Por Horacio R. Brum
El 13 de enero, los medios argentinos informaron sobre una escena propia de la Edad Media, que se produjo después de un accidente carretero. Un camión con 75 vacas volcó en la ruta 8, al noroeste de la ciudad de Buenos Aires; en la zona del vuelco abundan las estancias turísticas y más hacia la capital está Pilar, uno de los centros de desarrollo de los barrios cerrados, en muchos de los cuales es posible vivir a todo lujo, aunque con fuertes medidas de seguridad.
A consecuencia del accidente, unos pocos animales quedaron muertos o heridos y según manifestó a la prensa el dueño de la carga, los sobrevivientes iban a ser trasladados a otro camión, lo que fue impedido por una turba, que faenó en el lugar a las bestias accidentadas y se llevó a las que estaban en pie. Nada importó el sufrimiento de los vacunos, al ser faenados por los métodos más brutales, ni la violación de la ley en un acto de abigeato. Los policías que llegaron al lugar no realizaron acción alguna para impedir lo que estaba sucediendo, sea por desidia o por la intimidación de la multitud.
Hechos como éste son comunes en Argentina; camión que vuelca, camión que es saqueado por personas que suelen provenir de las villas miseria de las inmediaciones, pero ¿los protagonistas son simplemente gente acuciada por la pobreza, o pertenecen a un estrato que ha perdido todos los valores de la vida en sociedad y actúa sólo guiado por un primitivo instinto de supervivencia?
En su ansia por ganar los votos de la burguesía -siempre temerosa de que le suban los impuestos o le expropien sus propiedades-, el progresismo (otrora orgullosamente autodenominada izquierda) ha guardado en un cajón las ideas y conceptos de aquel viejo barbudo que a mediados del siglo XIX se dedicaba a fumar y escribir en el gran salón de la Biblioteca Británica. Fue él, junto a su amigo Friedrich Engels, quien habló por primera vez de un conjunto de individuos sin conciencia de clase, manipulables y sin valores: el lumpenproletariado. Cuando los efectos de la pobreza no están aliviados por la educación pública, por el ejemplo de vida de referentes como los maestros, los religiosos o los dirigentes comunitarios, surge el lumpenproletariado, un material humano maleable y aprovechable para el encumbramiento de cualquier tipo de demagogos populistas. De él también se beneficia el narcotráfico, que recluta microtraficantes, distribuidores y sicarios, además de expandir la base de consumidores de droga, por lo general en las peores variedades de ella, como el paco.
En la política, el lumpenproletariado aporta una masa que vota, guiada por el clientelismo y por el primitivismo emocional, a líderes que le ofrecen la salida rápida y poco menos que milagrosa de su estado miserable y lo cierto es que, si su número es suficiente, ese voto puede representar un desastre para la democracia. Las fotos de los habitantes de los barrios carenciados argentinos agitando un cartel que representaba un billete de un dólar con la cara de Milei o de un campesino de Ecuador con vestimentas raídas que levantaba una pancarta con la leyenda: “Sin dólar no hay progreso”, en una marcha a favor del actual presidente derechista, son testimonios claros de las ilusiones que manipulan los políticos aprendices de brujos de esta época.
Sin embargo, no sólo de la pobreza pueden surgir las masas embrutecidas. Otro fenómeno de estos tiempos es el consumismo, que pone a todas las clases sociales a merced de los expertos en la manipulación psicológica de los compradores y conduce al estado de “soy lo que tengo”. Nuevamente se puede recurrir a un ejemplo argentino: hace dos semanas se publicó el dato de que el consumo de leche llegó al nivel más bajo en 34 años y que desde los principios del siglo XX no se comía tan poca carne vacuna (menos de 47 kilos por persona al año). Tanto la carne como los lácteos han tenido una suba astronómica bajo el gobierno actual; hay yogures, por ejemplo, que cuestan lo mismo o más que en Europa y varios de los economistas serios que el Presidente desprecia sostienen que la baja inflación está “dibujada”, porque las autoridades usan para medirla categorías de la canasta de hace 30 años.
No obstante, otras informaciones dan cuenta de que hay argentinos que van en masa a Chile a comprar ropas de marca y artículos electrónicos, y que siguen en aumento los viajes a destinos como Miami y las playas brasileñas. De regreso a casa, estos compradores paseanderos vuelven a quejarse por los grandes aumentos de las tarifas de los servicios, a reducir el presupuesto para la alimentación diaria y a fingir compasión por los jubilados, los grandes sacrificados por la “licuadora” y la “motosierra” mileístas. Aun así, siguen manifestando en las encuestas su apoyo a un mandatario que está destruyendo todo el tejido de protección social y es partícipe necesario de una enorme estafa con criptomonedas. Esta otra variedad de las masas embrutecidas ha perdido todo espíritu crítico, reacciona solamente por miedo a un pasado reciente que supuestamente fue peor (los tiempos kirchneristas) y mira para otro lado ante los signos de deterioro de la democracia, pero no pertenece a los más pobres entre los pobres, sino a la clase media. “Ciudadanos consumidores”, los llamaron los politólogos de Chile que analizaron la aceptación durante tres décadas del “milagro económico” que estalló en 2019, cuando se desvaneció la ilusión de la prosperidad a crédito.
Al igual que tantos argentinos de hoy, una mayoría de los chilenos estuvo dispuesta a sacrificar libertades a cambio de la prosperidad económica. No en vano, en las primeras elecciones de la vuelta a la democracia, los dos candidatos de la derecha vinculados al “milagro”: el ex ministro de Hacienda de Pinochet Hernán Büchi y el empresario Francisco Errázuriz, quien más adelante protagonizó varias estafas, obtuvieron casi el 45% de los sufragios. Otras masas embrutecidas tomaron por asalto el Congreso de Estados Unidos en 2021 y ayudaron a que su líder desequilibrado fuera entronizado nuevamente en la presidencia…Cuando el lumpenproletariado y el lumpenconsumidor se encuentran en las urnas, pierde la democracia.