Escribe Américo Schvarzmann
Jorge Lanata fue una de las grandes decepciones de mi vida temprana. De admirarlo profundamente en los tiempos de aquel Página/12 al que me suscribí, que devoraba todos los días y que (lo digo sopesada y cautamente) me salvó, sí, me salvó, en tiempos del menemismo; de admirarlo entonces, de colaborar con orgullo en Página/12 primero y en Crítica después, pasé a despreciarlo profundamente cuando se fue a Clarìn y, pocos años después, entré de lleno a la etapa superior de la decepción: la indiferencia total. Ya no me interesaba Lanata, qué opinaba, qué denunciaba, me daba igual que un Eduardo Feinmann o un Luis Majul.
Con todo, creo que algo de aquel Lanata original y genuino que me deslumbró, seguía vivo en él, cuando ya había hecho todo lo contrario de lo que aprobaría aquel Lanata original. Afloraba, por ejemplo cuando tras haber aportado como quizás nadie a la falsa grieta que a unos y otros convenía, de repente empezó a cuestionarla, como si hubiera cobrado conciencia del daño al que habia contribuido, daño que quizás no entendamos adecuadamente por mucho tiempo más.
Lanata es una síntesis de lo mejor y de lo peor del periodismo de la Argentina. Y en lo peor, ojalá fuera un fenómeno único, una singularidad poco habitual. No, las peores prácticas del periodismo argentino a las que Lanata acudió en su vida profesional a partir de cierto momento (en que se cansó «de perder plata»), son de lo más común. Son la moneda corriente. Por desgracia, son el «sentido común» de los medios porteños de alcance nacional, y de sus imitadores en todo el territorio argentino (y de países limitrofes).
No, no era en eso algo especial. Lo singular en él era su talento. Que antes había brillado por fuera de toda esa rueda de mediocridad y de intereses funestos, y que, ya adentro, tuvo algunos pocos brillitos pero ya no fue ni de lejos lo que había sido. De renovador disruptivo del periodismo argentino se había convertido en emblemático showman del mainstream (y en inglés porque así funciona también la tilinguería porteña que contamina toda la vida cultural argentina). Su rebeldía de antaño se había reducido a firmar contratos que le permitían fumar en cámara cuando a ninguna otra figura del star-system se le ocurría hacer algo así. Boludez, egocéntrica y suicida, con la que se autoengañaba: sentía que con eso seguía siendo rebelde.
Pero. Pero. Pero.
Antes de bastardearlo y de sacárselo de encima como una mugrecita incómoda, piensen que el tipo a los 26 dirigía Página/12. Aquel Página/12. El de fines de los 80 y los 90. El que reunía dignidad, coraje, buena info, irreverencia, humor, inteligencia, escepticismo y ciencia (¿recuerda alguien el increíble suplemento «Futuro12»), buena escritura. Aquel Página/12. No la caricatura que se publica hoy.
A los 26 años.
Hace como 15 años, cuando hacía poco que se había creado la APDU (la Asociación de Periodistas del Departamento Uruguay Jorge Ernesto Lanata vino a Concepción del Uruguay a dar una charla y a «apadrinarla» (entre comillas porque hay toda una polémica sobre si era padrino o solo socio honorario, miren qué temas hondos se discuten por acá).
En la charla, que fue una noche de octubre de 2009, realizada en el salón de la Universidad de Concepción del Uruguay(UCU), donde se dictaba una Licenciatura en Periodismo, Lanata —quizás para demostrar que todavía era Lanata— les dijo a los jóvenes periodistas ¡que no estudiaran periodismo! Ante las atónitas miradas de las autoridades académicas, Lanata argumentó que si querían ser buenos periodistas no estudiaran periodismo, que estudiaran otra cosa. Economía, derecho, literatura, filosofía. Que los buenos periodistas no salieron de las carreras de periodismo sino de otras. Y que de esa manera, no iban a decir tonterías haciendo periodismo.
Recuerdo que también me sorprendió que era grandote: yo lo hacía más chiquito. Aunque yo ya había colaborado con Página/12 y con Crítica, él no me ubicaba, no tenía la más pálida idea de quién era yo. Sin embargo fue amable, generoso y muy cordial en las conversaciones que tuvimos esa noche. Conmigo y con los demás miembros de la APDU.
La foto es de la cena de la APDU con Jorge Lanata en 2009.
Era otro Lanata. Era otro país. Era otra APDU. Eramos todos otros. Esta lagrimita despide, en parte a todos esos «otros» que ya no son, no solamente a Jorge Ernesto Lanata (1960-2024).