Dos mundos encontrados

Lic. Rafael Winter (Rufo)

Esta imagen apareció hace algunos días en “El Observador” -con otro título- y bajo la misma, una leyenda que decía textualmente “Un judío ultraortodoxo discutía ayer con una mujer israelí miembro de un movimiento liberal durante un servicio de oración en el área del Muro Occidental en la ciudad vieja de Jerusalem. Los ultraortodoxos protestan, pues se oponen a que se realicen oraciones igualitarias, tal como quedó establecido por una decisión gubernamental de enero de este año”
Nada que objetar en cuanto a esta imagen ni al texto. El texto es objetivo y la imagen refleja la realidad.
El rostro del muchacho ultraortodoxo puede expresar –cada uno lo interpreta a su manera- mucho más que una airada y exaltada protesta: incomprensión, asombro, ira, indignación, incredulidad, intolerancia. ¿Odio quizás?
Todos esos “sentimientos” o “sensaciones”: ¿hacia quienes? ¿hacia esa mujer? ¿hacia lo que ella representa? Sin duda hacia quienes están “en la otra vereda”: mujeres judías de orientación liberal. El rostro del joven ultraortodoxo expresa el desagrado y la intolerancia hacia las corrientes renovadoras del judaísmo.
Obviamente, de la imagen no se trasluce el diálogo entre ambos –seguramente un diálogo de sordos- pero puede ser posible suponer el contenido y el tono de la “conversación”
Pienso que la mujer fue simplemente a rezar, no a provocar. Pero antes, durante o después se encontró con otras murallas además del sagrado Muro.
Por más que una reciente decisión gubernamental fijó pautas más equilibradas -al considerar a las corrientes religiosas renovadoras- en lo que a rezar en el Muro se refiere, el tema está lejos de haberse laudado. Más aún: la brecha no tiende a achicarse, tiende a crecer.
Todos parte del mismo pueblo. Pero parecen dos pueblos diferentes. No solo eso: dos pueblos enfrentados.
En nuestro judaísmo, en el cual hay por sobre todo valores humanos, éticos, sociales, ejemplares y eternos, hay también sombras, claroscuros. La tolerancia (en el buen sentido del término) que con toda razón exigimos de otros no siempre la aplicamos internamente. Aunque esto no caiga simpático, esta falta de tolerancia considero que debemos remarcarla, guste o no.
El ortodoxo no nace intolerante. (Demás está decir: la intolerancia no es patrimonio exclusivo de la ortodoxia, sea cual fuera). Pero llega a un grado de intransigencia entre otras razones por la “educación recibida”, por fuentes que le “enseñaron” o inculcaron. O por determinadas interpretaciones extremas o deformaciones.
Aquí también, el problema está en las fuentes. Algunas de las cuales contradicen absolutamente aquella otra tan conocida y humana que dice “No le hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”.
Y que especialmente contradicen este otro concepto, que es mucho más que una simple frase:
Vivir y dejar vivir!

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