Por Horacio R. Brum
El 27 de enero estaba en Berlín, soportando el tiempo inclemente que la capital alemana suele tener a esas alturas del invierno y añorando los calores de nuestro verano austral. En camino a tomar el tranvía desde mi hotel, encontré en la vereda cuatro rosas blancas, cuidadosamente arregladas para enmarcar cuatro placas de metal con la apariencia de adoquines, de unos diez centímetros por lado cada una. Grabados a martillo, unos nombres y unas fechas relataban pequeñas y trágicas historias de las víctimas del nazismo, porque las placas estaban puestas frente a la casa de donde cuatro personas habían sido secuestradas por la locura racista, para ser eliminadas en los campos de concentración. Esas placas son las Stolpersteine (“piedras obstáculo”) creadas por el artista plástico alemán Gunter Demnig en un proyecto para hacer que no se borre la conciencia del mal desatado por los nazis.
Las cuatro rosas blancas fueron puestas por alguna mano anónima, pero el 27 de enero el gobierno alemán y muchas organizaciones sociales del país conmemoraron el Día Internacional de las Víctimas del Holocausto, tal cual lo hacen todos los años. No obstante, la instalación de las Stolpersteine es un proyecto que, desde 1996, compromete a toda la comunidad, porque pueden ser encargadas en un taller de Berlín por quienquiera que desee recordar a un familiar, un vecino o cualquier víctima del régimen de Hitler, en el punto exacto donde comenzó su camino hacia la muerte. Así, el homenaje no se limita a los alemanes judíos; incluye a los gitanos, homosexuales, disidentes políticos, testigos de Jehová, víctimas de la eutanasia y tantas otras personas consideradas seres inferiores y no merecedores de la vida, por aquellos maniáticos de una supuesta pureza racial.
Existen decenas de miles de Stolpersteine en Alemania y Austria, y también en otros 23 países de todo el continente europeo, cuyas sociedades permanecen alertas a los rebrotes del racismo y la xenofobia, con frecuencia encubiertos en discursos políticos que proponen más controles para la inmigración clandestina o identifican a los migrantes con el aumento de la criminalidad. Los caudales circunstanciales de votos de partidos como el andaluz Vox, el Frente Nacional francés, el Alternativa por Alemania o el Fratelli d’Italia, que puso en el poder en este país a la neofascista Georgia Meloni, no pueden ser tomados como un retroceso a los tiempos más oscuros de Europa, porque el rechazo colectivo a esos tiempos es una constante reflejada a diario en los memoriales y las actividades culturales. No hay en Europa una ley de “caducidad de la pretensión punitiva del Estado”…
En el centro de Berlín, el Memorial a los Judíos Asesinados de Europa es un conjunto de enormes bloques de cemento, que forman una estructura laberíntica en casi dos hectáreas de superficie. Al caminar por los estrechos pasillos entre esas estructuras, especialmente en invierno, el visitante puede llegar a sentir la desorientación y la desolación de quienes fueron arrancados de sus hogares y sus vidas normales, para ser llevados a encierros que terminaron con la muerte. Este monumento es una visita obligada para los estudiantes alemanes, que también viajan en excursiones del recuerdo a los antiguos campos de concentración. Los museos organizan con frecuencia exhibiciones sobre el nazismo; actualmente, en el Museo Histórico Alemán berlinés, una de ellas abarca el período desde la Primera Guerra Mundial hasta la caída del Muro, planteando la inquietante pregunta de qué habría pasado con el encumbramiento de Hitler o la creación de la Alemania comunista si los ciudadanos comunes y corrientes se hubiesen manifestado masivamente en contra de esos procesos.
Esa pregunta y el mensaje de las Stolpersteine tienen un alcance universal, porque después de ver cómo los alemanes cultivan el recuerdo de unos hechos que no deben repetirse jamás y no les buscan justificaciones, uno queda pensando en cómo reaccionamos ante la imposición de las dictaduras en nuestros países o el simple hecho de que David Fremd seguiría siendo un pacífico comerciante sanducero, si alguien, en vez de tomar a broma al desquiciado que le dijo “Voy a matar un judío”, hubiese llamado inmediatamente a la policía.
FOTO
“Stolpersteine” en la calle Pistorius de Berlín. (HB)