Por Horacio R. Brum
El individuo dice que se comunica con el espíritu de su perro muerto, y de las células de éste hizo crear genéticamente otros cuatro animales (un procedimiento que le costó alrededor de 50.000 dólares), a los que llama “mis hijitos de cuatro patas”; durante un almuerzo con sus colaboradores políticos, el individuo se irritó porque uno de ellos intentaba comer un plato de papas fritas, y las hizo retirar al grito de: “¡En mi mesa no se comen papas fritas!”; durante otra reunión, el individuo se negó a tomar las bebidas que había sobre la mesa y fue al baño, a servirse un vaso de agua de la canilla; el individuo sostiene que cuenta con el apoyo de unas “fuerzas del cielo” y no confía plenamente más que en su hermana, quien le organiza la agenda diaria y supervisa todas sus actividades. En otras circunstancias y en otra posición, el individuo sería visto como alguien de dudosa salud mental, con arrebatos mesiánicos, pero este personaje es el hombre que los argentinos eligieron para que saque a su país de dos décadas de desquicio kirchnerista, cuyo balance principal muestra a más del 40% de los habitantes en la pobreza, una política sumida en la corrupción, un desprecio generalizado por las leyes y las reglas del juego y una economía en ruinas, que para el ciudadano común y corriente se manifiesta en la inflación desbocada.
El individuo es Javier Milei, un economista sin mucho brillo, que como diputado de un partido minoritario se convirtió en pocos años en una criatura mediática. Insultando a todos y criticándolo todo, Milei sacó un buen partido de la figura del “transgresor”, ese sujeto desbocado y poco respetuoso de las normas y convenciones sociales que ha alcanzado la aceptación de la sociedad argentina principalmente a través de la imagen de algunos conductores y animadores de la televisión. Con el grito de batalla de: “¡Viva la libertad, carajo!”, el hoy presidente de la Nación la emprendió contra la política tradicional y se presentó como una suerte de vengador de todos aquellos que vieron frustradas sus expectativas de futuro por un grupo de corruptos, etiquetados por él como “la casta”.
Disfrazado de justiciero y populista de derecha, Milei logró ocultar parcialmente al neoliberal de tomo y lomo que realmente es, cuyo modelo de país se basa en el Chile que los socios civiles de Augusto Pinochet construyeron en los primeros años de la dictadura militar; desregular todo y desmantelar el Estado hasta donde sea posible es la consigna que plasmó en su cadena nacional del 20 de noviembre, el mismo día en que el gobierno mostró cómo se propone lidiar con las protestas callejeras.
En los años kirchneristas, el derecho a la protesta había adquirido un carácter sacrosanto, con frecuencia en conflicto con el derecho a la libre circulación y al trabajo. A una población harta de sufrir molestias y atrasos por los piquetes y otras formas de toma del espacio público, el Milei candidato le prometió poner fin a esas situaciones y el Milei presidente nombró para la misión a quien, paradójicamente, en su juventud fue simpatizante activa del grupo guerrillero urbano Montoneros. Patricia Bullrich, rival en la primera ronda de las elecciones presidenciales en representación de la centroderecha de Juntos por el Cambio, asumió el ministerio de Seguridad sin disimular sus intenciones de aplicar la mano dura. En la tarde previa al mensaje presidencial, una movilización de las organizaciones piqueteras de izquierda por el centro de Buenos Aires casi tuvo más efectivos policiales que manifestantes. Desde el momento mismo del anuncio de la marcha, las autoridades comenzaron a difundir mensajes intimidatorios, con amenazas de cárcel y el retiro de los planes sociales para quienes se atrevieran a bloquear las calles. Así, los organizadores apenas juntaron unas 5.000 personas, de las 50.000 que esperaban y el gobierno se apuntó un tanto, porque en la zona céntrica se oyeron comentarios de personas aliviadas por el supuesto fin de los piquetes.
