Nota publicada en suplemento cooperativo de 20Once
Cooperativas de vivienda
En memoria de Ricardo Pisciottano, por mucho tiempo dirigente de FECOVI, que fue el primero que me hizo notar que nuestras cooperativas de vivienda habían ganado el Premio Nobel de Economía.
Hace quince años, la Real Academia de Ciencias de Suecia, que concede anualmente los “Premios Nóbel” de Economía, realizó dos milagros simultáneos: otorgó el premio 2009 a una mujer (por primera vez desde su creación, exactamente cuarenta años y cuarenta premios antes): Elinor Ostrom, economista y politóloga estadounidense, y lo concedió, no por un sesudo trabajo sobre el circulante, la presión fiscal o la (des) regulación de los mercados, sino por el estudio comparativo, a través de una cantidad de casos en distintos países, de la eficacia en e| manejo de los bienes comunes cuando lo realiza el mercado, el Estado o la población organizada.
Se trataba por cierto de un tema hasta entonces alejado de la prioridad de los estudios económicos y sobre el que, a partir del trabajo de Garret Hardin “La tragedia de los comunes”, se defendía la tesis de que sólo el mercado y el Estado podían obtener buenos resultados, y que la gente común sólo podía dilapidar esos bienes.
Hay que señalar que “común” puede tener aquí dos lecturas y las dos pueden ser válidas: el objeto de actuación (los bienes de la comunidad), pero también aquellos que actúan: los “comunes”, la gente de a pie, lejos del Mercado y a veces también del Estado.
Hardin sostenía que “cada hombre se encuentra atrapado en un sistema que lo compele a aumentar su ganado sin ningún límite, en un mundo que es limitado. La ruina es el destino hacia el cual todos los hombres se precipitan, persiguiendo cada uno su propio interés en una sociedad que cree en la libertad de los bienes comunes”. O sea, en definitiva, la ineficiencia de la autogestión y la necesidad de que otros agentes, más capacitados o más poderosos, fijen las reglas, para que no se produzca una insostenible dilapidación.
Ostrom pensaba de otra manera: “lo que se observa en el mundo es que ni el Estado ni el mercado han logrado con éxito que los individuos mantengan un uso productivo, de largo plazo, de los sistemas de recursos naturales. Además, distintas comunidades de individuos han confiado en instituciones que no se parecen ni al Estado ni al mercado para regular algunos sistemas de recursos con grados razonables de éxito durante largos periodos” (Ostrom, “El gobierno de los comunes”).
Pues bien: en el Uruguay, las cooperativas, y en particular las de vivienda, están probando desde hace décadas las conclusiones de Ostrom. Y las están probando, haciendo. Bien podría decirse, entonces, que también ganaron, aunque sea un pedacito del Premio Nobel de Economía.
*****
No dudo que en otras ramas del cooperativismo se puedan sacar conclusiones análogas, pero es que en el campo de la vivienda están dadas las condiciones para demostrar de manera concluyente que la gente organizada avanza allí donde el Estado se empantana y el mercado, en su afán de incrementar las ganancias (que es su razón de ser) está muy lejos de brindar soluciones.
En efecto, en el tema de la vivienda, en nuestro país tenemos casi un modelo de lo que es autogestión por los destinatarios: el cooperativismo, y un caso ejemplar de lo que puede hacer el mercado cuando recibe todos los estímulos y facilidades posibles, y ningún control: la primeramente mal llamada ley de estímulo a la “vivienda de interés social”, y ahora, por recato, “vivienda promovida” (porque lo que produce, de interés social tiene poco).
En el primer caso es la propia gente la que lleva adelante los proyectos y toma las decisiones, apoyada por un equipo técnico interdisciplinario (el “instituto de asistencia técnica”) y además aporta mano de obra y/o ahorro para que los conjuntos se construyan, y el Estado se encarga de proporcionar el financiamiento y luego de recuperar los fondos aportados.
En el sistema de vivienda promovida, en cambio, las empresas privadas ponen el suelo, hacen el proyecto, lo financian, lo construyen, lo venden y se llevan todas las ganancias, y el Estado, para facilitarles la labor, los exonera de todos los impuestos imaginables, que las cooperativas pagan religiosamente.
*****
¿A dónde se llega por uno y otro camino? El resultado, en el caso de las cooperativas, los sanduceros lo conocen bien, porque desde que nació el sistema, a fines de la década del sesenta, han sido pioneros en su desarrollo y hoy lo siguen siendo con el proyecto urbano “Paylana”: vivienda adecuada, de buena calidad, en terrenos con todos los servicios y a un costo que el propio Estado determina, porque es el que proporciona los recursos por la vía de un préstamo. Hoy son, para una vivienda de dos dormitorios, poco más de 2400 unidades reajustables, unos cien mil dólares, de los cuales los cooperativistas ponen el 15% en trabajo o ahorro. Ese valor se reduciría otro 15% o más, si las cooperativas tuvieran las mismas exoneraciones que la vivienda promovida.
En cuanto a ésta, el costo no se conoce, porque es un secreto empresarial, pero el precio sí, porque lo fija el empresario y se puede consultar en las inmobiliarias: para dos dormitorios, de doscientos mil dólares en adelante. Se vende la vivienda, la ubicación, las “amenities” y si hay vista al mar o al río, se vende (y se cobra) también la vista.
Para llegar a este resultado el Estado ha venido haciendo una renuncia fiscal de ochenta a noventa millones de dólares por año, que no van a la rebaja de los costos sino al aumento de las ganancias.
Esta dualidad tiene consecuencias de todo tipo: económicas, sociales, urbanísticas. Pero una muy importante es a quiénes llega un producto y a quiénes llega el otro: según un informe del Departamento de Evaluación del entonces MVOTMA, los hogares que integran las cooperativas de vivienda, pertenecen, en un 94% a los quintiles de ingresos 1 y 2 (los más bajos); los que acceden a las viviendas promovidas tienen que ser del quintil 5, el de ingresos más altos.
¿Milagro? Ni tanto. Sólo diferencia entre la producción social del hábitat y la producción de hábitat como negocio.
*****
En las proximidades del Día Internacional de las Cooperativas, es bueno reconocer las formidables potencialidades del sistema para resolver los problemas de la gente y la necesidad de que tenga el mismo o mayor apoyo que tienen otros sistemas de producción, orientados al lucro. Y, algunos meses después, también será bueno recordarlo a la hora de decidir a quién se va a apoyar para conducir los destinos del país.
Benjamín Nahoum