Escribe Salomón Reyes

El estudio formal que un actor debe encarar para construir y representar un personaje histórico es un reto interpretativo que no siempre trae buenos resultados.

Es claro que no sólo importa copiar gestos y rasgos físicos, el compromiso creativo va más allá y, aunque la producción ayude con el maquillaje, los prostéticos y el vestuario para crear la similitud externa, el actor debe asumir un esfuerzo inusual que lo lleve a interiorizar el espíritu del personaje y lo convierta en verosímil y conmovedor ante los espectadores.

Todo esto es a propósito de tres películas recientes en donde tres actores tuvieron la consigna de interpretar a cantantes famosos. Hablo de El Potro, lo mejor del amor, Bohemian Rhapsody  y la película francesa Guy. El reto era similar aunque los resultados muy desiguales.

El Potro (Rodrigo Bueno) fue un cantante argentino arrasador y carismático que tuvo un final trágico, con lo cual, se hizo merecedor de un biopic fílmico. El encargado de darle vida sería Rodrigo Romero, un actor cordobés desconocido, que se puso al hombro la complicada misión. La producción justificó su decisión de otorgarle el protagónico por el enorme parecido y su condición de cordobés. Olvidé decir que el acento y la cadencia lingüistica de los personajes también cuentan en la investigación actoral. No es condición que el actor sea del mismo sitio donde nació el personaje, también se puede aprender a hablar como si fuera él.  Volviendo al trabajo de Romero, es claro que trató de copiar los tics, los gestos, hasta las miradas del Rodrigo Bueno original y por momentos lo consigue, aunque termina por pasarse un poco de rosca con el marcado acento cordobés que el Rodrigo Bueno original no tenía y con el excesivo movimiento de cadera tipo Shakira que tampoco Rodrigo tuvo. Todo eso hubiera sido mera anécdota si Romero le hubiera acertado al carisma angelical y al derroche de simpatía que tenía Rodrigo. El personaje encarnado por Romero se queda lejos del personaje real dando la impresión que se dejó arrastrar por el entusiasmo musical. Es notoria la falta de dirección y la ausencia de un guion poderoso que le ayude a Romero a disfrazar sus carencias. El resultado es poco conmovedor y vacío. Una película que sólo cumple en su categoría morbosa pero deja deudas con su pretendido homenaje fílmico.

El reto sube de categoría al tener a Rami Malik interpretando a Freddie Mercury en Bohemian Rhapsody.  Todo podía salir mal. Rami en la vida real tiene poco parecido -exceptuando el mentón -con el físico del verdadero Mercury pero acá sucede algo distinto. El trabajo de actor es más profundo. Rami no pierde tiempo y elabora un estudio pormenorizado de la estrella de rock. Además de trabajar con sus tips lingüisticos como el “awlright”, aprende todo lo que tiene que aprender a nivel musical y se compenetra con los estados anímicos del cantante. Esa condición atormentada de ser bisexual y un espíritu incómodo e indomable que no le gustaba ser etiquetado ni marginado mientras busca el reconocimiento artístico. Al principio, el excesivo amaneramiento y la fuerte presencia de los dientes salidos me hicieron pensar en una caricatura. Con el correr de la cinta el trabajo se va acentuando, se acomoda. El Mercury de Rami también se va sintiendo cómodo, hasta culminar en ese epígono que fue Live Aid en donde Rami exprime hasta la última gota de todo el trabajo previo; al punto que ficción y realidad se llegan a fundir. Es verdad que los ojos de Rami son muy distintos a los de Freddie pero a esa altura, cuando las lágrimas brotan de los espectadores ya poco importa. Es probable que Rami se lleve el Oscar 2019 por éste trabajo, el cuál realizó en circunstancias casi caóticas, lo que le da otro valor. Antes que él estuviera confirmado, fueron varios los protagonistas y directores descartados, incluyendo la despedida del rodaje de último momento de Brian Singer, con el que Rami no tuvo la mejor relación. Creo que Rami sobrevivió al vendaval de circunstancias gracias a su sólida investigación y a su material enriquecido. Estaba convencido que nadie lo bajaría de ese barco que parecía a la deriva. Ahí está el resultado.

Llegamos a Francia con un proyecto fascinante. ‘Guy’ es una película que está contada en clave de falso documental y que aborda el día a día del famoso cantante francés Guy Jamet. Lo particular de esta cinta es que Guy Jamet no existe, el director Alex Lutz se ha inventado la historia y ha creado un universo supernaturalista que desconcierta.

Gauthier, un joven cineasta, decide seguir a Guy Jamet por su gira de despedida por distintos lugares de Francia sin revelarle jamás que él es su hijo, producto de una relación que Guy tuvo con su madre en alguno de sus conciertos de antaño. Lo que vamos a ver es un trabajo actoral fuera de lo común. En primer lugar Alex Lutz es el guionista, el director y el actor que interpreta a Guy Jamet que en la película ronda los 70 años. Es un cantante de éxitos populares y que tuvo su época dorada. La película nos va contando su devenir histórico y desde luego sus vicios, defectos e intimidades a través de la camarita de Gauthier que lo filma todo. Incluso varios momentos musicales de gran nivel. La construcción del personaje ficticio es alucinante. Está lleno de sutilezas gestuales y cargado de una contundente corporalidad y psicología que corresponderían con la edad de Guy. Hasta acá no habría problema si no supiéramos que Alex Lutz tiene 40 años en la vida real y ha creado, a través de la impostura física, el lenguaje y el maquillaje excelentemente utilizado, un personaje viejo tan verosímil que por momentos dudas que sea ficción. Además la película recurre al flash back en momentos donde Guy Jamet se muestra joven, lo cual sorprende aún más, sabiendo que Guy nunca existió. Es muy difícil que ésta película llegue a los cines comerciales pero deviene en un experimento fundamental de un trabajo actoral impecable. Si la encuentran, corran a verla.

Con la desatada guerra de contenidos streaming, los actores tendrán fuentes generosas de trabajo pero al mismo tiempo los formatos novedosos exigirán de ellos, mayores compromisos y habilidades diferentes. No bastará parecerse, habrá que serlo.

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