Sin embargo, por la noche las cacerolas estallaron en muchos barrios de la capital y otras ciudades cuanto terminó la cadena nacional, pero volvió a aparecer la grieta que ha dividido durante tanto tiempo a los argentinos. Entre el ruido de las cacerolas se oían gritos como: “¡Que se vaya el facho!”, respondidos por: “¡Viva la libertad, comunistas!”. El presidente, mientras tanto, usó su recurso favorito de las redes sociales para tratar de comunistas a los caceroleros y acusarlos de permanecer atados al pasado. El jefe del Ejecutivo también mostró esa actitud refractaria a la crítica respecto de los juristas y políticos que sostienen que no puede imponer por decreto los cambios que desea. La idea de Milei es promulgar medidas mediante Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), un arma legal que la Constitución da al presidente para evitar los debates en el Congreso. Igualmente, los DNU deben tener la aprobación parlamentaria, pero desde la Casa Rosada se insiste en que pueden aplicarse sin ella.
Se va configurando así un ejercicio autoritario del poder, por parte de un individuo con escasa capacidad para el diálogo, que está convencido de que el voto popular le ha conferido una autoridad para hacer lo que le plazca (poca diferencia con los Kirchner). Además, este presidente tiene tendencias mesiánicas, reforzadas por su cercanía a uno de los sectores más conservadores de la comunidad judía. Desde agosto y hasta su traslado a la residencia presidencial estuvo alojado en un hotel perteneciente a uno de los empresarios más poderosos del movimiento Lubavitch y después de las elecciones viajó a los Estados Unidos en una peregrinación que combinó contactos económicos con la visita a la tumba del rabino líder de los Lubavitch. El vuelo fue en un avión privado cuyo arriendo, según averiguó el diario Clarín, costó alrededor de 250.000 dólares, suma que no podía tener en su cuenta personal el presidente electo, aunque sí pudo haber sido aportada por el dueño del hotel, cabeza del grupo IRSA. Este grupo empresarial opera en los más variados ámbitos y como referencias más conocidas, se puede mencionar la propiedad de los centros comerciales Abasto, Alto Palermo, Patio Bullrich, así como el centro de exposiciones de La Rural, además de intereses inmobiliarios en Montevideo y Punta del Este.
Los Lubavitch son una minoría muy conservadora dentro de la colectividad judía argentina, la cual se caracteriza por estar más alineada con el centro y la izquierda, con figuras que hacen aportes de gran importancia a la cultura nacional. Por eso, la relación entre el nuevo presidente y ese grupo ya está generando críticas en el seno de la comunidad, en especial por sus pretensiones de convertirse eventualmente a la religión hebrea. Durante la campaña electoral, más de 3.000 personalidades judías, desde médicos hasta actores y escritores, publicaron una carta abierta en la que manifestaron su rechazo a Milei por el “uso político que realiza del judaísmo, sus textos y sus símbolos”.
Un factor de preocupación regional puede ser el nacionalismo de Javier Milei, que le ha llevado a afirmar repetidas veces que Argentina fue y volverá a ser una potencia mundial; con una exageración que no tuvieron ni siquiera los militares de las dictaduras, en su discurso de la noche de la victoria dijo: “Volvemos a retomar … las ideas de nuestros padres fundadores que hicieron que en 35 años pasáramos de ser un país de bárbaros a ser la primera potencia mundial”. La historia no es el fuerte del economista-presidente, quien toma hechos y personajes para reforzar sus ideas sin mayor rigor e ignora que Brasil estuvo más cerca que este país de ser una potencia. A lo mejor, por esa ignorancia ofendió al mandatario brasileño, llamándolo “zurdo salvaje” y después le envió una invitación a la ceremonia de asunción del mando -que Lula Da Silva rechazó-, como si la dignidad del primer mandatario de la novena economía del mundo debiera subordinarse a un aspirante a dirigir una hipotética primera potencia.
Javier Milei no parece entender que los argentinos lo eligieron por pura desesperación, no por comulgar con todas sus ideas, pero él, tal cual lo manifestó en una entrevista periodística, tiene a Moisés por referente. O sea, que se ve a sí mismo como el líder con la misión divina de dirigir un pueblo hacia la tierra prometida, que en este caso, es el paraíso neoliberal…