una certeza de las cargas que van a circular por ahí, no podemos” avanzar, señaló la Dirección Nacional de Transporte Ferroviario[1]. En otras palabras: las vías nuevas están hechas o en proceso, pero el tren sigue esperando.

Esta falta de continuidad y de visión estratégica no es nueva. Como explica Jacobo Malowany (2024), el ferrocarril fue un actor central en el desarrollo del turismo nacional: “Entre 1880 y 1907, los trenes construidos por compañías inglesas desempeñaron un papel esencial en la integración territorial del Uruguay”. Fue también herramienta de modernidad para visionarios como Francisco Piria, que utilizó el tren para atraer visitantes a Piriápolis, y símbolo de democratización cuando José Batlle y Ordóñez nacionalizó las líneas en 1907. El tren unió clases, territorios y sueños.

Por eso, resignificar hoy ese legado implica más que restaurar una estación: es repensar el ferrocarril como patrimonio y como oportunidad. No solo para el turismo, sino también para la educación, la memoria y el desarrollo local. Experiencias como las de Mal Abrigo (San José) o Santa Catalina (Soriano), donde las estaciones se transformaron en espacios de encuentro y proyectos turísticos comunitarios, muestran caminos posibles. Y en el caso sanducero, la red de estaciones rurales —de El Eucalipto a Guichón, de Queguay a Piedras Coloradas— podría ser la base de un circuito ferroviario patrimonial que combine historia, turismo y naturaleza.

El tren, más que un medio de transporte, fue durante más de un siglo una forma de habitar el territorio. Los rieles que cruzan el departamento de Paysandú no son solo líneas muertas: son líneas de memoria. Su silencio actual interpela tanto como su antiguo silbato.
Porque el patrimonio ferroviario sigue esperando, y con él, la posibilidad de que el país vuelva a moverse sobre sus propios rieles.

[1] “MTOP evalúa continuidad de obras ferroviarias en Paysandú pero sin cargas definidas”. El Telégrafo 16/10/25