Escribe Javier Ricca
Hay un momento en que la verdad tiene piedad de nosotros. Luego vendrá la Historia para los “cuándo”, “cómo” y “dónde”; pero más temprano que tarde llegará un punto en que todas las especulaciones, los planteos, las proyecciones y demás artes y ciencias del futuro se estrellan contra la dureza fatal del hecho consumado. Es inexorable. Artistas, brujos, políticos, amantes desesperados y demás embaucados y embaucadores no estarán de acuerdo, pero al final, las cosas son como son. No hay más verdad que la realidad. No hay más realidad que la verdad. Prosaico y desabrido, por supuesto; pero no exento de honestidad y sentido de lo práctico. El mundo funciona así. “Nada indica que vayamos a estar peor” declaró un 8 de Abril de 2020, en pleno acceso de clarividencia el Sr. Presidente de la República. El uso de la palabra “nada” podrá reclamarlo con justicia como sarcástico acierto inversamente proporcional a su pálpito. “Nada”, sí. Pero “nada” al revés. Exactamente al revés. Hoy “nada”, absolutamente “nada” está mejor. Aquí y ahora a veintitantos de marzo, no solo nada mejoró sino que todo, absolutamente todo, está peor. Primero y únicamente a efectos de prolijidad metodológica, divida las cosas en sus habituales categorías de análisis; luego, quítese la venda, póngase los lentes, tome aire y analice con honestidad y valentía los indicadores materiales que presenta. El que se le antoje. No importa. Empiece por el que quiera. Separe los grandes bloques económicos, sociales y sanitarios; haga lo mismo con sus muchas variables constitutivas (salarios, impuestos, inflación, pobreza, desempleo, recursos materiales y humanos del sistema de salud, estadísticas, perspectivas y proyecciones) y cierre sus traslados a los correspondientes indicadores generales y particulares; individuales y colectivos. No piense que me alegra, pero tengo que decirle que retrocedimos. Y feo. Muy feo. Retrocedimos. En toda la línea, a lo largo y a lo ancho de todos los indicadores. Uruguay hoy está en caída libre. Eso no es una simple opinión, una percepción o un capricho. No. Eso es lo que muestran todos, absolutamente todos sus números. Hasta aquí, Uruguay se las ingenió para estirar hasta la zona de catástrofe un periodo ficcional montado en su pretendida singularidad regional más un éxito relativo en lo estrictamente sanitario en el primer semestre de pandemia. Las verdades y supuestos que bastaron ayer; colapsaron hoy. “Acta est Fabula”. La ficción terminó. La catarata de advertencias emitidas hasta el hartazgo por la comunidad científica – 38 sociedades y agrupaciones, GACH incluido – no solo fue desoída sino que en muchos casos ninguneada y hasta arrogantemente desafiada por un Gobierno que esperó ver amontonarse suficientes cadáveres para decidirse a repetir, a pesar de un contexto estructural y circunstancial drásticamente distinto, el mismo menú repleto de contradicciones, cinismos, favoritismos, vistas gordas y discrecionalidades del año anterior, donde el pobre pierde y paga, mientras el rico cobra y gana; y si quiere, dona. Pero como suele suceder, tanto en lo sanitario como en lo económico, a la realidad poco le importaron estas cosas a la hora de pasar por caja. En los últimos 15 días segó más de doscientas vidas, enfermó a miles de uruguayos y puso en cuarentena a tantos miles más, convirtiéndonos en un abrir y cerrar de ojos en el peor país de la región y unos de los peores del mundo en cuanto a número de contagios respecto a su población total. La enfermedad entró en fase exponencial y esta vez, lavarse las manos en la baba fría del individualismo y el equívoco exasperante de la “libertad responsable” para luego trasladar descaradamente la responsabilidad política, social y sanitaria – y por supuesto, la culpa – a la gente, y encima, premiar su sacrificio con crueldad salvaje en lo económico, crueldad única en todo el universo de países comparables al nuestro; no alcanzará. No solamente no alcanzará, sino que también expondrá de manera brutal el fracaso en lo sanitario y más aún, en lo económico. Uruguay; en vez de asistir directa y personalmente al más golpeado por los efectos económicos de la pandemia; eligió subsidiar al Capital. El mismo Capital que 100.000 nuevos pobres después, 60.000 desempleados, el desplome del 7% del PBI