Escribe Óscar Geymonat   

No sé por qué fue ayer. Lo cierto es que escuché la frase como si fuera nueva. “Es necesario mirar el mundo de otra manera.” Es de una solidez indiscutible y una elementalidad neciamente ignorada, pero no es nueva. Sin embargo, al oírla ayer en una tertulia radial entre especialistas en temas internacionales tuve la sensación de que algún engranaje con riesgo de oxidarse se me movía en la cabeza. Me sonó como la versión secular, atea o por lo menos divino prescindente, del «es necesario nacer de nuevo” con el que, según el Evangelio de Juan, Jesús recibió a Nicodemo antes de que le formulara ninguna pregunta.

La frase del tertuliano vino después de una hora de análisis y debate a partir de la tan singular, digámoslo eufemísticamente, reunión entre los presidentes de los Estados Unidos de América y Ucrania el 28 de febrero en la Casa Blanca. Para lo que estamos acostumbrados a ver en situaciones así, ésta se pareció a una mesa redonda sobre fútbol de una liga menor y amateur. Pero en todo caso eso es aleatorio.

Me quedo con esa frase que me pareció dicha como una conclusión con más resignación que esperanza; como si fuera el final de un camino que exigió mucho, al que se llega con mucho cansancio y cuyo único logro es saber que no era el correcto. Es necesario empezar de nuevo.

Otro de los participantes comparó los análisis y las búsquedas en materia de las actuales relaciones internacionales y las posibles soluciones como el tránsito por un laberinto en busca de la salida pero sin el hilo de Ariadna. Llevará muchos intentos fallidos, aseguró, muchas idas y venidas, algunos logros y otros muchos fracasos. Y se me ocurre pensar que se trata de laberintos mucho más complejos que aquel en Creta por el que Teseo fue a la lucha con el Minotauro. Las sinuosidades de aquél estaban establecidas y eran siempre las mismas; las de éstos están en continua reconfiguración. El panorama con el que amanecemos cada día cuando nos informamos suele no ser el mismo que vimos antes de irnos a dormir, las alianzas no son las mismas, en tiempos de relaciones líquidas las lealtades también se escurren. El pasaje de aliado a enemigo se hace a una velocidad también desacostumbrada. La incertidumbre es la certeza.

Tambaleando en arenas movedizas, la frase me pareció de una solidez en la que podía apoyar el pie con seguridad: “es necesario mirar el mundo de otra manera”.

Al mismo tiempo parece que volvemos a contar una historia repetida. Dejá vu, como dicen los franceses. Para garantizar la paz, Europa multiplica exponencialmente sus gastos en armas. Nos contaban cuando íbamos al liceo que en ese mismo continente terminada la Primera Guerra Mundial se hizo corriente la frase “si quieres la paz, ármate para la guerra”. No necesito decir cómo siguió la historia. Pero para peor, de muy adulto vine a enterarme que esa frase la había dicho un emperador romano allá por el siglo IV en el mismo continente. Es decir que no somos el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra; éste sería por lo menos el tercer tropezón. Y un tropezón no es caída pero sí tremendo porrazo.

Volvemos a oír como novedad envejecida discursos megalómanos de pretendidos dueños del mundo que transformarán la Franja de Gaza en una especie de barrio privado donde el dinero caerá como el antiguo maná, con la diferencia de que alimentará a muy pocos, se apoderarán de Groenlandia, del Canal de Panamá, de Canadá y de todo lo que se les ocurra porque para eso han sido enviados. Hemos oído dislates similares, no tienen nada de nuevo y se los ha tragado la historia. Las competencias comerciales han pasado a llamarse batallas y últimamente guerras en esto de hacer un lenguaje cada vez más brutalmente explícito, despojado del encanto demagógico de otros tiempos.

La industria armamentista sigue siendo, y cada vez con más holgura, la más lucrativa del planeta. Reparte una riqueza cada vez más concentrada y una pobreza cada vez más inclusiva. No sé cuánto le interesa la guerra, más bien la necesita. Lo que sé es que la paz no entra en sus planes.

Historias repetidas e inconducentes cuyo ídolo es el becerro de oro. “Lo que importa es el dinero, la salud va y viene” decía el Juancho creyendo que hacía un chiste.

En la mirada de quienes tienen la ilusión de manejar el mundo, el dinero es el objetivo, ni siquiera la riqueza, el dinero, el dinero acumulado y el consumo desmedido en una suerte de locura descomunal.

Es necesario sí, mirar el mundo de otra manera, pero me parece que para eso necesitamos ojos nuevos, con otro orden de prioridades, en el cual la vida en su más amplia manifestación tenga la prioridad. Y para eso es necesario nacer de nuevo, nacer de lo alto. Se abren miles de preguntas, pero una certeza: es necesario.

Publicado originalmente en Noticias de Colonia el 7 de marzo de 2025