Graciela Ruth Paz
“¿Cómo llegamos tan lejos?”, se preguntan los hermanos Kronfeld. Y ensayan las respuestas en este libro que revive los 1117 días de su singular viaje por el mundo.
“Viajar es tan intenso que siempre te permite sacar lo mejor de vos.”
Así comienza el video que nos muestran los hermanos Nicolas y German Kronfeld a modo de introducción para las historias de viaje que nos contaron a lo largo de dos horas de encantadora narración.
Nicolás, de 30 años y Germán de 31, nacieron en Uruguay, viven en Montevideo con su otro hermano y los padres y pertenecen a una familia común de clase media, estudian, trabajan, tienen amigos y a partir de cierto tiempo comenzaron a tener un sueño: viajar. Es el sueño de muchos, pero la mayoría renuncia a él antes de que se cumpla. Ya sea por compromisos, cuestiones económicas o miedos, viajar por el mundo generalmente queda en eso: solo un sueño. Nicolás y Germán pudieron ser parte de ese grupo, del que deja que las ganas de recorrer el mundo se vayan diluyendo en la rutina y las licencias breves, el que se queda instalado en la comodidad y la seguridad del entorno conocido.
Sin embargo, el incentivo que necesitaban para dejar todo y lanzarse a la aventura de dar vuelta el planeta llegó a tiempo. La cuestión fue más que nada contextual: ambos habían terminado los estudios hacía tiempo, renunciar a sus trabajos no era algo imposible, no estaban en pareja y su familia se encontraba en una situación económicamente estable. Los astros se alinearon a favor y comenzó el viaje programado inicialmente para un año y medio y que concluyó luego de 1117 días de su particular recorrida por el mundo.
Eso incluyó cuatro continentes, 29 países, visitar 26 capitales, conocer 138 ciudades y 150 pueblos, horas interminables de trabajo para poder seguir apostando a sus sueños y, sobre todo, una experiencia que cambió su forma de percibir la realidad y la esencia de la vida, de identificar los lugares y momentos donde se esconden las cosas importantes, donde se esconde la verdadera felicidad humana.
El viaje empezó en Chile, siguieron a la Polinesia Francesa y llegaron a Australia, un país que junto a Nueva Zelanda se ha hecho famoso entre los jóvenes uruguayos por sus posibilidades de trabajo y visado. Su estadía allí fue de un año, durante el cual trabajaron 11 meses y 20 días para costearse la continuación del periplo; allí buscaron sobre todo empleos dentro del sector de los servicios, que ofrecían buenos salarios durante los períodos de zafra. Entre esos trabajos apareció uno insólito: ambos fueron estatuas vivientes en las calles de Melbourne, donde representaron a dos hombres en el baño.
Australia no fue el único lugar en el que trabajaron para costear su viaje; tuvieron que buscar empleos en tres continentes diferentes para llegar a los destinos que se habían fijado como objetivos.
Luego recorrieron Nueva Zelanda en casa rodante, volvieron a pasear “a dedo” por Australia y volaron hacia China, punto de partida de su camino por el sudeste asiático. En esa zona, visitaron Vietnam, Camboya, Tailandia e India. Siguieron viaje hacia Europa Oriental (Hungría, Croacia, Eslovenia, Montenegro, Bosnia y Herzegovina, y Serbia), pasaron por Turquía y España, para luego llegar a Israel, donde estuvieron dos meses. Más adelante vino Rusia, y les esperaban Mongolia, Corea del Sur y Japón.
Hasta ahí, su historia es parecida a la de otros jóvenes: una visa working en Oceanía, un período de ahorro y una posterior recorrida por países cercanos y un tanto exóticos. Sin embargo, lo que en principio surgió como un viaje de tres (al principio los acompañó un amigo, que luego optó por seguir otro camino) se convirtió en un viaje de muchos. Porque los Kronfeld comenzaron a gestar una plataforma de comunicación alrededor de su viaje que en Uruguay conquistó a mucha audiencia, lo que los llevó incluso a tener apariciones regulares en el programa de radio Justicia Infinita de Océano FM.
El emprendimiento que concretaron les mostró la belleza de Australia, pero también su conflicto entre aborígenes y descendientes de británicos, la espiritualidad de la India pero también su pobreza extrema y su insoportable hacinamiento, encontraron historias de paz en Medio Oriente, de hospitalidad con el extranjero en Rusia y de abusos en Singapur, el país perfecto del sudeste asiático. A la Vuelta es el resultado de las inquietudes que sintieron al viajar y de ver que los países tienen realidades diferentes a las que suelen ver los turistas. A la Vuelta significa conocer más que visitar; informar, cuestionar y analizar más que pasar de camino. Nos relataban que viajaron con muchos preconceptos, prejuicios diríamos, y conocer estas culturas tan diversas, ligeros de equipaje como canta el poeta, les llevó a desprenderse de muchas ideas que les acompañaban.
Descubrieron que en Rusia Natalia Oreiro es una diosa, que Mujica, Suárez y el mate nos salvan la identidad y el sentido de pertenencia, que no hay ciudadanos hostiles o poco hospitalarios, que hay gente que de un metro cuadrado de ambiente puede compartir medio metro cuadrado, que pueden darte la casa para entrar y salir desde el primer día, que hay sociedades que veneran, respetan y tratan a los más viejos como merecedores de una vida digna, plena y solvente donde cuesta entender que envejecen, que hay ciudades de un confort increíble (para nosotros) con servicios gratuitos que nadie hurta ni rompe (como las parrillas o barbacoas a gas en los espacios públicos o las duchas en las estaciones de servicio y los baños públicos que son de lujo). Pero que también hay sociedades que se las arreglan con poco y nada, con grandes y graves problemas como en India, ciudades con prostitución infantil a la vista, poblaciones muy pobres y otras más pobres, pero igualmente de alegres y solidarias. Mongolia por ejemplo fue uno de los regalos más impresionantes que les dio el viaje.
Si hay algo que te impide hacerlo, si hay algo que te ata y no te permite tomar la decisión, podes viajar con estos dos hermanos leyendo “A la vuelta”, que aseguro no tiene desperdicio alguno.