y una devaluación del peso frente al dólar de casi un 10%, sigue sin dejarse ver, salvo para exigir más subsidios y menos impuestos. El mismo “Malla Oro” que luego de zamparse millones de dólares generosamente regados por el Gobierno para sostenerles un año ininterrumpido de especulación patronal a cuenta del Estado Uruguayo con un eterno y muy conveniente – para ellos – Seguro de Paro masivo, pasó simpáticamente a sacarse de encima, por arte de magia y con nuestro dinero, miles de indemnizaciones, litigios, costos fijos y operativos (seguro de paro más teletrabajo) y por supuesto, la “carga” de mantener según Derecho miles de empleos “a perdida” que ni retomaron ni tampoco despidieron. El limbo “Win– Win” de la hipocresía liberal en acción. Cuando mantiene sus manos alejadas del Estado, llora por su ineficiencia, voracidad e inutilidad; cuando al fin logra ponérselas encima, simplemente lo saquea – “hay que desplumar la gallina” – y lo que queda, lo pone al servicio integral de sus intereses de su clase. El pavoneo demagógico del “Fondo Coronavirus” grabó 15.000 asalariados estatales – aún con salarios hasta un 20% por debajo de la Canasta Familiar Básica – pero olvidó cuanto gerente de banco, terrateniente ganadero, maderero o sojero, traje caro de Ciudad Vieja o macanudo vario anda por ahí. Lo olvidó a la hora de pasarle la alcancía, pero lo premió con el subsidio “Malla Oro” que además de evitar el malhumor televisivo, lo deja con la mejor disposición del mundo para a donar polenta y aceite. Hace unos años el problema era “dejar de subsidiar vagos”. Mejoramos. Ahora solo subsidiamos ricos. Si en algún momento el Gobierno supuso que arriesgando en lo sanitario se salvaba lo económico, se equivocó. No solo ya estamos entrando inexorablemente en un escenario de colapso de nuestro sistema sanitario jugados el todo por el todo a una vacuna de dudosa eficacia e inoculación “de rebaño” recién a completar dentro de 5 meses, sino que además, a pesar de todas nuestras posibilidades estructurales y financieras, ya transitamos de lleno en un colapso económico del que no se ve – ni hay – ninguna ruta de salida a corto o mediano plazo. Pero mientras esto sucede aquí y ahora en los pulmones y heladeras de miles de uruguayos, el Gobierno y su militancia podrán reclamar un éxito rotundo en la instalación de toda clase de dilemas, ambigüedades y falsas oposiciones respecto a un sinfín de temas como la obligatoriedad de la enseñanza, la “libertad responsable”, la discrecionalidad represiva e inspectiva en aglomeraciones, fronteras como coladores y ámbitos laborales privados junto a otras tantas “perillas” que nadie sabe cómo y para que se mueven salvo para diluir, excusar y justificar el retroceso, el olvido o el liso y llano abandono del Estado de sus obligaciones constitucionales. Una falsa meritocracia – “sos libre, pero depende de vos” – apestando a darwinismo selectivo, se aplicó a la concepción política, social e instrumental del concepto “Salud Pública” para pervertirlo y subordinarlo a un “libre albedrío” tan tautológico, como retórico y tramposo. Tan hipócrita como prescindente. La falsa dicotomía de “subsistencia económica versus salud individual y colectiva” fue remachada en la sociedad uruguaya por un cinismo utilitarista que chantajea exitosamente, ahora ya desde la propia preservación individual ante la enfermedad frente a las necesidades productivas y de lucro dadas y exigidas para presentar como irremediable y hasta necesaria el abandono de toda perspectiva humanista y verdaderamente solidaria. Una solidaridad, vaya paradoja, que el Gobierno exige a quien menos tiene pero solo entrega a quienes más. Así las cosas, me disculparan por la falta de optimismo. Usted y yo sabemos que nos esperan días llenos de dolor, pérdida y muerte. Usted y yo sabemos que en Uruguay, el Gobierno perdió el control de la pandemia y que además, no ha propuesto absolutamente nada más que hacer pagar a quien menos tiene – y solo a ellos – todo el costo económico de la misma. Usted y yo sabemos que es un hecho consumado. Que el abandono, la irresponsabilidad, el talenteo, la arrogancia y la temeridad siempre tienen resultados trágicos. Que “libertad responsable” no es igual a “nada debemos esperar sino de nosotros mismos”.
Nunca fue igual. Nunca fue lo mismo.