Escribe Darío Rodríguez
Esta es una historia de tantas. Después de rodar por el mundo, 20 años atrás, Antonio y Nélida llegaban a Paysandú apenas asumida la mayoría de edad. Y como la sociedad determina que los pobres vivan “donde puedan” terminaron en una zona inundable y en una “vivienda” precaria. Su convicción, valores y compromiso le han permitido traer tres hijos al mundo, el último, de meses. La, para ellos, nueva inundación los volvió a sacar: esta vez tapados con la solidaridad del colectivo que integran.
Es cierto que el Estado emplea, cuando el río se sale de cauce, -con escasas medidas de fondo-, algunas herramientas.
En la conformación de las ciudades, los gobiernos y los sectores del poder desarrollaron una política dual; así los sectores con mayor capacidad económica se ubicaron en los sitios con todos los servicios e infraestructura y el resto fue a la periferia o a zonas inhabitables (a la vera de cauces de agua, predios contaminados, inundables, etc). Esto, como tantas otras cosas, se ha naturalizado.
Ir a una nueva lógica, parcialmente asumida en gobiernos de izquierda, requiere, además de enfrentar poderosos intereses, aportar planificación (ya se dispone de la ley de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Sostenible y planes locales de Ordenamiento), saberes, participación ciudadana e ingentes recursos económicos.
¿De qué hablamos cuando sostenemos que hay que ir a otra lógica? Una prueba fehaciente de lo que sostenemos es el proyecto sociourbano en la ex Paylana. Allí se integran actividades y poblaciones. Cooperativistas, jubilados, centros educativos y espacios para emprendimientos privados sintetizan una visión democrática.
Los gobiernos alientan y exaltan, desde arriba, la solidaridad de la gente con los afectados por eventos climáticos. Les es funcional trasmitir la idea de “empresa nacional”. Mientras fogonean esa actitud y observamos camiones del Estado trasladando inundados, – articulando respuestas puntuales-, que la práctica va mejorando se reproduce el círculo.
Con los verificables cambios climáticos, la población en cualquier lugar del mundo no puede habitar en condiciones indignas; carente de infraestructura y servicios.
Quienes asumen la conducción del Estado alimentan la idea, ello se expresa en las permanentes decisiones que toman, que el mercado también regula el uso de la ciudad. Al transitar tal política, mientras la ciudad consolidada se vacía, a la extendida, lentamente, se le aporta infraestructura y servicios. Hay una subutilización de la inversión que la sociedad hizo en décadas. Extienden la ciudad, especuladores, fraccionadores que están lejos de pensar en Antonio y Nélida.
El Plan Avanzar, que se implementa en Paysandú y otros departamentos, atiende una solución habitacional; lo cual es parte de una medida de fondo, pero reproduce el mismo paradigma: los pobres deben estar en las periferias. Es claramente contrastable el proyecto de la ex Paylana con las relocalizaciones o realojos.
Para evitar malos entendidos es bueno saber que la población de las cooperativas no es “la élite” de los desheredados del mundo; son los desheredados. En buena medida integran el universo que atiende el Plan Avanzar. Vemos, por ejemplo, familias con ingresos de 5/8 mil pesos y que, literalmente, pasan hambre. Los testimonios son harto elocuentes. Algunas de ellas entregaron la soga al que los ahorca que, precisamente, no es dios.
Sin generar falsas dicotomías, el nuevo modelo de ciudad, inclusiva, diversa, sin expulsores ni expulsados, prosperará en la medida que a los movimientos vinculados al hábitat se le sumen otros sectores, encuentre más carnadura en la academia, en las organizaciones políticas y sea un tema tan relevante como la creación de empleo, contar con salario digno y defender el abatimiento de la pobreza. La demanda, con organización detrás, debe ser integral; la disociación es letal.
Por esto, Antonio y Nélida, ahora con tres hijos, Erlinda, Mateo y la pequeña Diana, buscaron una solución, en colectivo, que el Estado sistemáticamente niega. Optaron por ingresar a una cooperativa de vivienda que, además, está en la ciudad consolidada. La decisión fue madurando masticando bronca con el Estado y viendo en cada recurrente inundación a dónde les tocaría ir, que comida se les serviría y en qué condiciones serían alojados. Pero también pensaban y veían que otros no se inundaban y por qué ellos no podían tener similar suerte.
Tal vez, al ingresar a la cooperativa y afrontar con creces el esfuerzo inherente, no conceptualizaron sobre el nuevo paradigma. Eso sí, tuvieron claro que la salida es colectiva -con toda la problemática y complejidad de esto- y eso les trasladan a sus críos.
“Otra vez nos saca el agua, pensé que la anterior era la ´´ultima”, expresaba Nélida, momentos previos a tener que salir de la vivienda en la que el río obligaría dejar. Ya saben de las inundaciones y la incertidumbre que rodea el dejar tu “lugar” en el mundo y todas las distorsiones que ello acarrea. El despliegue del Estado (evacuando damnificados, dando información sobre la altura del río, patrullando las zonas, reforzando partidas a cargo del MIDES) no puede hacer perder el foco. La gente debe estar en donde debe y no en “donde puede”.
Tras la bajante del río, con todo lo que siempre deja, tendremos el ejemplo de Antonio y Nélida que nos dicen que no hay soluciones mágicas y que, para los de abajo, la alternativa es la organización, denunciando el vil y denigrante clientelismo político.
Antonio y Nélida optaron por el cooperativismo, pese al urgentismo y algunas malas prácticas que intoxican el mundo popular. Allí, sin idealizar, “naides es más que naides”, hay organización, solidaridad y construcción de comunidad.
Antonio y Nélida enseñan, particularmente a sus iguales que en Paysandú, hay que escapar del anecdotario que genera cada evento adverso y pujar por medidas de fondo. La ciudad es el techo de todos y no es válido que algunos duerman a la intemperie o que siempre se embromen los mismos.
Encastre
Es claramente contrastable el proyecto de la ex Paylana con las relocalizaciones o realojos.
La gente debe estar en donde debe y no en “donde puede”.