El 14 de marzo se conmemora en Uruguay el “Día del ex preso y la ex presa política”, en  recordación a la liberación de los últimos 52 prisioneros y prisioneras de la dictadura cívico militar que gobernó el país entre 1973 y 1985. La jornada se constituye en una oportunidad de reflexión en procura de mantener viva la memoria y a reafirmar el compromiso con la verdad y la justicia.

En 2025 se cumplen 40 años de la recuperación democrática y de las ultimas liberaciones de los presos del gobierno de facto, 47 hombres y 5 mujeres, “quienes, tras años de encierro y tortura, volvieron a la vida en democracia, cerrando uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente del país”, expresó Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente en un comunicado alusivo a la fecha.

Según la institución, creada en 2000 y dependiente de la Secretaría de Presidencia de la República, “por décadas, esta fecha fue recordada bajo la denominación de «Día del Liberado», una expresión que invisibilizó el papel fundamental de las mujeres en la resistencia y en la prisión política. La represión no hizo distinciones de género, y el reconocimiento de la valentía, el sufrimiento y la contribución de las mujeres es un acto de justicia histórica”. La conmemoración busca honrar “a quienes sufrieron la prisión política, la tortura y el exilio, así como a quienes nunca regresaron” y representa “un paso fundamental hacia la recuperación democrática, pero también recuerda que la búsqueda de verdad y justicia sigue siendo una deuda pendiente”.

“Se lo debemos al pueblo uruguayo”

“Lo que plantearon los milicos fue largar a la gente de a poco para evitar aglomeraciones. Yo salí el 2 de marzo, después que asumió Sanguinetti, Sanguinetti asumió el 1, a mí me largaron el 2, a mi y a unos cuantos. Hubo otra salida el 10 y la última el 14 de marzo. Y bueno, fue emocionante, porque toda la gente, incluso gente que no compartía nuestras ideas, nos fue a saludar. Creo que la liberación de los presos era un clamor popular, más allá de que las coordenadas internacionales no le eran favorables a la dictadura y que haya sido muy torpe en el manejo del país, no sólo en lo social sino también en lo económico, creo que se lo debemos al pueblo uruguayo”, reflexionó Carlos Caillabet, entrevistado en el contexto de la recordación por Primer Plano, el servicio informativo de Canal 4 de Cablevisión Paysandú.

Del duro regreso a casa

En su libro “Frente Amplio de Paysandú 1971-2005”, el ex preso político, periodista y escritor reconstruyó el duro proceso de reinserción social de quienes padecieron el atroz trato de las cárceles. En el octavo capítulo del trabajo, bajo el título “Paysandú y dictadura”, aparece un apartado subtitulado “Primeros retornos” donde Caillabet brinda un representativo panorama sobre la dureza de aquel regreso que experimentaron varios sanduceros.

“A fines de la década del setenta los sanduceros que comienzan a salir de las cárceles con “libertad vigilada” retornan a Paysandú donde no encuentran trabajo o son contratados para realizar changas con pagas miserables. Sin embargo, hubo excepciones solidarias como la del productor rural Alberto Lino Carbo que dio trabajo digno a Pedro González –nos dice su hija Raquel– y a José Montero. Por su parte, Ernesto Agazzi, salió del penal de Libertad en agosto de 1978 y regresó a Paysandú donde había formado familia. Para sobrevivir hizo desde cometas a mermelada para vender y poco después, junto a Eduardo Piaggio, emprendió la confección de bolsas de nailon para envolver panes dulces. Mientras tanto “poco a poco” –nos dice Agazzi–, se fue “arrimando a la tierra” trabajando primero de tractorero y luego con Mauricio Zanoniani en la plantación de remolacha. Agazzi tenía la firme convicción de no irse del país y a través de Hugo Pareschi fue contratado para trabajar en Azucarlito. Un concurso que ganó le permitió asumir como administrador de Azucitrus, lo que aprovechó para realizar con los trabajadores de la naranja tareas militantes. En este período fue varias veces detenido al punto que no le quedó otra opción que irse del país. Junto a su familia, en 1981, Agazzi se exilió en Francia regresando en 1985”, cuenta Caillabet.

El texto también reivindica “al panadero Mario Bracco y al ex obrero de Paylana Walter Rossi que, pese a la modestia de sus labores y a los riesgos a los que se exponían, no vacilaron en contratar a ex presos, entre ellos a Horacio Gargano, Roberto Meyer y Hermes Pastorini. En tanto, otros intentaban mantenerse creando “algo propio”, como los ex presos Jorge Martins y Marcos Silva que instalaron un precario taller de reparaciones en fibra de vidrio en la casa del primero en la calle Florida casi la actual Luis Batlle Berres”.

Como “otro ejemplo solidario” se menciona al médico Pablo Zunín que, como una manifestación de esa conducta, aportó los 500 pesos “por los gastos ocasionados el Estado” exigidos para la liberación de Magdalena Espillar, que estuvo presa desde 1972 hasta 1976.

El libro, cuya lectura exhortamos, introduce varias historias personales y familiares cuyo conocimiento nos permite reconstruir el duro camino a casa, en general muy accidentado y que, en muchos casos, terminó siendo desvaído, por diversos condicionamientos, hacia otros horizontes. Libres de las rejas de los militares, estos vecinos tuvieron que aprender convivir con la aprisionante opinión ajena que, en general, no escatimó palabras para mantener abierto “el estigma” que señaló a aquella o aquel que fue preso político.