Con fecha del miércoles 6 de noviembre de este año, la Jueza Letrado Penal de 23 turno (Montevideo), doctora Isaura Tórtora, resolvió el procesamiento con prisión del miliar retirado Walter Díaz Tito “bajo la imputación prima facie de reiterados delitos de abuso de autoridad contra los detenidos, y estos en concurrencia fuera de la retiración con reiterados delitos de privación de libertad en calidad de coautor” en el marco de la investigación por el asesinato de Gilberto Coghlan, que falleció el 14 de diciembre de 1974 como consecuencia de las torturas que aplicó la dictadura (1973-1985); la denuncia es una de las que impulsa el Observatorio Luz Ibarburu.

“En primer lugar uno siente alegría porque se haga algo de justicia con este genocida al que, la verdad, le había perdido el rastro. Lo último que supe de él fue hace unos 20 años cuando estuvo de agregado militar en Estados Unidos. Primero aparece alegría pero después hay una mezcla de emociones, aparecen los recuerdos, se revive todo aquello…no es fácil…”, asume  Francisco, hijo de Gilberto Coghlan. El ampliamente conocido, “Torí” tenía “unos diez años” cuando falleció su  papá y Raquel, su hermana, “unos dos años y medio más”.

Gilberto, apodado “trencito”, era oriundo de Río Negro, trabajaba en AFE, en Montevideo, integraba el sindicado de ferroviarios ocupando espacios de responsabilidad y exposición y formaba parte de la Organización Popular Revolucionada 33 Orientales (OPR-33). Antes del inicio formal de la dictadura había sido apresado en reiteradas ocasiones, “Tori” cuenta que «en el 72, en una de esas salidas que había tenido, íbamos a un diario porque él tenía que hacer una nota sobre una huelga que estaban armando. Yo me acuerdo clarito que le dije, “papá, y ahora que te soltaron, ¿porqué no te quedas quieto? Y él me respondió, “¿vos estás loco? No se puede tener miedo a los milicos, hay que seguir, hay que seguir…». La mamá de Raquel y Francisco resolvió que lo mejor para preservar a sus hijos era tomar cierta distancia y es así que a finales de aquel año los tres se instalaron en Paysandú, su lugar de origen.

“Cuando arranca la dictadura él estaba libre, estaba clandestino, pero lo agarraron enseguida”, relata Francisco sobre la detención que se produjo en la Sede de la Unión Ferroviaria en la noche del 31 de julio de 1973 y en la que fueron retenidos varios dirigentes del gremio. “Acto seguido, fueron conducidos a Transmisiones N° 1 donde fueron sometidos a interrogatorios bajo tormentos físicos siendo liberados algunos de ellos el día 23 de agosto”, señala el acta de resolución y agrega que Coghlan y otros militantes “fueron conducidos al Regimiento de Caballería Mecanizada N°4”. Allí fueron “maniatados y encapuchados, sometidos a sendos interrogatorios mediante apremios físicos y la aplicación de picana eléctrica a los efectos de que confesaran su pertenencia al OPR 33”;  los interrogatorios estuvieron a cargo del teniente Walter Díaz Tito. Raúl Olivera, que también fue detenido en la citada reunión, declaró, “Al otro día nos llevan a los cuarteles de Peñarol y ahí somos masacrados…No me acuerdo cuántos días somos torturados, donde participaban activamente el turco y un sargento al que le decían el criminal. En determinado momento en el mismo mes de agosto a mediados nos trasladan al batallón de caballería motorizada nro. 4 en camino Mendoza…somos nuevamente víctimas de torturas en ese lugar y sé que Coghlan está sentado mientras nosotros estábamos en plantón…”. Rolando Ojeda dijo que en esa dependencia vio a Coghlan “en condiciones desastrosas”, con “la cara toda hinchada, la nariz destrozada, sangrada”. Según la información que posee la familia, en un traslado y estando la víctima con capucha, el militar al que refieren como “turco”, cuyo apellido “es Oanesian, o algo así, que era karateka, torturador también, le pegó una patada que le quebró la nariz, le partió la cara”. Cuando el testigo Lucas Peña fue consultado sobre Coghlan indicó que lo vio en el “4° de caballería” con “marcas de golpes, de picana, las quemaduras, en las piernas y los brazos eran correspondientes a ésta última”. Orestes Rodríguez Fros relató: “Coghlan me muestra las piernas donde tenía unos hematomas y me dice mirá lo que me hicieron”. Finalmente el detenido fue trasladado al Regimiento de Caballería N° 9 desde donde ingresó al Hospital Militar en condiciones muy comprometidas. La doctora María Elena Curbelo, internada en el mismo centro, también como detenida, testimonió, “supe cuando trajeron a Coghlan…nos avisaron que estaba mal, que tenía hematomas y heridas lo que vieron los compañeros cuando lo acuestan y lo desnudan…Luego los compañeros nos avisan, por señas que se hacían por entre las mamparas, que estaba en coma…ya venía sin conocimiento y todo el rostro y el abdomen hinchado…Vino la doctora que estaba de guardia, la cual se preocupó mucho por él y dio la orden de que fuera trasladado al CTI (…) pero como en la sala de los detenidos la orden no la daba el médico sino los militares, ellos decidieron no trasladarlo…ya en la mañana del otro día cerca del mediodía, el enfermero llamó al médico de guardia, y el vino solamente a firmar la defunción en virtud de que ya estaba muerto…”. El doctor Roberto Scarabino certificó fallecimiento por “accidente vascular encefálico”. El informe de la Cátedra de Medicina Legal plantea que la atención médica brindada no condijo “la gravedad del cuadro” aunque reconoce que al momento del arribo al hospital el hombre de 36 años de edad “tenía un pronóstico vital ominoso”.

“Papá no fue desaparecido por casualidad”, asegura “Tori” y explica que su mamá y su abuela paterna «combinan para ir a visitarlo justo ese día, el 14 de diciembre. Llegaron a la visita y se encuentran con la novedad de que papá no estaba y aparece el comentario de que le había dado un ataque, entonces empiezan a buscarlo por todo Montevideo, por las cárceles, por los hospitales, por todos lados. A las once de la noche estaban en el Hospital Militar, paradas al lado del que hacía guardia. Y se dio que pasó otro militar que preguntó, “fulano, ¿quiénes son estas señoras?”, y el guardia le contesta, “es la madre del fallecido Coghlan”. Así se enteraron. Y bueno, al rato le entregaron el cuerpo que estaba todo envuelto y atado con alambre y les dijeron que no lo podían abrir. Al otro día salió la noticia en un diario de Montevideo, no me acuerdo en cual, de que papá se había escapado. Entonces, no fue desaparecido porque justo fueron ese día».

Coghlan reivindica la lucha por “Memoria y Justicia” y descarta que esa posición revele “odio, que queremos venganza o revancha. Nosotros no queremos que los hijos de estos genocidas, que sus familias, tengan que pasar lo que nosotros pasamos, nuestro reclamo de por justicia, nada más”. No obstante advirtió que desde ciertos sectores de la política se construye un relato  “que sí tiene un poco de odio” hacia las víctimas del terrorismo de Estado.

“Tori” reconoce la amorosa tarea de su mamá “que nos contuvo muy bien” así como el esfuerzo material que implicó criar dos hijos en un lugar “en el que nadie le daba trabajo porque era la esposa de…”. “Hay compañeros que tienen un poco de resentimiento hacia los padres que se fueron, que no miraron por la familia. En ese sentido, ni yo ni mi hermana sentimos eso de reprocharle a papá; al contrario, sentimos algo de orgullo por lo que hizo, porque se jugó la vida”.

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