Por Horacio R. Brum
Están en todas partes, bien vestidos y sonrientes, y salen de las tiendas con muchas bolsas de compras. Hace unos días vi a tres de ellos, dos mujeres y un hombre joven, en un cambio de la estación de ferrocarril de Hamburgo, recibiendo un giro en euros. Ya los había visto en mi visita a Alemania el año pasado, pero este año me asombró que su presencia ha aumentado en varias ciudades europeas. Son los ucranianos, habitantes de un país donde, según la historia que nos venden los medios de comunicación y los gobiernos bajo la influencia de los Estados Unidos, hay una guerra en defensa de la civilización occidental contra la barbarie rusa encarnada en Vladimir Putin.
Aunque la agresión de Moscú es innegable, ella se puede explicar por el avance hacia las fronteras rusas de la influencia política y militar estadounidense, por intermedio de la Unión Europea. Al poco tiempo de desintegrada la Unión Soviética, esa influencia se asentó en Polonia y las tres repúblicas bálticas -Estonia, Letonia y Lituania-, donde la historia ha generado un sentimiento antirruso rayano en la xenofobia. Ucrania era la pieza que faltaba para cerrar el cerco a una Rusia que no era temida por los gobiernos occidentales mientras la veían bien encaminada hacia el capitalismo, pero se convirtió en una amenaza cuando Putin reveló sus intenciones de devolver al país al papel de potencia mundial, con el agregado de una nostalgia por la grandeza de los tiempos imperiales.
En 2013, Washington y los europeos estimularon unas protestas en Kiev contra el gobierno prorruso y lograron derrocarlo; la respuesta inmediata del Kremlin fue la toma de la península de Crimea, un territorio de gran simbolismo en la historia del Imperio Ruso, que había sido entregado a Ucrania por Nikita Kruschev después de la muerte de Stalin. Crimea también tiene un valor estratégico, porque es la llave de la salida al Mediterráneo y al Atlántico de una parte importante de la flota rusa. Para ampliar su “zona de seguridad”, Putin invadió luego los territorios ucranianos de mayoría cultural rusa y lo que siguió después es la historia de la guerra.
La reacción de los supuestos defensores de la democracia occidental tuvo mucho de paranoia, porque partió del supuesto de que Rusia avanzaría sobre el resto de Europa, un miedo que es un residuo de la Guerra Fría y aún está muy presente en países como Alemania o todos los del antiguo bloque comunista. Así, se echaron al viento los criterios más elementales de la democracia, con prohibiciones y censuras de todo lo que se vinculara al gobierno de Moscú (el cual a su vez aplicó una férrea censura informativa). Las sanciones económicas han llegado hasta una forma legal de piratería, con el decomiso en varios puertos de Europa de los yates de los magnates rusos conocidos como “oligarcas”. Por otra parte, se ha dado un virtual cheque en blanco al gobierno ucraniano encabezado por quien, hasta antes de la guerra, era presentado por los comentaristas occidentales como un presidente débil, incapaz de poner las cosas en orden en un país que se describía como uno de los más corruptos del mundo. A estas alturas, la Unión Europea ha entregado a Ucrania, entre ayuda militar y financiera, más de 83.000 millones de dólares, y otro tanto llegó de Washington, con más en camino.
Los beneficios otorgados por la UE a los ciudadanos ucranianos tratados como refugiados, especialmente por Alemania, superan todo lo que se da a quienes provienen de otras partes del mundo: ingreso inmediato al sistema escolar para los niños y jóvenes, fondos para alojamiento y subsistencia y hasta entradas gratuitas a los museos y espectáculos culturales. Es que, como lo dijo a los medios con un racismo inocente una voluntaria española que fue a Kiev a ayudar durante los primeros días de la guerra: “¡Hay que ayudarlos! Son europeos como nosotros…”
Revisando todos los medios de Alemania y Austria, donde se ven más ucranianos de compras y con autos de primeras marcas, quien esto escribe no encontró ningún reportaje sobre ellos. Casi todos los días, la TV alemana inicia sus noticiarios con informes sobre la guerra y las imágenes usuales de la destrucción provocada por Rusia; poco se ve de los contraataques de Ucrania al suelo ruso y nada de los ucranianos que se pasean por la Neuer Wall de Hamburgo o la Maximilianstrasse de Múnich, las calles del lujo donde un precio de miles de euros es normal. El presidente de Ucrania supuestamente prohibió la salida del país de todos los hombres en edad militar y hace unos días afirmó que necesita por lo menos 400.000 efectivos para hacer retroceder a las fuerzas de Moscú. Al parecer y como sucede desde tiempos históricos, allí son los pobres los que mueren por no poder huir de sus casas y tierras, y los que sirven de carne de cañón. La presencia en las ciudades de Europa Occidental de miles de hombres y mujeres ucranianos en edad de “servir a la Patria”, disfrutando de la vida, bien puede deberse a la existencia de una gran red de corrupción que les permite evadir sus obligaciones militares, tolerada por las autoridades nacionales y ante la cual los medios y los gobiernos de la Unión Europea hacen la vista gorda, porque debilita los argumentos de la cruzada moral.
