Hace algunos años, uno de mis peculiares vecinos, me platicó que él había sido el primero en la ciudad en poner un puesto de venta de ropa sobre la vereda. Como algunos vivos se dieron cuenta que la cosa andaba, ‘le robaron la idea’ y bien pronto, aparecieron otros puestos como el de él.

Un poco después, otro vecino más curioso que el anterior, me contó algo más alarmante. Me dijo que él había sido el primero en vender las latas de refresco frías. Al ver lo buena que era la idea, los almacenes de la vuelta ‘le robaron la idea’ y así fue como todos se pusieron a vender latas frías de refrescos.

Como han leído, los ladrones de ideas andan sueltos y parecen más peligrosos que los delincuentes comunes. Eso sí, es importante señalar que robar una idea no parece tan difícil.

Pensemos en una primer persona que, producto de su mente creativa cree haber ideado algo novedoso o que tiene pinta de original. Ahora imaginemos una segunda persona que por esas cosas misteriosas de la vida, se le ocurre lo mismo que la primera. Si además resultara que la segunda persona se ubica en el círculo cercano de la primera es decir, se conocen o tienen algún tipo de contacto, es fácil imaginar que la primera va a sospechar que la segunda, le ha robado la idea.

Cuando iba a la oficina de registro de autor para realizar algún trámite sobre escritos, recuerdo que había un funcionario que repetía a todos los que lo consultaban que las ideas no pueden registrarse. Agregaba que, mientras la idea se mantuviera solo en la cabeza, no había forma legal de reclamar su autoría. La cosa cambiaba cuando esa idea se podia describir en un texto o se concretizaba de alguna forma medible o tangible. A ese dilema, se puede agregar que cuando se trata de ideas sencillas, comunes, por no decir pedestres, es probable que no sólo se le ocurran a dos personas sino a muchas más, sin que sea necesario estar conectadas entre sí.

Aún recuerdo, en una época ingenua de mi vida que en una tarde efusiva, me vino a la mente una idea luminosa. Se trataba de una frase que bien podría ser el título de una obra de teatro o la de un guión: “La verdad de las mentiras”. La idea me parecía espectacular y cuando ya me disponía a escribir algo con ese título, me enteré que había un montón de cosas que se llamaban igual y que el mismísimo Mario Vargas Llosa ya había publicado una novela que se llamaba igualita. En ese momento, adivinaron, lo primero que pensé es que Vargas Llosa me había robado la idea.

Pero no creamos que solo las ideas básicas o sencillas son susceptibles de copiarse, ‘la coincidencia’ también se puede presentar en ideas mucho más elaboradas.

En 1858 en Londres, Darwin trabajaba en su conocida obra “El origen de las especies” en donde plantea su teoría sobre la selección natural de los seres vivos, basada en sus observaciones y conclusiones de sus viajes a bordo de el HMS Beagle. Llevaba varios años redactando la versión final, cuando recibió un paquete de Alfred Russel Wallace, un naturalista inglés que vivia en Ternate, una isla del archipelago malayo en Indonesia. El paquete contenía un ensayo corto que Wallace le pedía a Darwin revisar y de ser posible, devolverle una opinión al respecto.

Mientras leía el escrito, Darwin palideció, esto lo suponemos nosotros, porque el ensayo de Wallace describía, basado en su trabajo de 5 años en el archipielago malayo, una teoría de la evolución por selección natural, idéntica a la que Darwin llevaba varios años escribiendo. ¿Qué fue lo primero que pensó Darwin? adivinaron, Wallace me ha plagiado la teoría. Revisó el intercambio epistolar que había establecido con Wallace en el pasado para ver si de alguna manera a él se le había filtrado información sobre su teoría pero no, no había evidencia alguna de que Russel Wallace hubiera plagiado su teoría. De forma asombrosa, Wallace había llegado a las mismas conclusiones que Darwin y esto, alteraba de golpe la paternidad de tan revolucionario conocimiento.

Al sentir que su descubrimiento se tambaleaba, Darwin apretó el paso y en 13 meses, sacó a la luz el libro que provocaría el cisma histórico que ya conocemos. ‘Nunca había visto una coincidencia más impresionante” afirmó Darwin, no sin amargura. La teoría de Wallace que por otro lado, carecía del prestigio de Darwin y los contactos necesarios en la comunidad científica, quedó desplazada a un segundo plano.

En conclusión, las ideas son libres y viajan de forma caprichosa por encima de nuestras realidades humanas, pudiendo anidar en cualquier cabeza con condiciones para descifrarlas y ejecutarlas. Pero como el ser humano es egocéntrico, crear ideas seguirá siendo lo más fácil, lo difícil, será erradicar el pensamiento maligno de que alguien nos robó nuestra formidable idea, aunque esa idea, consista en poner un puesto de tortas fritas cuando hace frío.

Columna: Siempre que paró, llovió

por Salomón Reyes

Director, Guionista, Actor y Productor

 

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