Por Horacio R. Brum
Todos los países necesitan héroes populares, que no son los líderes políticos o militares de las grandes gestas, cuyos monumentos se adueñan del centro de las plazas, sino personas comunes y corrientes que en algún momento realizaron una única acción que repercutió en la vida de miles de sus compatriotas. Es así como se dan al pueblo ejemplos de honestidad, coraje silencioso u otras virtudes que supuestamente conforman la identidad nacional. Con frecuencia, esos ejemplos tienen mucho de mito y la existencia de sus protagonistas es difícilmente comprobable, o se pierde en las nieblas de la historia.
Más virtuosos son esos ejemplos cuando están encarnados en niños: Marco, el pequeño italiano que sufrió por amor filial buscando a su madre inmigrante en toda la Argentina; el “tamborcito sardo”, quien cayó baleado por los ocupantes extranjeros mientras, subido a un árbol, describía los movimientos del enemigo a las tropas patriotas de la liberación de Italia; en Europa abundan esos personajes y los holandeses tienen uno que está acorde a su vocación pacifista. Se trata de Hans Brinker, un muchacho de ocho años que vivía cerca de uno de los numerosos diques que evitan que ese país se lo trague el mar.
Supuestamente, Hans era un niño lleno de inquietudes y curiosidad, además de muy solidario con los pobres y los ancianos. Un día, cuando iba a llevar alimentos a un anciano pobre, el muchacho pasó cerca de un dique, donde observó que había un pequeño agujero del cual salía agua. Esa pérdida podía significar la ruptura de la presa, con la consiguiente inundación de las tierras y los pueblos cercanos. Sin pensarlo dos veces, Hans tapó el agujero con su dedo y gritó por ayuda, pero nadie le oyó y así quedó durante toda una noche. Sólo al día siguiente pasó alguien que se percató de que el niño necesitaba ayuda. Una vez reparado el dique, los vecinos se dieron cuenta de que habían sido salvados por Hans, que en algunas versiones de la leyenda muere por el agotamiento y en otras recibe los homenajes de toda la comunidad. No hay registros de la realidad del hecho y se supone que la figura de Hans está inspirada en un personaje creado en 1873 por una escritora de cuentos infantiles estadounidense. Por otra parte, la versión de la supuesta hazaña no tiene asidero técnico, porque si se produce un hoyo en un dique o una represa, la fuerza del agua lo agrandará rápidamente y el desastre será inevitable. No obstante, el pueblo holandés ha adoptado esta ficción, y hay estatuas dedicadas al niño héroe en varias ciudades de los Países Bajos.
De la mano de OMA, y tal vez por el origen holandés de la empresa, Hans Brinker ha llegado a Paysandú. Revisando lo que del tan mentado Masterplan ha decidido publicar la Intendencia en su página web, salta a la vista por irreal la idea de contener las inundaciones mediante un sistema de diques o barreras, y esclusas. Lejos de ser uno de esos ríos europeos que por su caudal se parecen más a nuestros arroyos, el Uruguay es uno de los ríos más largos y caudalosos de América del Sur, que puede convertirse en una verdadera bestia líquida durante las inundaciones. En estos tiempos de cambio climático, las más importantes autoridades en el tema están recomendando adaptar las actividades y asentamientos humanos a las variaciones de la Naturaleza, en vez de oponerse a ellas. La barrera que se propone en el Masterplan es parte del concepto perimido de dominar las fuerzas naturales, pero asombra más todavía el intento de alteración radical de la línea de la costa, con escolleras, playas artificiales y una laguna (¿se habrá considerado el permanente problema de los mosquitos sanduceros?). Bien está la idea de preservar los humedales de las cuencas de La Curtiembre y el Sacra, pero poco hay sobre la imprescindible descontaminación de esos cursos de agua. Llama la atención también que partes de la descripción del proyecto parecen un “copy paste” de otros, en el que aparecen frases y títulos en inglés. Incluso, se habla de una “conexión frente al mar”. Detalle más, detalle menos, lo que la Intendencia muestra en la web no parece ser un trabajo que haya ameritado gastar más de un millón de dólares ni encargarlo a una empresa extranjera. Hay sí mucho colorido y muchas ideas deslumbradoras, pero el lector de los documentos que conozca algunos ejemplos en otros países se queda con la sensación de estar frente a la oferta de cuentas de colores y telas brillantes que hizo Cristóbal Colón en sus primeros encuentros con los nativos de Nuevo Mundo.
En todo megaproyecto, las empresas y las autoridades suelen disimular la letra chica de los costos y perjuicios reales, o de los beneficios que llegarán a unos pocos. Mirando los planos e ilustraciones del Masterplan, en esa letra chica están los desarrollos inmobiliarios que también alterarán radicalmente la vida de la comunidad costera y probablemente generarán el fenómeno conocido como “gentrificación” (por la palabra inglesa ‘gentry’, que en traducción libre podría ser ‘gente bien’). El hotel, los edificios y las viviendas “ecológicas” de la propuesta no están pensados -por sus precios-, para quienes hoy habitan la zona y la idea es atraer a los “bellos e inteligentes”, como ya está sucediendo con otros proyectos en Colonia o Punta del Este.
Que Paysandú necesita mejorar su borde costero y buscar soluciones al problema de las inundaciones no se puede dudar, pero ello puede hacerse sin negar lo que poco a poco se ha avanzado y sobre todo, con visiones que partan de la comunidad y de la realidad local, con la participación directa de la gente. Si algo en el Masterplan sale mal, no habrá un pequeño Hans Brinker para poner el dedo en el dique, porque él ya estará disfrutando muy lejos del jugoso cheque que la Intendencia le dio.
FOTO
Monumento a Hans Brinker en La Haya.