Conversando con un amigo de la colectividad judía argentina, a quien tengo por un hombre muy sensato, a los pocos días de la ofensiva del gobierno de Netanyahu en Gaza, me decía: “Lo que pasa es que los del Hamas usan a los civiles como escudo…¡casi todos los días mis parientes de allá me mandan videos que demuestran eso!”. El salvajismo del ataque del Hamas a través del muro de Gaza puede entenderse en el contexto de una cadena de odios que llega hasta la fundación del Estado de Israel, pero no hay argumentos racionales para justificarlo, como lo ha hecho alguna izquierda tonta de nuestros países. Sin embargo, la política de tierra arrasada que está practicando el gobierno israelí sobrepasa largamente lo que Estados Unidos y sus aliados definen como “el derecho de Israel a su defensa”. La barbarie de Hamas dio a un Netanyahu envuelto en escándalos y acosado por las protestas por sus avances antidemocráticos sobre el poder judicial el pretexto perfecto para unir al país y arrinconar a sus críticos. También ha conseguido el primer ministro, en estos tiempos de “corrección política”, que cualquier crítica hecha en el extranjero al gobierno israelí sea equiparada a una crítica al pueblo judío en general y se la envuelva en acusaciones de antisemitismo. Alemania, por la carga de su culpa histórica, está aproximándose a las violaciones de la libertad de expresión, al prohibir en las manifestaciones pro-palestinas toda referencia a Hamas o expresiones que las autoridades consideren antisemitas; en las universidades estadounidenses se censura a los catedráticos que manifiestan opiniones disidentes de la línea de pensamiento único favorable al gobierno israelí y en algunos países latinoamericanos -como Chile, donde existe una gran comunidad de origen palestino-, los embajadores de Netanyahu suelen responder a las críticas agitando la bandera del antisemitismo.
Poco tiempo después de la incursión sanguinaria de Hamas circuló en algunos medios internacionales la información de que una soldado del ejército israelí, parte del personal de vigilancia del muro de Gaza, había informado a la superioridad de movimientos extraños en la zona a su cargo, pero nadie le había prestado atención. 82 años y dos meses atrás, dos soldados estadounidenses que vigilaban por radar las aguas cercanas a Pearl Harbor, en Hawai, donde estaba anclada la flota naval del Pacífico, comunicaron a sus superiores haber detectado aviones en sus pantallas. La información llegó hasta Washington, pero no se impusieron medidas de alerta especiales. La flota fue casi totalmente destruida por el ataque aéreo masivo japonés, lo que determinó que el gobierno norteamericano lograra cambiar la actitud aislacionista del pueblo estadounidense y entrara en la Segunda Guerra Mundial. Hasta hoy se dice que las autoridades norteamericanas esperaban un incidente menor con los japoneses para lograr ese propósito y subestimaron lo que estaba por suceder en Pearl Harbor.
La magnitud de la incursión terrorista en Israel es casi increíble para un gobierno que se jacta de tener los mejores sistemas para la defensa militar de su población y uno de los más eficaces servicios de espionaje del mundo. ¿Pensó Benjamín Netanyahu en usar un “incidente menor” con Hamas para librarse de sus problemas internos y terminó con un Pearl Harbor en sus manos? Los 1200 muertos y los secuestrados, así como los muertos inocentes de Gaza le harán rendir cuentas ante sus conciudadanos y la Historia, pero antes de eso hay que filtrar la propaganda de una y otra parte con la malla de los hechos desnudos. Ni en Ucrania se está defendiendo de los bárbaros de Rusia a la civilización occidental, ni las fuerzas militares de Netanyahu están arrasando Gaza para ejercer el puro derecho a la defensa.
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Manifestación ucraniana en Alemania (HB)