Por Horacio R. Brum
Allá por 1983, cuando quien esto escribe trabajaba en la BBC de Londres, el gobierno de Margaret Thatcher estaba en su apogeo. Gracias a la estupidez belicista de la dictadura argentina -apoyada por muchos de sus compatriotas- la victoria en la guerra de las Malvinas le había dado a la Dama de Hierro un nuevo período de gobierno y ahora sí contaba con la fuerza política para difundir su credo neoliberal. A la demolición del sistema de bienestar social creado por los gobiernos de centroizquierda al término de la Segunda Guerra Mundial se sumó una cultura de la especulación, que tuvo sus principales manifestaciones en la Bolsa y en el mercado inmobiliario. En este último ámbito, fueron levantadas muchas de las restricciones arquitectónicas que mantenían la armonía en el desarrollo de las ciudades y se impuso un término que luego se hizo común en muchas partes del mundo donde el tejido social de los barrios fue destruido por los grandes proyectos, el encarecimiento del suelo y la llegada de habitantes sin nada en común con quienes habían vivido allí durante varias generaciones: gentrification, que viene de la palabra gentry, el grupo social de los “caballeros”, o como diríamos por nuestros lados, la gente bien.
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