Margarita Heinzen
En la última edición de los Premios Oscar estaban nominadas para acceder a la preciada estatuilla dos películas que hablan de la maternidad: Madres paralelas, de Pedro Almodóvar y La Hija Oscura, primera película de Maggie Gyllenhaal. Ambas disponibles en Netflix. En la de Almodóvar, Penélope Cruz estaba nominada a Mejor actriz y en la adaptación del libro de Elena Ferrante también la nominación era para la actriz principal, Olivia Colman. Más allá de que ninguna de las dos recibió el premio, en ambas aparece la maternidad desde ópticas diferentes a la de la madre abnegada, que se ha impuesto en los principales relatos del mainstream. Posiblemente esto responda en parte a que las mujeres ya no enfrentan la maternidad como un camino obligado o como una acción que está pautada, sino que ésta se complementa con otros logros en ámbitos que en otras épocas pertenecieron sólo a hombres como el laboral, el político y el científico, y que, a su vez, generan nuevos obstáculos donde se produce tensión y nuevamente las posibilidades de crecimiento se limitan. En esto estamos.
Varios trabajos académicos muestran que el concepto de maternidad ha ido evolucionando a lo largo de la historia de occidente y que recién en la segunda mitad del siglo XIX se unifica la noción de maternidad con la crianza, llevando hacia allí la identidad de la mujer. Antes, la maternidad se limitaba más a la función puramente nutritiva: procreación, gestación, parto y amamantamiento, funciones que la naturaleza le había asignado visiblemente. La obligación primera de la mujer respecto a la prole era la de traerla al mundo. Luego incluso, su consideración social era tan inferior que la crianza pasaba a ser responsabilidad del padre, quien a su vez la delegaba en algún tutor. La esterilidad era vivida como condena y como punto de ruptura de la unión de la pareja. La procreación legitimaba la relación conyugal.
En el siglo XX en Estados Unidos se produce una nueva valoración del hogar y la maternidad, y el rol de las mujeres se organiza en torno a una nueva visión del ideal romántico. Las mujeres defienden su valor como encargadas de la crianza de los futuros ciudadanos de la república y demandan educación para ser formadas y poder formar. Surge el culto a lo doméstico donde las mujeres aparecen protegidas en este contexto privado, ellas ahora como guardianas de la moral, encargadas de ofrecer apoyo emocional a sus esposos e hijos y colaborando en la formación de una sociedad más virtuosa. La crianza pasa a ser así una tarea para quien mejor la cumple, que es la madre y su presencia constante se vuelve irremplazable para proporcionar una experiencia temprana constructiva. Este nuevo modelo requiere dedicación total, gran inversión de energía y recursos, conocimiento, capacidad de amor, vigilancia de su propio comportamiento y subordinación de los propios deseos. Este discurso tiene muchas consecuencias, entre ellas porque establece criterios de «buena» y «mala» madre, con lo que genera la idea de la madre omnipotente. Esta es la madre idealizada y perfecta, la que puede lograr resultados excelentes para el desarrollo del hijo y proveedora del cuidado de la familia. A su vez, los resultados negativos en el desarrollo del niño, los desórdenes psicológicos individuales y los males sociales son debidos a las malas prácticas maternas y ella es culpable por ello.
La cultura de la madre idealizada lleva implícita la identificación entre mujer y madre. La maternidad es el objetivo central en la vida de las mujeres y la naturaleza femenina es condición de la maternidad. Las mujeres son consideradas con una capacidad natural de amor, de estar conectadas y empatizar con otros, señalando a la personalidad femenina como un modelo para un mundo más humano. La maternidad, además, satisface deseos inconscientes y recompensas para la propia madre, ya que existe una complementariedad de las necesidades de madre e hijo. Esta madre idealizada lleva implícito el concepto de la madre asexuada. La sexualidad femenina fuera de los circuitos de la reproducción aparece así amenazante. Muchos tienen problemas con la idea de que algunas veces las mujeres experimenten el sexo como un fin en sí mismo y esto responde al terror frente al poder de la madre sobre la vida y la muerte (aborto), según explica María Elisa Molina de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
En la segunda mitad del siglo XX, la mujer ingresa masivamente al mercado de trabajo pero no cuestiona el mandato de la maternidad, con lo que en definitiva suma responsabilidades: a la procreación y crianza agrega el desarrollo profesional, en franca desventaja con sus colegas hombres. Actualmente, sin embargo, existen una multiplicidad de cambios, donde roles y patrones tradicionales sufren importantes transformaciones y surgen nuevas alternativas de definición de cada individuo.
La evolución histórica de la noción de maternidad, en particular en relación con la imagen de mujer y las nociones de crianza, demuestran el impacto de esta construcción social en la identidad de la mujer y su posición en la sociedad. Los cambios que caracterizan la época postmoderna plantean nuevas demandas.
Parte de esta evolución es la que plantean las dos películas mencionadas. En La hija oscura, una madre se atreve a priorizar su carrera frente a la crianza de sus hijas y las deja al cuidado de su padre. Luego, al entrar en contacto con una madre joven, saturada también por los deberes maternos, ella repasa las decisiones de su vida al respecto. Es una película en la que las cavilaciones en la mente de la mujer (¿madre/hija?) nunca son explícitas. Se sugiere, se insinúa, se recuerda y el espectador va armando la película, valga la redundancia, en su cabeza hasta el final, que no deja de ser desconcertante.
La película de Almodóvar cuestiona la capacidad de decisión de ser madre entre una mujer adulta (madre añosa) y una adolescente frente a las circunstancias en que conciben, explora los vínculos que se establecen entre las generaciones, la responsabilidad de los cuidados inserta en una sociedad competitiva, la sexualidad no binaria y el compromiso por la memoria colectiva. Viniendo de Almodóvar nada de esto nos debería sorprender.
En 2020, uno de los cursos que tomé aprovechando la virtualidad, se refería a escrituras del yo y los llamados géneros autobiográficos. Quedé sorprendida que muchos de los trabajos de mis ocasionales compañeras, al narrar una experiencia significativa de sus vidas, se refirieran a la maternidad en términos negativos, al período post parto como un período oscuro, en el que demoraba en aparecer el llamado “instinto maternal” (si aparecía), período durante el cual se sentían muy infelices. No creo que las mujeres antes fuéramos muy distintas, si bien teníamos otros mandatos sociales. Creo sobre todo que no nos dábamos permiso para aceptar que podíamos ser malas madres, al menos por un rato.