Por Salomón Reyes

Era el verano de 2006, cuando me encontraba de visita con mi pareja en el MALBA de Buenos Aires, había otra pareja como nosotros en la misma sala que estábamos recorriendo. Al observarlos, me di cuenta que el hombre me resultaba conocido. Se lo comenté a Valeria y me acerqué, tratando de no ser evidente. Así fue como descubrí de quién se trataba. Era Pasqual Maragall, que en ese momento era el Presidente de la Generalitat de Cataluña y que estaba acompañado por su esposa Diana Garrigosa.

Una vez aclarada mi duda, continuamos la visita en otra sala y casi sin querer, coincidimos  frente a un cuadro de Joaquín Torres García, que era parte de una retrospectiva que le estaba dedicando el MALBA. Maragall se acercó al cuadro para verlo mejor y le comentó a su esposa que el cuadro pertenecía a la etapa barcelonesa del pintor. Como se dio cuenta que habíamos escuchado el comentario y que nos había interesado, nos dedicó una sonrisa y sin presentarse, comenzó a oficiarnos de guía. Nos contó la historia de cuando la esposa de Torres García, Manolita Piña, le pidió ayuda para rescatar los frescos que Torres García había realizado en el Palau San Jordi. Una gestión política endemoniada. El caso es que nos tuvo 15 minutos con la boca abierta, contándonos anécdotas sobre el pintor uruguayo que yo desconocía por completo.

No es frecuente que los políticos tengan una formación cultural sólida y aunque tampoco es requisito tenerla, creo que sería de gran ayuda. No se trata tampoco de tener más o menos información general del arte o de los fenómenos culturales existentes sino de tener un interés genuino que impacte y transgreda su espíritu y que repercuta en su visión personal del mundo y desde luego, en su modo de ejercer la política. Ahora que se aproximan las elecciones departamentales, resulta difícil encontrar ejemplos de candidatos o candidatas con un nivel cultural sobresaliente y aunque, algunos dirán que eso no garantiza un buen gobierno o que esa falencia, se puede cubrir con buenos directores de cultura o asesores, yo soy de los que cree que si la cabeza no está amueblada, es difícil rellenar los vacíos.

¿Pero cómo se detecta esa carencia cultural en los candidatos sin hacerles un test de culturemia? No es fácil porque algunos son hábiles declarantes que con la parla fluida o su expertise en otros rubros, dan la impresión que saben cositas cuando en realidad sólo fingen saberlo. No obstante, hay señales que pueden querer decir algo.

  1. En reuniones donde se habla de temas culturales simulan interés y dan la impresión que empatizan con lo que se trata. Eso sí, procuran no opinar con soltura por si les saliera alguna barbaridad. Recuerdo el caso de un Intendente que después de una reunión sobre los robos en los museos, propuso que se guardaran los cuadros originales y se sustituyeran por fotografías.

 

  1. No frecuentan eventos culturales. Si ya sé que alguno dirá que su agenda es tan grande que no les da para estar en todo pero, a alguien que le importa y le mueve la cultura, es fácil hacerse un espacio y acompañar los esfuerzos de algún grupo o especialidad, a la que él o ella sea más afín. Una vez vi a un ex-intendente asistir a una función de Danza Butoh, sí de Danza Butoh.

 

  1. La cobertura del departamento de prensa sobre actividades culturales de la Intendencia ocupa un lugar ínfimo, con relación a otras temáticas o problemas. El arte, a pesar de contar con elementos visuales y estéticos muy desarrollados, que incluso le darían brillo a la comunicación institucional, justamente brilla por su ausencia.

 

  1. Las mejoras y los apoyos para centros culturales, museos, colectivos artísticos, festivales obras y en general, al ecosistema cultural, se concretan a un paso muy lento y la mayoría, nunca se concretan. No hay presupuesto, no hay espacio, no hay interés, no hay ganas.

Con todo esto queda claro que si alguien no ha rozado desde temprana edad, los códigos del arte y la cultura, difícilmente los desarrollará más adelante. Cualquier tiempo será poco tiempo para formar a un candidato en conocimientos que a priori, le resultan ajenos.

Dejemos pues de pelear con los molinos de viento que al final, cuando llegue el político o la política que deba llegar, volverá a repetir el esquema que está muy probado. No se esfuercen trabajadores de la cultura y no insistan en reunirse con los candidatos para plantearle inquietudes y deseos. Mientras no haya políticos formados y sensibles en temas culturales, no cambiará el signo trágico de los artistas. Perdón por ser pesimista pero Lo que Cultura non da, la Intendencia no presta.